/ miércoles 8 de mayo de 2024

El trabajo invisible de las madres

Muchas veces, cuando nos preguntan sobre la ocupación de nuestra madre respondemos: “no trabaja, se dedica al hogar”. Así, en nuestras sociedades se ha naturalizado y asumido que es obligación de las madres y en general de las mujeres ocuparse de las labores domésticas y del cuidado de los miembros del hogar, debido a su capacidad biológica de reproducir la especie, pero no se reconoce su aporte significativo al bienestar familiar y de la sociedad.

Es un trabajo no remunerado económicamente, sin prestigio social y que mayormente recae en los hombros de las mujeres. Así, según la Cuenta Satélite del Trabajo no Remunerado de los Hogares del INEGI, en 2021 las mujeres realizaron 74% de estas actividades y los hombres solo 26 %.

Estos porcentajes no dan cuenta del tiempo dedicado a las tareas simultáneas o multitareas, que tienen un impacto negativo en la salud física y emocional, que se exacerbó durante la pandemia de Covid-19, ya que al hogar se incorporaron la escuela, el trabajo remunerado on line y la atención a la salud familiar.

La mayor incorporación de las mujeres al mercado laboral se dio a partir de los años 80 del siglo XX, generalmente en trabajos con menor remuneración y de menor jerarquía. A dicha participación laboral remunerada no le ha acompañado una disminución de las labores domésticas y de cuidado, ni una redistribución social de las mismas.

El resultado ha sido un aumento de la vulnerabilidad de las mujeres, especialmente de las madres no unidas, quienes en 2022 eran 11 % del total. Y en México las más pobres son las mujeres, señala el Inegi. Pero además de esta pobreza económica, sufren de pobreza de tiempo, que es la escasez de horas disponibles para actividades personales y de ocio, y que es mayor a la de los hombres. Esa pobreza afecta su salud física y mental, el ejercicio de sus derechos y su autorrealización.

La desigual distribución social de los cuidados y su desvalorización están ligados a la desigualdad de género y a la discriminación, lo que vulnera sus derechos a una vida digna. Por ello, es urgente reconocer, reducir y redistribuir los cuidados, promoviendo la responsabilidad compartida del sostenimiento de la vida para que no recaiga solo en las madres.

El mercado, el Estado y la sociedad civil deben asumir la urgente tarea colectiva de revalorizar dichas labores y avanzar hacia una sociedad del cuidado. Como lo señala la Cepal: esto supone un cambio de paradigma para poner en el centro el cuidado de la vida, desatar los nudos estructurales de la desigualdad, así como desmontar los roles estereotipados de género y las relaciones jerárquicas de poder.

Por: Nelly Caro Luján

Profesora-investigadora de El Colegio Mexiquense

ncaro@cmq.edu.mx

Muchas veces, cuando nos preguntan sobre la ocupación de nuestra madre respondemos: “no trabaja, se dedica al hogar”. Así, en nuestras sociedades se ha naturalizado y asumido que es obligación de las madres y en general de las mujeres ocuparse de las labores domésticas y del cuidado de los miembros del hogar, debido a su capacidad biológica de reproducir la especie, pero no se reconoce su aporte significativo al bienestar familiar y de la sociedad.

Es un trabajo no remunerado económicamente, sin prestigio social y que mayormente recae en los hombros de las mujeres. Así, según la Cuenta Satélite del Trabajo no Remunerado de los Hogares del INEGI, en 2021 las mujeres realizaron 74% de estas actividades y los hombres solo 26 %.

Estos porcentajes no dan cuenta del tiempo dedicado a las tareas simultáneas o multitareas, que tienen un impacto negativo en la salud física y emocional, que se exacerbó durante la pandemia de Covid-19, ya que al hogar se incorporaron la escuela, el trabajo remunerado on line y la atención a la salud familiar.

La mayor incorporación de las mujeres al mercado laboral se dio a partir de los años 80 del siglo XX, generalmente en trabajos con menor remuneración y de menor jerarquía. A dicha participación laboral remunerada no le ha acompañado una disminución de las labores domésticas y de cuidado, ni una redistribución social de las mismas.

El resultado ha sido un aumento de la vulnerabilidad de las mujeres, especialmente de las madres no unidas, quienes en 2022 eran 11 % del total. Y en México las más pobres son las mujeres, señala el Inegi. Pero además de esta pobreza económica, sufren de pobreza de tiempo, que es la escasez de horas disponibles para actividades personales y de ocio, y que es mayor a la de los hombres. Esa pobreza afecta su salud física y mental, el ejercicio de sus derechos y su autorrealización.

La desigual distribución social de los cuidados y su desvalorización están ligados a la desigualdad de género y a la discriminación, lo que vulnera sus derechos a una vida digna. Por ello, es urgente reconocer, reducir y redistribuir los cuidados, promoviendo la responsabilidad compartida del sostenimiento de la vida para que no recaiga solo en las madres.

El mercado, el Estado y la sociedad civil deben asumir la urgente tarea colectiva de revalorizar dichas labores y avanzar hacia una sociedad del cuidado. Como lo señala la Cepal: esto supone un cambio de paradigma para poner en el centro el cuidado de la vida, desatar los nudos estructurales de la desigualdad, así como desmontar los roles estereotipados de género y las relaciones jerárquicas de poder.

Por: Nelly Caro Luján

Profesora-investigadora de El Colegio Mexiquense

ncaro@cmq.edu.mx