/ martes 12 de febrero de 2019

Rescate Tierra


El primer beso

Tenía 10 años cuando Patricia, una chica de 14 años, me obsequió mi primer beso de a deveras y me introdujo en el mundo del eros sin yo saber realmente qué era. A los 14 conocí el re papaloteo de las hormonas, que embotan los sentidos, aceleran el corazón y sacuden el alma, cuando confundimos el deseo sexual con el amor. Tardé 10 años más para comprender –y aprender poco- que el verdadero amor es sufrido, benigno, no jactancioso, no egoísta, no injusto, no miente, creé, es paciente y tolera con madurez.

Amor y amistad van de la mano. El amor, dice el libro de los libros, es que uno dé la vida por sus amigos. Amor es Dios, no religiosidad.

De qué sirve amar a las cosas y utilizar a las personas. Ignorar o destruir a los seres vivos que nos rodean y dar importancia a objetos y deseos capaces de robarnos la paz en el codicioso anhelo de tenerlos.

Queremos gobernar y nos servimos del poder, sin utilizar el poder, para servir. Cortamos árboles por dinero y condenamos al planeta. Matamos animales por deporte y no por alimento. Exigimos ser amados y no sabemos amar. Perdonamos, sin saber perdonar. Respiramos el aire con los miasmas que arrojamos y la vida nos cobra todo.

No hay paz, estamos destruyendo al hombre y a su mundo. El corazón del ser humano se ha endurecido por los deseos. Buscar lo material nos ciega para comprender, que, sin amor, no hay futuro.

Quienes estudian el amor lo asocian con la trascendencia. Amar lo que se hace, lo que se tiene, el lugar en que se vive, los hijos, las personas, la naturaleza. Erich From le dedicó un libro y numerosos investigadores lo han intentado definir, llegando a la conclusión que hay varios tipos de amor, siendo los más comunes el eros y el filio. El amor sexual, que muchos confunden con verdadero amor y el que se da de padres a hijos y amigos, el amor filial. Pocos estudiosos hablan del amor ágape, por considerarlo religioso. El amor que es capaz de dar todo. En latín, el amor de Dios, Agapan.

En fin, que ese sentimiento es tan importante, que hasta nos lo imponen como mandamiento, “amarás a Dios por sobre todas las cosas” y su evolución a la pareja en “El Cantar de los cantares”. Lo confieso, me encanta el amor, aunque sé poco de él. Me gusta ver los besos de los novios en las bancas, bajo los árboles, en las aceras y los memorables besos de las películas. Robé y me robaron algunos besos donde estaban los patos en la alameda y recorrí las calles tomado de la mano de la persona amada. Procuro amar al prójimo y al lugar en que vivo, intentando dejar lo mejor de mi vida en este breve espacio de tiempo, de existencia terrena.


El primer beso

Tenía 10 años cuando Patricia, una chica de 14 años, me obsequió mi primer beso de a deveras y me introdujo en el mundo del eros sin yo saber realmente qué era. A los 14 conocí el re papaloteo de las hormonas, que embotan los sentidos, aceleran el corazón y sacuden el alma, cuando confundimos el deseo sexual con el amor. Tardé 10 años más para comprender –y aprender poco- que el verdadero amor es sufrido, benigno, no jactancioso, no egoísta, no injusto, no miente, creé, es paciente y tolera con madurez.

Amor y amistad van de la mano. El amor, dice el libro de los libros, es que uno dé la vida por sus amigos. Amor es Dios, no religiosidad.

De qué sirve amar a las cosas y utilizar a las personas. Ignorar o destruir a los seres vivos que nos rodean y dar importancia a objetos y deseos capaces de robarnos la paz en el codicioso anhelo de tenerlos.

Queremos gobernar y nos servimos del poder, sin utilizar el poder, para servir. Cortamos árboles por dinero y condenamos al planeta. Matamos animales por deporte y no por alimento. Exigimos ser amados y no sabemos amar. Perdonamos, sin saber perdonar. Respiramos el aire con los miasmas que arrojamos y la vida nos cobra todo.

No hay paz, estamos destruyendo al hombre y a su mundo. El corazón del ser humano se ha endurecido por los deseos. Buscar lo material nos ciega para comprender, que, sin amor, no hay futuro.

Quienes estudian el amor lo asocian con la trascendencia. Amar lo que se hace, lo que se tiene, el lugar en que se vive, los hijos, las personas, la naturaleza. Erich From le dedicó un libro y numerosos investigadores lo han intentado definir, llegando a la conclusión que hay varios tipos de amor, siendo los más comunes el eros y el filio. El amor sexual, que muchos confunden con verdadero amor y el que se da de padres a hijos y amigos, el amor filial. Pocos estudiosos hablan del amor ágape, por considerarlo religioso. El amor que es capaz de dar todo. En latín, el amor de Dios, Agapan.

En fin, que ese sentimiento es tan importante, que hasta nos lo imponen como mandamiento, “amarás a Dios por sobre todas las cosas” y su evolución a la pareja en “El Cantar de los cantares”. Lo confieso, me encanta el amor, aunque sé poco de él. Me gusta ver los besos de los novios en las bancas, bajo los árboles, en las aceras y los memorables besos de las películas. Robé y me robaron algunos besos donde estaban los patos en la alameda y recorrí las calles tomado de la mano de la persona amada. Procuro amar al prójimo y al lugar en que vivo, intentando dejar lo mejor de mi vida en este breve espacio de tiempo, de existencia terrena.