/ viernes 24 de julio de 2020

Crónica de la pandemia: Fabiola, el periodismo que no paraba de contarse

La periodista comenzó con síntomas de una enfermedad respiratoria, el resultado determinó una neumonía por posible coronavirus; la madrugada del 26 de mayo falleció en el área de terapia intensiva

Fabiola Bueno da vuelta a la perilla de la máquina de escribir, acaba de colocar la hoja de papel sobre la cual comenzará a redactar. Se ajusta los lentes y da un sorbo a su infaltable café.

Es la década de 1990, trabaja como reportera de un periódico nacional. Su hijo Edson la observa a la distancia. Es una noche de aquellas donde terminará la jornada como empezó: escribiendo.

Ella comenzó en el periodismo siendo atraída por la magia del papel impreso. Coleccionaba las caricaturas políticas que salían en los diarios. Hoy todavía algunas de esas tiras sobreviven en su casa.

Perteneció a las generaciones de periodistas que fueron marcando diferencia al porvenir de las aulas, pues estudió y se tituló como licenciada en Comunicación en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM).

Nunca nos dijimos por qué queríamos estudiar esa carrera”, recuerda su compañera de generación Marcela López, quien en una retrospectiva ilustra la magia inexplicable de dicha profesión.

Sin embargo, cuando Fabiola ingresó al primer periódico donde trabajó, sus amigas advirtieron esa extraña faceta que suele distinguir a una periodista.

Para ella siempre fue un gusto reportear, siempre, no le importaban los horarios, ni hasta dónde se tenía que mover, nada”, recuerda Marcela.

Originaria de Toluca, sus padres eran comerciantes ambulantes que recorrían distintos mercados de la entidad vendiendo ropa. En ese entorno, con siete hermanos y hermanas, se formó un carácter inquisitivo, inquieto.

Le encantaba leer y uno de sus libros favoritos fue ‘Los Miserables’, de Víctor Hugo”, comenta Ana Chávez, también colega en los tiempos estudiantiles y laborales de Fabiola.

Pero el espejo de su profesión era su familia. A ellos les contaba el anecdotario del día. Como aquella ocasión cuando al cubrir la detención de unos presuntos narcotraficantes, la orden de los policías fue permanecer pecho tierra, mientras las balas surcaban cerca de ella.

En otra ocasión, un grupo de reporteros y reporteras abordaron un helicóptero que topó con un banco de niebla en la zona de La Marquesa. El piloto maniobró, pero al intentar escapar de la bruma, la nave quedó de cabeza, volando grabadoras y libretas, haciendo ese viaje inolvidable para los tripulantes.

Al paso del tiempo esa adrenalina era la anécdota que compartía con sus hijos. Era el periodismo que vivía para contar.

Aunque era, y hoy en día es un poco más riesgoso que antes, le gustaba, no se arrepentía, le apasionaba tanto que para ella no era un trabajo”, refiere su hijo Edson.

Pero en toda profesión hay pausas. Dejó un tiempo el periodismo para dedicarse a un negocio familiar. Después ingresó al Instituto Electoral del Estado de México (IEEM) en el área de comunicación social.

Por cuestiones de atender a sus hijos dejó las corresponsalías e ingresó al IEEM”, refiere su amiga Ana.

No obstante, en aquel 2008 tornó de la extenuante jornada periodística al demandante servicio electoral. Visto a la distancia no fueron muchos cambios, menos cuando sigues cercano a las contiendas políticas.

Las cuestiones de elecciones nos las comentaba con mucha felicidad, no inclinándonos a ser periodistas o comunicólogos, sino a expresar su felicidad”, dice su hijo Edson, ahora pasante de Ingeniería en Sistemas y Comunicaciones.

A sus 21 años, él ya había pasado de colega a confidente profesional de su madre.

No obstante, el tiempo no alcanzaba.

Una semana antes de una elección era muy poco verla, el día de la elección era 48 horas sin verla, eran tiempos pesados, laboriosos, pero no se echaba para atrás”, dice Edson, quien al ser el hijo mayor debía cuidar de su hermano y hermana menores.

Esa era su vida antes del Covid-19. Antes de aquel contagio difícil de ubicar.

En julio, los semáforos epidemiológicos cambian. Se asegura que hay disponibilidad hospitalaria en una pandemia que sigue.

Pero a principios de mayo, cuando Fabiola comenzó con síntomas de una enfermedad respiratoria, encontró otro escenario. Su hijo Edson guarda una bitácora de aquellos días, como un recurso para seguir contando, narrando.

En una unidad médica del Instituto de Seguridad Social del Estado de México y Municipios (ISSEMyM) le recetaron medicamentos, pero no mejoró. Es cuando le diagnostican una posible neumonía.

El 14 de mayo, en una tercera cita, le aumentan la dosis de broncodilatadores. Ella seguía sin saber si era Covid-19.

Con un médico particular se le realiza una tomografía de tórax, pues en el ISSEMyM les informan que sólo se les podía hacer a quienes fueran ya pacientes diagnosticados de Covid-19. El resultado determinó una neumonía por posible coronavirus.

Para el 15 de mayo acude al Centro Médico del ISSEMyM, ubicado sobre el Paseo Tollocan de la ciudad de Toluca, pues ya se le complicaba respirar.

Le dicen que no hay camas, que prácticamente es cuestión de esperarse y hacer fila. Un conocido nos ayuda para ver dónde había camas disponibles.

“Liberarse camas no era que se curara alguien, sino gente que moría”, señala Edson.

Al fin en el Hospital Regional de Toluca del ISSEMyM encuentran una cama, la 236.

Ahí estuvo internada nueve días. Del 15 al 22 de mayo las noticias eran las mismas, no mejoraba, pero tampoco empeoraba. El 23 de mayo hay una mejoría pasajera.

El 24 de mayo nos marcan en la mañana que pasó de un estado de grave a crítico, que iba a necesitar ser intubada.

La doctora nos consigue hacerle una llamada de siete a 11 minutos, el 24 de mayo, que fue más bien una despedida, todos estábamos conscientes de los riesgos, se le da ánimos, con sus hijos, hermanos, nos encarga a los tres que seamos profesionistas de bien.

Mi hermano menor juega en Potros (de la UAEM), la temporada pasada no ganaron la final, le pide que le dedique la próxima final que juegue, a mi hermana le dice que tiene que ser una mujer de bien”. El relato de Edson es sin pausas, directo, valiente.

Pero a los minutos, la familia de Fabiola se entera que no puede ser intubada porque no había ventiladores. Para entonces conocen que los doctores no tenían suficientes insumos, faltaban cubrebocas y mascarillas.

Nos piden ayuda al momento de ayudar a mi mamá”, recuerda Edson. “Nos mencionan que en ese hospital a ese momento había un médico para 40 pacientes con Covid”.

Edson y su familia vuelven a recurrir a conocidos y logran conseguir un ventilador. Así fue trasladada el 24 de mayo al Centro Médico del ISSEMyM. En la noche de ese día les notificaron que ya había sido intubada.

Dos días después ocurrió aquella llamada que nadie debería recibir. La madrugada del 26 de mayo les avisaban que Fabiola había fallecido en el área de terapia intensiva.

Mi mamá se va con ovaciones, de pie”, afirma Edson, respira mientras recuerda los logros y afanes de su madre, inmensos en esa historia familiar que torna en memoria colectiva. Hoy ese legado es aquel periodismo que se contaba.

Fabiola Bueno da vuelta a la perilla de la máquina de escribir, acaba de colocar la hoja de papel sobre la cual comenzará a redactar. Se ajusta los lentes y da un sorbo a su infaltable café.

Es la década de 1990, trabaja como reportera de un periódico nacional. Su hijo Edson la observa a la distancia. Es una noche de aquellas donde terminará la jornada como empezó: escribiendo.

Ella comenzó en el periodismo siendo atraída por la magia del papel impreso. Coleccionaba las caricaturas políticas que salían en los diarios. Hoy todavía algunas de esas tiras sobreviven en su casa.

Perteneció a las generaciones de periodistas que fueron marcando diferencia al porvenir de las aulas, pues estudió y se tituló como licenciada en Comunicación en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM).

Nunca nos dijimos por qué queríamos estudiar esa carrera”, recuerda su compañera de generación Marcela López, quien en una retrospectiva ilustra la magia inexplicable de dicha profesión.

Sin embargo, cuando Fabiola ingresó al primer periódico donde trabajó, sus amigas advirtieron esa extraña faceta que suele distinguir a una periodista.

Para ella siempre fue un gusto reportear, siempre, no le importaban los horarios, ni hasta dónde se tenía que mover, nada”, recuerda Marcela.

Originaria de Toluca, sus padres eran comerciantes ambulantes que recorrían distintos mercados de la entidad vendiendo ropa. En ese entorno, con siete hermanos y hermanas, se formó un carácter inquisitivo, inquieto.

Le encantaba leer y uno de sus libros favoritos fue ‘Los Miserables’, de Víctor Hugo”, comenta Ana Chávez, también colega en los tiempos estudiantiles y laborales de Fabiola.

Pero el espejo de su profesión era su familia. A ellos les contaba el anecdotario del día. Como aquella ocasión cuando al cubrir la detención de unos presuntos narcotraficantes, la orden de los policías fue permanecer pecho tierra, mientras las balas surcaban cerca de ella.

En otra ocasión, un grupo de reporteros y reporteras abordaron un helicóptero que topó con un banco de niebla en la zona de La Marquesa. El piloto maniobró, pero al intentar escapar de la bruma, la nave quedó de cabeza, volando grabadoras y libretas, haciendo ese viaje inolvidable para los tripulantes.

Al paso del tiempo esa adrenalina era la anécdota que compartía con sus hijos. Era el periodismo que vivía para contar.

Aunque era, y hoy en día es un poco más riesgoso que antes, le gustaba, no se arrepentía, le apasionaba tanto que para ella no era un trabajo”, refiere su hijo Edson.

Pero en toda profesión hay pausas. Dejó un tiempo el periodismo para dedicarse a un negocio familiar. Después ingresó al Instituto Electoral del Estado de México (IEEM) en el área de comunicación social.

Por cuestiones de atender a sus hijos dejó las corresponsalías e ingresó al IEEM”, refiere su amiga Ana.

No obstante, en aquel 2008 tornó de la extenuante jornada periodística al demandante servicio electoral. Visto a la distancia no fueron muchos cambios, menos cuando sigues cercano a las contiendas políticas.

Las cuestiones de elecciones nos las comentaba con mucha felicidad, no inclinándonos a ser periodistas o comunicólogos, sino a expresar su felicidad”, dice su hijo Edson, ahora pasante de Ingeniería en Sistemas y Comunicaciones.

A sus 21 años, él ya había pasado de colega a confidente profesional de su madre.

No obstante, el tiempo no alcanzaba.

Una semana antes de una elección era muy poco verla, el día de la elección era 48 horas sin verla, eran tiempos pesados, laboriosos, pero no se echaba para atrás”, dice Edson, quien al ser el hijo mayor debía cuidar de su hermano y hermana menores.

Esa era su vida antes del Covid-19. Antes de aquel contagio difícil de ubicar.

En julio, los semáforos epidemiológicos cambian. Se asegura que hay disponibilidad hospitalaria en una pandemia que sigue.

Pero a principios de mayo, cuando Fabiola comenzó con síntomas de una enfermedad respiratoria, encontró otro escenario. Su hijo Edson guarda una bitácora de aquellos días, como un recurso para seguir contando, narrando.

En una unidad médica del Instituto de Seguridad Social del Estado de México y Municipios (ISSEMyM) le recetaron medicamentos, pero no mejoró. Es cuando le diagnostican una posible neumonía.

El 14 de mayo, en una tercera cita, le aumentan la dosis de broncodilatadores. Ella seguía sin saber si era Covid-19.

Con un médico particular se le realiza una tomografía de tórax, pues en el ISSEMyM les informan que sólo se les podía hacer a quienes fueran ya pacientes diagnosticados de Covid-19. El resultado determinó una neumonía por posible coronavirus.

Para el 15 de mayo acude al Centro Médico del ISSEMyM, ubicado sobre el Paseo Tollocan de la ciudad de Toluca, pues ya se le complicaba respirar.

Le dicen que no hay camas, que prácticamente es cuestión de esperarse y hacer fila. Un conocido nos ayuda para ver dónde había camas disponibles.

“Liberarse camas no era que se curara alguien, sino gente que moría”, señala Edson.

Al fin en el Hospital Regional de Toluca del ISSEMyM encuentran una cama, la 236.

Ahí estuvo internada nueve días. Del 15 al 22 de mayo las noticias eran las mismas, no mejoraba, pero tampoco empeoraba. El 23 de mayo hay una mejoría pasajera.

El 24 de mayo nos marcan en la mañana que pasó de un estado de grave a crítico, que iba a necesitar ser intubada.

La doctora nos consigue hacerle una llamada de siete a 11 minutos, el 24 de mayo, que fue más bien una despedida, todos estábamos conscientes de los riesgos, se le da ánimos, con sus hijos, hermanos, nos encarga a los tres que seamos profesionistas de bien.

Mi hermano menor juega en Potros (de la UAEM), la temporada pasada no ganaron la final, le pide que le dedique la próxima final que juegue, a mi hermana le dice que tiene que ser una mujer de bien”. El relato de Edson es sin pausas, directo, valiente.

Pero a los minutos, la familia de Fabiola se entera que no puede ser intubada porque no había ventiladores. Para entonces conocen que los doctores no tenían suficientes insumos, faltaban cubrebocas y mascarillas.

Nos piden ayuda al momento de ayudar a mi mamá”, recuerda Edson. “Nos mencionan que en ese hospital a ese momento había un médico para 40 pacientes con Covid”.

Edson y su familia vuelven a recurrir a conocidos y logran conseguir un ventilador. Así fue trasladada el 24 de mayo al Centro Médico del ISSEMyM. En la noche de ese día les notificaron que ya había sido intubada.

Dos días después ocurrió aquella llamada que nadie debería recibir. La madrugada del 26 de mayo les avisaban que Fabiola había fallecido en el área de terapia intensiva.

Mi mamá se va con ovaciones, de pie”, afirma Edson, respira mientras recuerda los logros y afanes de su madre, inmensos en esa historia familiar que torna en memoria colectiva. Hoy ese legado es aquel periodismo que se contaba.

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