/ jueves 9 de noviembre de 2017

Comentarios y algo más...

Acostado en su lecho, se dispuso a pasar la noche, con la esperanza de ver al día siguiente la rutilante luz solar en su nativa Aguascalientes.

Rezó devotamente como si fuera a torear. Murmurando sus oraciones se quedó dormido; le había vencido el sueño.

Pronto llegaron a su mente, escenas, imágenes, sucesos, personajes conocidos. ¿Manolo, Mariano, Antonio Lomelín, aquí? Meditó. ¿Por qué esta Lalo Funtanet? Y, ¿el Pana que hace en este lugar? En un palco observó un hombre con barba de anacoreta, ¿Alberto Balderas?

Vería después en el campo a tres caporales que arreaban seis toros de diferente hierro, distinto pelaje y, diversa cornamenta.

Se acercó. Vio en la pierna de cada burel, la marca, de Piedras Negras, San Mateo, Xajay, Garfias, Cerro Viejo.

Cambió de postura. Vio cómo en la arena del Toreo de la Condesa, “Cobijero”, de Piedras Negras, pasaba fieramente de un cuerno a otro, el cuerpo de Alberto Balderas. Moriría esa noche. Poco pudo hacer el doctor Rojo de la Vega. Inmediatamente vio otra imagen. En la Plaza México, “Borrachón”, de San Mateo, abría con un pitón la pierna derecha de Manolo Martínez. ¡Le ha roto la femoral!, murmuró la afición.

En la misma plaza, ve al espigado acapulqueño con los palitroques en las manos; cita a “Bermejo” de Xajay, acude el cárdeno, Toño no tuvo tiempo de salir y con el derecho le abrió el abdomen. En la enfermería el doctor Campos Licastro, diría a su equipo: “es la herida que mató a Balderas”.

-“La muerte es fría”-, comentaría el valiente torero, en plena recuperación.

Como si fuese un espectador, aplaudió el poder de Mariano Ramos. Dos, tres, y hasta cuatro, doblones, todos con rodilla en la arena, para doblegar a “Timbalero”, de Piedras Negras. Lo metió a la muleta. Esa faena confirmó su fama de torero poderoso. El juez otorgó una oreja al “Torero-Charro”.

Murmuró, Manolo y Mariano, mis padrinos de toma de alternativa y confirmación.

Una vuelta más en la cama no varió el descanso; la quimera continuaba. Vio cómo “Recuerdo”, toro de Cerro Viejo, con fuerza embiste el caballo cayendo sobre el cuerpo del rejoneador Lalo Funtanet. Casi muerto levantaron su cuerpo los monosabios. Era el 18 de marzo de 1997.

El 7 de enero de 2007, al Pana, corresponde “Rey Mago”, de Garfias. Faena inolvidable malograda con la espada. A “Conquistador”, su segundo, cortaría las dos orejas. Fue la tarde de su resurrección. Pero, ¿no ya murió?

En una habitación del hotel “El Paraíso”, dormitaba. Sobre una silla, la casaca, la taleguilla, del traje de luces; las medias, la faja, el corbatín; a los pies del asiento, las zapatillas. La montera sobre el tocador. En una de las almohadas, la aurífera medalla con el rostro de La Virgen de Santa María de las Aguascalientes. Todo estaba en orden.

-¡Maestro!, es la hora-. Escuchó.

Despertó. Una vez vestido se dirigió a “La Plaza México”.

En el trayecto se vio lidiando a “Tenor”, en 1986, y a “Vidriero”, en 1995; ambos de “Begoña”. A los dos cortaría las orejas y el rabo. Conquistó a los públicos con el prodigio de su mano izquierda al ejecutar “El Pase Natural”.

Llegando al coso, inmediatamente se dirigió a la capilla. Se persignó y se encomendó a Dios.

Salió. En camino al callejón se ajustó la montera; apretó con la mano izquierda la punta del capote de paseo. Elevó la mirada a la bóveda y, en un mural encontró el rostro de Ponciano Díaz, Rodolfo Gaona, Juan Silveti, Andrés Blando. Luis Castro el “Soldado”; Lorenzo Garza, “El Ave de las Tempestades”, Luis Procuna, “El Berrendito de San Juan”, el “Ciclón”, Carlos Arruza, Manuel Capetillo, Antonio Velázquez, Joselito Huerta, José Laurentino López Rodríguez, “Joselillo”, Alfonso Ramírez, el “Calesero”, Carmelo Pérez, Eduardo Liceaga, Humberto Moro, Jesús Solórzano, Luis Briones, Jorge, “Ranchero Aguilar”. Su padre, don Fermín abrazado por Silverio. David Silveti, Valente Arellano, lucían juveniles.

Preciosa pintura; pareciera que están en el cielo, pensó.

Al abrir la puerta de cuadrillas los cerrojos rechinaron. Al fondo, vio la refulgente luz de la tarde.

Una voz angelical, le susurró:

-Es la sublime luz, que ilumina la eternidad.

Hacia ella, dirigió sus pasos el matador de toros, maestro Miguel Espinoza “Armillita Chico”.

Acostado en su lecho, se dispuso a pasar la noche, con la esperanza de ver al día siguiente la rutilante luz solar en su nativa Aguascalientes.

Rezó devotamente como si fuera a torear. Murmurando sus oraciones se quedó dormido; le había vencido el sueño.

Pronto llegaron a su mente, escenas, imágenes, sucesos, personajes conocidos. ¿Manolo, Mariano, Antonio Lomelín, aquí? Meditó. ¿Por qué esta Lalo Funtanet? Y, ¿el Pana que hace en este lugar? En un palco observó un hombre con barba de anacoreta, ¿Alberto Balderas?

Vería después en el campo a tres caporales que arreaban seis toros de diferente hierro, distinto pelaje y, diversa cornamenta.

Se acercó. Vio en la pierna de cada burel, la marca, de Piedras Negras, San Mateo, Xajay, Garfias, Cerro Viejo.

Cambió de postura. Vio cómo en la arena del Toreo de la Condesa, “Cobijero”, de Piedras Negras, pasaba fieramente de un cuerno a otro, el cuerpo de Alberto Balderas. Moriría esa noche. Poco pudo hacer el doctor Rojo de la Vega. Inmediatamente vio otra imagen. En la Plaza México, “Borrachón”, de San Mateo, abría con un pitón la pierna derecha de Manolo Martínez. ¡Le ha roto la femoral!, murmuró la afición.

En la misma plaza, ve al espigado acapulqueño con los palitroques en las manos; cita a “Bermejo” de Xajay, acude el cárdeno, Toño no tuvo tiempo de salir y con el derecho le abrió el abdomen. En la enfermería el doctor Campos Licastro, diría a su equipo: “es la herida que mató a Balderas”.

-“La muerte es fría”-, comentaría el valiente torero, en plena recuperación.

Como si fuese un espectador, aplaudió el poder de Mariano Ramos. Dos, tres, y hasta cuatro, doblones, todos con rodilla en la arena, para doblegar a “Timbalero”, de Piedras Negras. Lo metió a la muleta. Esa faena confirmó su fama de torero poderoso. El juez otorgó una oreja al “Torero-Charro”.

Murmuró, Manolo y Mariano, mis padrinos de toma de alternativa y confirmación.

Una vuelta más en la cama no varió el descanso; la quimera continuaba. Vio cómo “Recuerdo”, toro de Cerro Viejo, con fuerza embiste el caballo cayendo sobre el cuerpo del rejoneador Lalo Funtanet. Casi muerto levantaron su cuerpo los monosabios. Era el 18 de marzo de 1997.

El 7 de enero de 2007, al Pana, corresponde “Rey Mago”, de Garfias. Faena inolvidable malograda con la espada. A “Conquistador”, su segundo, cortaría las dos orejas. Fue la tarde de su resurrección. Pero, ¿no ya murió?

En una habitación del hotel “El Paraíso”, dormitaba. Sobre una silla, la casaca, la taleguilla, del traje de luces; las medias, la faja, el corbatín; a los pies del asiento, las zapatillas. La montera sobre el tocador. En una de las almohadas, la aurífera medalla con el rostro de La Virgen de Santa María de las Aguascalientes. Todo estaba en orden.

-¡Maestro!, es la hora-. Escuchó.

Despertó. Una vez vestido se dirigió a “La Plaza México”.

En el trayecto se vio lidiando a “Tenor”, en 1986, y a “Vidriero”, en 1995; ambos de “Begoña”. A los dos cortaría las orejas y el rabo. Conquistó a los públicos con el prodigio de su mano izquierda al ejecutar “El Pase Natural”.

Llegando al coso, inmediatamente se dirigió a la capilla. Se persignó y se encomendó a Dios.

Salió. En camino al callejón se ajustó la montera; apretó con la mano izquierda la punta del capote de paseo. Elevó la mirada a la bóveda y, en un mural encontró el rostro de Ponciano Díaz, Rodolfo Gaona, Juan Silveti, Andrés Blando. Luis Castro el “Soldado”; Lorenzo Garza, “El Ave de las Tempestades”, Luis Procuna, “El Berrendito de San Juan”, el “Ciclón”, Carlos Arruza, Manuel Capetillo, Antonio Velázquez, Joselito Huerta, José Laurentino López Rodríguez, “Joselillo”, Alfonso Ramírez, el “Calesero”, Carmelo Pérez, Eduardo Liceaga, Humberto Moro, Jesús Solórzano, Luis Briones, Jorge, “Ranchero Aguilar”. Su padre, don Fermín abrazado por Silverio. David Silveti, Valente Arellano, lucían juveniles.

Preciosa pintura; pareciera que están en el cielo, pensó.

Al abrir la puerta de cuadrillas los cerrojos rechinaron. Al fondo, vio la refulgente luz de la tarde.

Una voz angelical, le susurró:

-Es la sublime luz, que ilumina la eternidad.

Hacia ella, dirigió sus pasos el matador de toros, maestro Miguel Espinoza “Armillita Chico”.

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