/ lunes 24 de enero de 2022

Contexto | Guillermo Ramírez, el sembrador de semillas 


Hace algunos años, en una ciudad vieja allá por el sureste de México, entre la llanura costera y la Sierra Madre de Chiapas, nació un niño a quien pusieron por nombre Guillermo. Y cuentan que el día que vio por primera vez la luz su mirada se dirigió hacia al cielo y a las montañas y que la brisa del mar le hizo cosquillas porque que en lugar de llorar una dulce risita se dibujó en su cara.

En esa ciudad vieja el niño creció jugando entre las calles, los jardines y un calor que abrazaba hasta el alma. Le gustaba salir y, como todos los niños, ir a la escuela para luego escaparse en las tardes al cerro de la Esperanza o irse aún más lejos al Cerro de Bernal para ver e imaginarse nuevos horizontes, para ver al mundo y algún día buscar y explorar nuevos destinos. Era un niño bueno porque traía con él esa tradición ancestral de la nobleza de los viejos sabios de esas antiguas tierras mayas.

El niño siempre quiso saber de las cosas y, su amor por el conocimiento, le llevó a aprender tanto que parecía que todo lo quería llevar consigo y por eso, cuenta la leyenda, que cada vez que aprendía algo se iba solo, o con sus amigos, al Templo de San Francisco a tomar la cera caliente de los cirios para ponérsela en las cienes y en las orejas para que lo aprendido no se saliera ni se le escapara.

Así fue, en esa ciudad vieja, su infancia y parte de su juventud hasta que un día salió a sus nuevos destinos, un destino en el que estuvimos muchos.

En ese su viaje por el mundo un día me lo encontré e iniciamos un camino largo de fraternidad que hoy parece hacerse eterno. Nuestras conversaciones en Paris, en Medellín, en Cartagena, en la ciudad de México, en Querétaro o Guanajuato o en nuestros hogares eran como muestra de nuestro sentimiento de hermanos.

Guillo siempre fue un sembrador de esperanza y de conocimiento, un peregrino que ayudaba a quien se le acercara, un hombre sabio que en lugar del conflicto buscaba siempre la paz y la concordia, siempre perdonando y olvidando solo para tratar de retomar el camino andado no importando que en ello se fuera una parte de sí mismo, Así siempre fue.

En ese su peregrinar de hombre bueno, de entregar su cariño y conocimiento a otros lo llevaron de manera permanente a explorar caminos nuevos. Nunca detuvo su andar aún en los momentos más difíciles. Enseñaba, entre sonrisas, a ver siempre adelante y nunca atrás, aunque solo fuera para aprender de un error cometido.

Guillermo legó mucho a las ciencias sociales en México. Siempre promotor de campos nuevos de conocimiento impulso con generosidad los Estudios Organizacionales. En decenas de universidades en el país y en el extranjero dejó su testimonio creador y una obra monumental, no solo por libros sino por su impulso al trabajo colectivo. Ahí quedará por siempre el Handbook de los Estudios Organizacionales como su herencia para toda Iberoamérica.

Trabajo siempre desde la discreción y la modestia. A un mayor logro parecía siempre crecer su humildad. Y eso, eso solo se da entre los hombres sabios.

Se fue en calma.

En su lecho, junto a José su esposa y Joselyn su hija, les habló en silencio.

“Papá, descansa “, le dijo Joselyne mientras él callado le respondió con una lágrima que baño sus mejillas con ese sabor a brisa que sintió cuando vio la luz por primera vez.

…y se fue solo para estar por siempre.


Hace algunos años, en una ciudad vieja allá por el sureste de México, entre la llanura costera y la Sierra Madre de Chiapas, nació un niño a quien pusieron por nombre Guillermo. Y cuentan que el día que vio por primera vez la luz su mirada se dirigió hacia al cielo y a las montañas y que la brisa del mar le hizo cosquillas porque que en lugar de llorar una dulce risita se dibujó en su cara.

En esa ciudad vieja el niño creció jugando entre las calles, los jardines y un calor que abrazaba hasta el alma. Le gustaba salir y, como todos los niños, ir a la escuela para luego escaparse en las tardes al cerro de la Esperanza o irse aún más lejos al Cerro de Bernal para ver e imaginarse nuevos horizontes, para ver al mundo y algún día buscar y explorar nuevos destinos. Era un niño bueno porque traía con él esa tradición ancestral de la nobleza de los viejos sabios de esas antiguas tierras mayas.

El niño siempre quiso saber de las cosas y, su amor por el conocimiento, le llevó a aprender tanto que parecía que todo lo quería llevar consigo y por eso, cuenta la leyenda, que cada vez que aprendía algo se iba solo, o con sus amigos, al Templo de San Francisco a tomar la cera caliente de los cirios para ponérsela en las cienes y en las orejas para que lo aprendido no se saliera ni se le escapara.

Así fue, en esa ciudad vieja, su infancia y parte de su juventud hasta que un día salió a sus nuevos destinos, un destino en el que estuvimos muchos.

En ese su viaje por el mundo un día me lo encontré e iniciamos un camino largo de fraternidad que hoy parece hacerse eterno. Nuestras conversaciones en Paris, en Medellín, en Cartagena, en la ciudad de México, en Querétaro o Guanajuato o en nuestros hogares eran como muestra de nuestro sentimiento de hermanos.

Guillo siempre fue un sembrador de esperanza y de conocimiento, un peregrino que ayudaba a quien se le acercara, un hombre sabio que en lugar del conflicto buscaba siempre la paz y la concordia, siempre perdonando y olvidando solo para tratar de retomar el camino andado no importando que en ello se fuera una parte de sí mismo, Así siempre fue.

En ese su peregrinar de hombre bueno, de entregar su cariño y conocimiento a otros lo llevaron de manera permanente a explorar caminos nuevos. Nunca detuvo su andar aún en los momentos más difíciles. Enseñaba, entre sonrisas, a ver siempre adelante y nunca atrás, aunque solo fuera para aprender de un error cometido.

Guillermo legó mucho a las ciencias sociales en México. Siempre promotor de campos nuevos de conocimiento impulso con generosidad los Estudios Organizacionales. En decenas de universidades en el país y en el extranjero dejó su testimonio creador y una obra monumental, no solo por libros sino por su impulso al trabajo colectivo. Ahí quedará por siempre el Handbook de los Estudios Organizacionales como su herencia para toda Iberoamérica.

Trabajo siempre desde la discreción y la modestia. A un mayor logro parecía siempre crecer su humildad. Y eso, eso solo se da entre los hombres sabios.

Se fue en calma.

En su lecho, junto a José su esposa y Joselyn su hija, les habló en silencio.

“Papá, descansa “, le dijo Joselyne mientras él callado le respondió con una lágrima que baño sus mejillas con ese sabor a brisa que sintió cuando vio la luz por primera vez.

…y se fue solo para estar por siempre.