/ lunes 6 de mayo de 2024

Contexto | Leyenda de la segunda de Aldama (final)

Un ambiente de paz reinaba en su habitación, ambas dormían profundamente y el viejo ropero con dos lunas, que reflejaban la imagen de la madre y la hija abrazadas, parecía ser como un guardián que vigilaba sus sueños. Al fondo, en la cabecera de la cama, la figura del cristo crucificado parecía haber cambiado. Ya no era esa imagen ensangrentada que invitaba más a la compasión que al amor, sino una que invitaba a no sentir temor ni miedo. Junto a la cama, cubierta con la colcha blanca tejida por su madre estaba el viejo buró con las fotografías de sus padres y dos de sus hermanas tomadas de la mano. Ese viejo buró cómplice de sus recuerdos y de sus secretos, de sus cartas de amor que guardaba al abrigo de cualquier mirada.

Pero la habitación parecía diferente. Algo había sucedido aquella noche. El viejo piso de madera parecía renovado. Afuera, los geranios habían abierto sus flores y los malvones parecían tener sus ramilletes más abundantes. La habitación parecía tener un olor a sacristía con esa mezcla de incienso y cera a la que se imponía el silencio. Una fragancia nueva parecía recorrerla.

La casa parecía haber tomado un nuevo brillo y el agua de la pileta iba disolviendo la escarcha que se le había formado durante la noche, las viejas puertas eran como testigos mudos de ese extraño amanecer.

Yolanda había soñado y durante su sueño había atravesado el espejo del viejo ropero y entrado a un mundo diferente, a un mundo indescriptible, en el que no había cosas sino sensaciones. Acompañada a lo lejos de una ligera melodía barroca, y como guiada por una nota musical que le indicaba el camino, cruzaba por pasajes en los que su cuerpo se llenaba de amor, de esperanza, de alegría.

Y así pasando por muchos pasajes que la emocionaban y le hacían sentir o vivir, de pronto se detuvo al llenarse de una enorme ternura. Quiso llorar porque a lo lejos se vio a sí misma de niña, así como se recordaba, con su piel blanca con su vestidito de flores y brincando de sensación en sensación como jugando con el destino…se miró de niña y se volvió a sí misma. Empezaba a tomar forma. Sentía que se reinventaba porque su cuerpo se formaba de sensaciones buenas….vio como la bondad, la generosidad, el amor al otro, la esperanza, la alegría, la risa, la ternura, la humildad se juntaban para formarla y supo entonces que sentir era amar.

Sintió una paz inmensa. El tiempo había pasado.

El sol le dio en plena cara y la despertó. Miro a la niña, aun en sus brazos, dormir tranquila. Salió al corredor. “Uy, que noche, uy que sueño”, pensó. Sintió un sosiego interior muy intenso. Respiro profundo y tuvo una sensación placentera-

“Otra mañana más”, pensó.

Se aproximo a las macetas con flores y un colibrí de colores se acercó. Aleteó frente a ellas unos segundos y dejó junto a la niña un rama de olivo. Yolanda la tomó y la olió. Era el olor de su sueño.

…y es que dicen que el colibrí es símbolo de alegría y belleza…y tal vez mensajero de los dioses y guardián del tiempo y ¿por qué no? de los recuerdos.

Correo: contextotoluca@gmail.com

Un ambiente de paz reinaba en su habitación, ambas dormían profundamente y el viejo ropero con dos lunas, que reflejaban la imagen de la madre y la hija abrazadas, parecía ser como un guardián que vigilaba sus sueños. Al fondo, en la cabecera de la cama, la figura del cristo crucificado parecía haber cambiado. Ya no era esa imagen ensangrentada que invitaba más a la compasión que al amor, sino una que invitaba a no sentir temor ni miedo. Junto a la cama, cubierta con la colcha blanca tejida por su madre estaba el viejo buró con las fotografías de sus padres y dos de sus hermanas tomadas de la mano. Ese viejo buró cómplice de sus recuerdos y de sus secretos, de sus cartas de amor que guardaba al abrigo de cualquier mirada.

Pero la habitación parecía diferente. Algo había sucedido aquella noche. El viejo piso de madera parecía renovado. Afuera, los geranios habían abierto sus flores y los malvones parecían tener sus ramilletes más abundantes. La habitación parecía tener un olor a sacristía con esa mezcla de incienso y cera a la que se imponía el silencio. Una fragancia nueva parecía recorrerla.

La casa parecía haber tomado un nuevo brillo y el agua de la pileta iba disolviendo la escarcha que se le había formado durante la noche, las viejas puertas eran como testigos mudos de ese extraño amanecer.

Yolanda había soñado y durante su sueño había atravesado el espejo del viejo ropero y entrado a un mundo diferente, a un mundo indescriptible, en el que no había cosas sino sensaciones. Acompañada a lo lejos de una ligera melodía barroca, y como guiada por una nota musical que le indicaba el camino, cruzaba por pasajes en los que su cuerpo se llenaba de amor, de esperanza, de alegría.

Y así pasando por muchos pasajes que la emocionaban y le hacían sentir o vivir, de pronto se detuvo al llenarse de una enorme ternura. Quiso llorar porque a lo lejos se vio a sí misma de niña, así como se recordaba, con su piel blanca con su vestidito de flores y brincando de sensación en sensación como jugando con el destino…se miró de niña y se volvió a sí misma. Empezaba a tomar forma. Sentía que se reinventaba porque su cuerpo se formaba de sensaciones buenas….vio como la bondad, la generosidad, el amor al otro, la esperanza, la alegría, la risa, la ternura, la humildad se juntaban para formarla y supo entonces que sentir era amar.

Sintió una paz inmensa. El tiempo había pasado.

El sol le dio en plena cara y la despertó. Miro a la niña, aun en sus brazos, dormir tranquila. Salió al corredor. “Uy, que noche, uy que sueño”, pensó. Sintió un sosiego interior muy intenso. Respiro profundo y tuvo una sensación placentera-

“Otra mañana más”, pensó.

Se aproximo a las macetas con flores y un colibrí de colores se acercó. Aleteó frente a ellas unos segundos y dejó junto a la niña un rama de olivo. Yolanda la tomó y la olió. Era el olor de su sueño.

…y es que dicen que el colibrí es símbolo de alegría y belleza…y tal vez mensajero de los dioses y guardián del tiempo y ¿por qué no? de los recuerdos.

Correo: contextotoluca@gmail.com