/ sábado 19 de diciembre de 2020

El Tintero de las Musas | Brigitta y Raúl Anguiano

Excelente diseñadora gráfica y bella pintora de Letonia, Brigitta Anguiano un día llegó para hacerse cargo de un “tesoro nacional”: Raúl Anguiano. Y es quien, con base en la discreción, a lo largo de treinta años, lo ha ayudado en gran parte, a ser lo que es.

Vine a México a hacerme cargo de un tesoro nacional: Raúl Anguiano. Mi amigo, mi compañero, mi hijo, mi jefe, mi amo, mi maestro, mi amor.

Me arriesgué y gané... Pude haber perdido todo.

Cuando encontré por primera vez a Raúl, hace 30 años, él tenía ideas izquierdistas. Pertenecía a un grupo de amigos que creían en el socialismo. Yo vine huyendo de éste. Nunca ha sido como se lo han planteado los otros. Hablan sin saber. No conocen los sufrimientos que vivimos a partir del momento en que el socialismo se apoderó de nuestros países. Cuando se desintegró la urss fui la mujer más feliz del mundo.

Entre dos no siempre hay unos que sean malos. Quien pelea, está de los dos lados y los más vivos elaboran la publicidad falsa para el resto del mundo.

Prometí a mi padre que jamás, mientras existiera el comunismo, volvería a la tierra de la que huimos. Pero no cumplí mi promesa. Volví como reina: acompañando al primer mexicano que exponía en tierra letona: Raúl Anguiano. A veces -cuando podía- me escapaba de los guardias del partido -que siempre nos acompañaban- para reconocer a mi gente. Mi ciudadanía norteamericana, me permitió regresar a Letonia. Volví otra vez en 1995: ¡Letonia libre! Llevé a mi hijo Mark y a mi hija Linda, también a mi hermana.

Amo a mi tierra. Nunca me he propuesto borrarla de mi alma ni de mi mente. Aunque salí muy chiquita, tengo los recuerdos que brotan de la inconciencia.

Por ejemplo, la noche en que zarpó “Steuben”, el barco de la Cruz Roja, del puerto de Riga. Recuerdo también a mi madre, con una sola maletita, pues no podía ni siquiera dar el menor indicio de que nos estábamos escapando. No me abandona tampoco el recuerdo de mi hermana que tenía apenas tres años. Dejamos la casa puesta.

Mi padre era político en Letonia y tuvo que decidir salir de la casa y encontrarse con mi madre en el Báltico. Dejamos la casa puesta. Él militó siempre en un ‘grupo letón para libertadores’. Llegó nadando hasta casi el último silbido en el que el barco anunciaba su partida para siempre. Días después esa nave se hundió al chocar contra una mina.

Me tocó estar en los sótanos en Checoslovaquia. Planeamos de nuevo el escape de la zona de los rusos. Nos fugamos de nuevo en los últimos famosos trenes de la libertad, que pasaban personas de Checoslovaquia a Alemania, la del lado de los aliados.

Pero todo eso ya es historia.

Mucha de mi familia acabó en Siberia. Jamás volvimos a verla. A los demás, aquel primer día después de 44 años en Letonia, nos resultó como el primero del resto de nuestra vida.

Y así estuvo en Estados Unidos por años, hasta que llegó a México. Fue directamente a Guadalajara. Como diseñadora gráfica, lo que más le interesaba en ese momento era seguir aprendiendo. Tenía dinero ahorrado. A sus hijos Mark y Linda de 9 y 13 años, los cuidaban sus abuelos.

Cuenta que en Guadalajara fue una vez a una exposición de pintura. Había colgados innumerables cuadros, pero el que más le gustó fue uno que tenía la firma muy abajo, y como estaba un poco caída, no lograba ver bien el nombre del autor. Cuál no sería su sorpresa, años después, cuando supo que ese cuadro era del que iba a ser su marido para el resto de la vida. Y para ella, como dice el tango…” veinte años no es nada...”, pues lleva diez más y piensa acumular otros veinte.

El destino se lo hace cada quien. Y yo decidí qué hacer con el mío.

Poco tiempo después llegó Raúl a Guadalajara. El maestro Anguiano no había tenido oportunidad de exponer su obra en su tierra, desde que había salido de ella. Allí lo conocí en el año de 1967 y desde ese día me enamoré de él. Lo he amado cada minuto de mi vida. Me arriesgué y decidí ganarle a la vida. Llegué allí, porque quería estudiar arte. Me dieron a escoger entre Palma de Mallorca y Valencia, en España, o Guadalajara, en México. Y yo escogí venir aquí. México para hacer mi vida.

Platica que después de conocerlo y amarlo, se regresó a Estados Unidos, por espacio de dos años, porque comprendió que, si Raúl estaba casado, ella no tenía nada que hacer en su vida. Pero después y gracias a que Anguiano se dedicó a tener con ella muchos y espléndidos detalles, decidió tomar sus ahorros y jugársela: se vino a México.

Consiguió trabajo en la galería del Hotel María Isabel. Vivía sola y contaba con algo importante: la absoluta convicción de que, si a Raúl no le importaba que ella hubiera dejado todo por él, a ella tampoco le importaría irse. Pero no fue así.

(Continuará)

gildamh@hotmail.com


Excelente diseñadora gráfica y bella pintora de Letonia, Brigitta Anguiano un día llegó para hacerse cargo de un “tesoro nacional”: Raúl Anguiano. Y es quien, con base en la discreción, a lo largo de treinta años, lo ha ayudado en gran parte, a ser lo que es.

Vine a México a hacerme cargo de un tesoro nacional: Raúl Anguiano. Mi amigo, mi compañero, mi hijo, mi jefe, mi amo, mi maestro, mi amor.

Me arriesgué y gané... Pude haber perdido todo.

Cuando encontré por primera vez a Raúl, hace 30 años, él tenía ideas izquierdistas. Pertenecía a un grupo de amigos que creían en el socialismo. Yo vine huyendo de éste. Nunca ha sido como se lo han planteado los otros. Hablan sin saber. No conocen los sufrimientos que vivimos a partir del momento en que el socialismo se apoderó de nuestros países. Cuando se desintegró la urss fui la mujer más feliz del mundo.

Entre dos no siempre hay unos que sean malos. Quien pelea, está de los dos lados y los más vivos elaboran la publicidad falsa para el resto del mundo.

Prometí a mi padre que jamás, mientras existiera el comunismo, volvería a la tierra de la que huimos. Pero no cumplí mi promesa. Volví como reina: acompañando al primer mexicano que exponía en tierra letona: Raúl Anguiano. A veces -cuando podía- me escapaba de los guardias del partido -que siempre nos acompañaban- para reconocer a mi gente. Mi ciudadanía norteamericana, me permitió regresar a Letonia. Volví otra vez en 1995: ¡Letonia libre! Llevé a mi hijo Mark y a mi hija Linda, también a mi hermana.

Amo a mi tierra. Nunca me he propuesto borrarla de mi alma ni de mi mente. Aunque salí muy chiquita, tengo los recuerdos que brotan de la inconciencia.

Por ejemplo, la noche en que zarpó “Steuben”, el barco de la Cruz Roja, del puerto de Riga. Recuerdo también a mi madre, con una sola maletita, pues no podía ni siquiera dar el menor indicio de que nos estábamos escapando. No me abandona tampoco el recuerdo de mi hermana que tenía apenas tres años. Dejamos la casa puesta.

Mi padre era político en Letonia y tuvo que decidir salir de la casa y encontrarse con mi madre en el Báltico. Dejamos la casa puesta. Él militó siempre en un ‘grupo letón para libertadores’. Llegó nadando hasta casi el último silbido en el que el barco anunciaba su partida para siempre. Días después esa nave se hundió al chocar contra una mina.

Me tocó estar en los sótanos en Checoslovaquia. Planeamos de nuevo el escape de la zona de los rusos. Nos fugamos de nuevo en los últimos famosos trenes de la libertad, que pasaban personas de Checoslovaquia a Alemania, la del lado de los aliados.

Pero todo eso ya es historia.

Mucha de mi familia acabó en Siberia. Jamás volvimos a verla. A los demás, aquel primer día después de 44 años en Letonia, nos resultó como el primero del resto de nuestra vida.

Y así estuvo en Estados Unidos por años, hasta que llegó a México. Fue directamente a Guadalajara. Como diseñadora gráfica, lo que más le interesaba en ese momento era seguir aprendiendo. Tenía dinero ahorrado. A sus hijos Mark y Linda de 9 y 13 años, los cuidaban sus abuelos.

Cuenta que en Guadalajara fue una vez a una exposición de pintura. Había colgados innumerables cuadros, pero el que más le gustó fue uno que tenía la firma muy abajo, y como estaba un poco caída, no lograba ver bien el nombre del autor. Cuál no sería su sorpresa, años después, cuando supo que ese cuadro era del que iba a ser su marido para el resto de la vida. Y para ella, como dice el tango…” veinte años no es nada...”, pues lleva diez más y piensa acumular otros veinte.

El destino se lo hace cada quien. Y yo decidí qué hacer con el mío.

Poco tiempo después llegó Raúl a Guadalajara. El maestro Anguiano no había tenido oportunidad de exponer su obra en su tierra, desde que había salido de ella. Allí lo conocí en el año de 1967 y desde ese día me enamoré de él. Lo he amado cada minuto de mi vida. Me arriesgué y decidí ganarle a la vida. Llegué allí, porque quería estudiar arte. Me dieron a escoger entre Palma de Mallorca y Valencia, en España, o Guadalajara, en México. Y yo escogí venir aquí. México para hacer mi vida.

Platica que después de conocerlo y amarlo, se regresó a Estados Unidos, por espacio de dos años, porque comprendió que, si Raúl estaba casado, ella no tenía nada que hacer en su vida. Pero después y gracias a que Anguiano se dedicó a tener con ella muchos y espléndidos detalles, decidió tomar sus ahorros y jugársela: se vino a México.

Consiguió trabajo en la galería del Hotel María Isabel. Vivía sola y contaba con algo importante: la absoluta convicción de que, si a Raúl no le importaba que ella hubiera dejado todo por él, a ella tampoco le importaría irse. Pero no fue así.

(Continuará)

gildamh@hotmail.com