/ domingo 31 de octubre de 2021

El Tintero de las Musas | Los desamparados

Me impresionó tanto el viejito, que se me salieron las lágrimas. Lo he visto muchas veces, por la calle lateral de mi casa. Camina y camina, con unos pantalones a la altura de la cadera, y no sé con qué amarrados, porque se le ven las nalgas. Todos rotos y descocidos. Casi sin zapatos y con una playerita y un sweater todo raído. Por supuesto sin cubrebocas. Con una grande barba y un pelo todo enmarañado. Tendrá quizá unos setenta años.

Pero hoy lo que más me llamó la atención, fue verlo en una avenida principal, la López Mateos atravesando, que está muy lejos de donde lo he visto siempre. Le dije a mi hijo: a ese señor diario lo veo y lloré mucho. Me pregunté si acaso no tendría hijos, nietos, una esposa que lo esperara. A dónde iría, o de dónde vendría, ¿quién acaso sabe?

Desayuné hace apenas con Olga Hernández de Esquivel, quien fue presidenta municipal de Zinacantepec, en donde yo vivo y a la que muy angustiada, yo le platicaba de este espantoso hecho. Ella me mencionó que dejó instalados cuatro albergues para este tipo de personas, que en verdad necesitan mucho apoyo, además de cariño y cuidado. Me prometió que iríamos juntas a verlos pronto. Ojalá.

Entonces me acordé de mi tío Fernando, hijo de un senador de la República, hace ya más de 60 años, por Hidalgo. Hombre de Chapingo, inteligente y digno, que desde entonces era Maoísta. Me acuerdo que en la sala de su casa, en Campos Elíseos, tenía en una mesita de la sala, un libro rojo que leía con sumo cuidado.

Así, con los años, el jardín de su casa, se transformó en otra casa muy nueva y hermosa. Fue hecha por su hijo arquitecto, de quien les hablo: Fernando. El nunca se casó. Nunca tuvo hijos. Sus padres le dieron más, mucho más de lo que necesitó siempre. Y eso fue mucho.

Pasaron muchos, muchos años, y después de haber hecho en Campos Elíseos 69, en Polanco, dos torres impresionantes que todavía existen por supuesto, el tío Fer fue perdiendo absolutamente todo.

Hablo de un hombre que habla varios idiomas, que viajó a muchos lados del mundo, que ayudó a Ramírez Vázquez a hacer el Museo Nacional de Antropología e Historia. De alguien muy creativo. Él, se fue muriendo con el tiempo. O aprendió que eso que había tenido en la vida, no era lo que quería.

Ahora está instalado en un Centro de Apoyo que tienen en la Cdmx, CASI, y donde le dan de comer todos los días, y lo arropan en la noche, con una cama y una colcha. El tío Fer no tiene nada, excepto sus memorias y sus amigos a los que quiere y que también están allí. No quiere irse, porque es su lugar para vivir. Y gracias a Dios, existe allí gente buena que hasta lo lleva al hospital, si está enfermo.

No quiere ver a nadie. Vive en una libertad que es bien difícil de entender. No tiene compromiso absoluto con nadie. Para cualquiera de nosotros, es difícil comprender esto. Para él es vivir la vida a plenitud y no deberle nada a nadie. No entiendo cómo cambió su forma de ser: algún día fue el más rico de la familia. Ahora, entiendo, el más libre. Así como el viejito que me encuentro todos los días por las mañanas.

gildamh@hotmail.com

Me impresionó tanto el viejito, que se me salieron las lágrimas. Lo he visto muchas veces, por la calle lateral de mi casa. Camina y camina, con unos pantalones a la altura de la cadera, y no sé con qué amarrados, porque se le ven las nalgas. Todos rotos y descocidos. Casi sin zapatos y con una playerita y un sweater todo raído. Por supuesto sin cubrebocas. Con una grande barba y un pelo todo enmarañado. Tendrá quizá unos setenta años.

Pero hoy lo que más me llamó la atención, fue verlo en una avenida principal, la López Mateos atravesando, que está muy lejos de donde lo he visto siempre. Le dije a mi hijo: a ese señor diario lo veo y lloré mucho. Me pregunté si acaso no tendría hijos, nietos, una esposa que lo esperara. A dónde iría, o de dónde vendría, ¿quién acaso sabe?

Desayuné hace apenas con Olga Hernández de Esquivel, quien fue presidenta municipal de Zinacantepec, en donde yo vivo y a la que muy angustiada, yo le platicaba de este espantoso hecho. Ella me mencionó que dejó instalados cuatro albergues para este tipo de personas, que en verdad necesitan mucho apoyo, además de cariño y cuidado. Me prometió que iríamos juntas a verlos pronto. Ojalá.

Entonces me acordé de mi tío Fernando, hijo de un senador de la República, hace ya más de 60 años, por Hidalgo. Hombre de Chapingo, inteligente y digno, que desde entonces era Maoísta. Me acuerdo que en la sala de su casa, en Campos Elíseos, tenía en una mesita de la sala, un libro rojo que leía con sumo cuidado.

Así, con los años, el jardín de su casa, se transformó en otra casa muy nueva y hermosa. Fue hecha por su hijo arquitecto, de quien les hablo: Fernando. El nunca se casó. Nunca tuvo hijos. Sus padres le dieron más, mucho más de lo que necesitó siempre. Y eso fue mucho.

Pasaron muchos, muchos años, y después de haber hecho en Campos Elíseos 69, en Polanco, dos torres impresionantes que todavía existen por supuesto, el tío Fer fue perdiendo absolutamente todo.

Hablo de un hombre que habla varios idiomas, que viajó a muchos lados del mundo, que ayudó a Ramírez Vázquez a hacer el Museo Nacional de Antropología e Historia. De alguien muy creativo. Él, se fue muriendo con el tiempo. O aprendió que eso que había tenido en la vida, no era lo que quería.

Ahora está instalado en un Centro de Apoyo que tienen en la Cdmx, CASI, y donde le dan de comer todos los días, y lo arropan en la noche, con una cama y una colcha. El tío Fer no tiene nada, excepto sus memorias y sus amigos a los que quiere y que también están allí. No quiere irse, porque es su lugar para vivir. Y gracias a Dios, existe allí gente buena que hasta lo lleva al hospital, si está enfermo.

No quiere ver a nadie. Vive en una libertad que es bien difícil de entender. No tiene compromiso absoluto con nadie. Para cualquiera de nosotros, es difícil comprender esto. Para él es vivir la vida a plenitud y no deberle nada a nadie. No entiendo cómo cambió su forma de ser: algún día fue el más rico de la familia. Ahora, entiendo, el más libre. Así como el viejito que me encuentro todos los días por las mañanas.

gildamh@hotmail.com