/ lunes 29 de marzo de 2021

Otra Mirada | Las virtudes sociales: tan necesarias en la situación de fragilidad que vivimos

Llevamos un año de crisis sanitaria originada por la Covid-19, que nos obligó al desmantelamiento de nuestros estilos de vida y de las tendencias absolutas como formas de vivir.

Con ello, la problemática de un confinamiento parcial o nulo para muchos ante la necesidad de satisfacer necesidades básicas como la de la alimentación y a la par la terrible sensación común de pérdida.

Pérdida laboral, en ingresos, de oportunidades, pérdida de libertad, de relaciones sociales, pérdida de salud física, emocional y de los seres queridos.

Ante esta realidad, es claro que una de las grandes demandas de la ciudadanía está relacionada con la economía y la solución a la falta de empleo ante esta difícil crisis sanitaria.

Las preguntas son varias: ¿Cómo atender estas demandas? ¿Qué hacer para que la economía mejore? ¿Qué proponer de manera concreta que ayude a resarcir el déficit económico que existe y no aumente la pobreza, aún más de lo que ya existía desde décadas pasadas?

La respuesta, en efecto, no es sencilla, lo que hace ineludible reflexionar sobre la manera en la que se puede lograr prosperidad económica como sociedad y cómo en algunas otras latitudes se ha logrado no ahora, sino desde centenares de años atrás; me refiero a la constitución de capital social.

El capital social del que hablo es aquel que se compone de una serie de virtudes sociales como son: la honestidad, la confiabilidad, la cooperación y el sentido de responsabilidad para con los demás; todos ellos son de una naturaleza esencialmente social y los individuos deben considerarlos así y llevarlos a la práctica en lo individual y lo colectivo. El resultado es una sociedad próspera económicamente.

La generación de prosperidad por la colectividad y la adecuada distribución de la riqueza se observan también a través del andamiaje axiológico e institucional de aquellos países que ha podido llevar a la práctica las virtudes sociales.

Ha quedado demostrado históricamente como lo dice el científico social Francis Fukuyama que los países que prosperan económicamente son aquellos en donde su ciudadanía tiene un estricto apego a conductas éticas; contrario a aquellos países en donde se toleran conductas corruptas e individualistas que lo único que generan son estancamiento de su economía.

Esta crisis sanitaria nos ha dejado ver lo frágiles que somos, pero también las áreas de oportunidad que tenemos como sociedad.

Erradiquemos la corrupción que es una de las causas principales de estancamiento económico.

Comencemos por nuestro entorno: el Estado de México con un 79.6 % de su población en situación de pobreza o de vulnerabilidad por carencia de ingresos en 2018 y con el lugar 29 de 32 en ausencia de corrupción.

Es vital invertir en educación humanística para desarrollar virtudes sociales que permitan crear una nueva forma de organización.


Llevamos un año de crisis sanitaria originada por la Covid-19, que nos obligó al desmantelamiento de nuestros estilos de vida y de las tendencias absolutas como formas de vivir.

Con ello, la problemática de un confinamiento parcial o nulo para muchos ante la necesidad de satisfacer necesidades básicas como la de la alimentación y a la par la terrible sensación común de pérdida.

Pérdida laboral, en ingresos, de oportunidades, pérdida de libertad, de relaciones sociales, pérdida de salud física, emocional y de los seres queridos.

Ante esta realidad, es claro que una de las grandes demandas de la ciudadanía está relacionada con la economía y la solución a la falta de empleo ante esta difícil crisis sanitaria.

Las preguntas son varias: ¿Cómo atender estas demandas? ¿Qué hacer para que la economía mejore? ¿Qué proponer de manera concreta que ayude a resarcir el déficit económico que existe y no aumente la pobreza, aún más de lo que ya existía desde décadas pasadas?

La respuesta, en efecto, no es sencilla, lo que hace ineludible reflexionar sobre la manera en la que se puede lograr prosperidad económica como sociedad y cómo en algunas otras latitudes se ha logrado no ahora, sino desde centenares de años atrás; me refiero a la constitución de capital social.

El capital social del que hablo es aquel que se compone de una serie de virtudes sociales como son: la honestidad, la confiabilidad, la cooperación y el sentido de responsabilidad para con los demás; todos ellos son de una naturaleza esencialmente social y los individuos deben considerarlos así y llevarlos a la práctica en lo individual y lo colectivo. El resultado es una sociedad próspera económicamente.

La generación de prosperidad por la colectividad y la adecuada distribución de la riqueza se observan también a través del andamiaje axiológico e institucional de aquellos países que ha podido llevar a la práctica las virtudes sociales.

Ha quedado demostrado históricamente como lo dice el científico social Francis Fukuyama que los países que prosperan económicamente son aquellos en donde su ciudadanía tiene un estricto apego a conductas éticas; contrario a aquellos países en donde se toleran conductas corruptas e individualistas que lo único que generan son estancamiento de su economía.

Esta crisis sanitaria nos ha dejado ver lo frágiles que somos, pero también las áreas de oportunidad que tenemos como sociedad.

Erradiquemos la corrupción que es una de las causas principales de estancamiento económico.

Comencemos por nuestro entorno: el Estado de México con un 79.6 % de su población en situación de pobreza o de vulnerabilidad por carencia de ingresos en 2018 y con el lugar 29 de 32 en ausencia de corrupción.

Es vital invertir en educación humanística para desarrollar virtudes sociales que permitan crear una nueva forma de organización.