/ domingo 27 de septiembre de 2020

"Ale de mi corazón"; el secuestro y feminicidio de Alexandra

El viernes la joven de 18 años fue sepultada en el panteón municipal de Xalatlaco

Al cementerio llegó una mujer que lloró y besó una rosa blanca con los labios mojados. De un solo giro la echó sobre un ataúd blanco que fue cubierto de tierra.

Después, solo hubo cuatro palabras: "Ale de mi corazón".

La cita

Unas horas previo al secuestro, Alexa vistió arreglada. Habría algarabía, porque saldría con un amigo un día antes al Grito de la Independencia. Vestía lo que las niñas de su edad, cuando la vida llena el cuerpo y las ilusiones.

El mismo 14 de septiembre en que desapareció Ale, se sabrían noticias de ella por un llamada que escupiría razón de su paradero. "Las tenemos", amenazarían sus captores.

Palabras secas. Sin el mayor remordimiento, y de alguien quien mira el mismo valor a una vida humana, que al de una mercancía.

Se supo del secuestro. Luego, se supo del hallazgo y su muerte.

Alexa había salido acompañada de una sobrina. Su familia las esperaban de vuelta, pero no regresaron.

"Queremos 200 mil", les habrían exigido a los padres de la joven y la niña.

En el México impune, se puede sentenciar que los secuestros se deben negociar a espaldas de la ley y bajo las reglas de voces desconocidas que en ese lapso tienen a su merced la vida y la muerte. Y las víctimas son esclavas de la voluntad.

En el secuestro de Alexandra la negociación falló y la consecuencia fue su muerte.

Al no encontrar respuesta a la encomienda hecha a los padres, y quedar insatisfechos, los captores decidieron dejar a la niña frente a la puerta de su domicilio, pero no a Alexa.

Con ella se ensañaron y su cuerpo fue localizado una semana después (23 de septiembre), al interior de una cueva rumbo al Ajusco.

Feminicidios

En el estado de México así se ensañan con las mujeres, lo dicen las familias de activistas como Lorena Gutiérrez, Elizabeth Machuca, Juana Pedraza o Lidia Guerrero, madres y hermanas de mujeres asesinadas.

También lo revelan las cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública que de forma global entre enero y agosto de 2020 cuantificó 97 feminicidios ocurridos en el estado.

Siendo los meses de junio, julio y agosto los de más alta incidencia con 14, 18 y 17, respectivamente.

Sepelio

La escena es de nueva cuenta en el panteón municipal de Xalatlaco. Allí fue depositado el cuerpo de Alexandra el viernes pasado.

La mujer que llora, es la madre de Ale. Ella apenas se sostiene en pie. Un ramo de brazos la detienen por ratos. Llora mientras las palas terminan de quitarle la última vista de su hija que allí, en ese momento yace sin vida.

"Gracias por venir", levanta la voz un hombre que solo construye esa frase y se echa en llanto.

Se concentraron cerca de 20 personas. Son familiares y amigos. La autoridad municipal no permitió más, por las nuevas reglas de convivencia que obliga la pandemia.

En tiempos de Covid-19 no hay lugar para poderse despedir. La vida colectiva que se añora, ya no existe en México.

Pero al menos pudo haber flores, muchas flores y un mariachi que le tocó algunas piezas a Ale.

Hubo una corona con crisantemos blancos en forma de cruz en la que se leía la frase: "recuerdo de tu mamá" y que quedó encima de la tumba de la joven de 18 años.

En los montes de Xalatlaco se habla con más costumbre que penumbre de la inseguridad, los talamontes y robos. Pero no tanto de los feminicidios como los de Ale, hasta que suceden.

En todo el país, no se habla de ellas, hasta que les ocurre.

El viernes, al mismo tiempo en que se sepultó a Ale, en otro pedazo de México, en Morelia, Michoacán, toda una ciudad se volcó a las calles para protestar por el feminicidio de Jessica González. Otra jovencita de la misma edad a Alexandra y que fue hallada también en una zona boscosa.

El feminicidio de Ale y la voz de su hallazgo corrió por las terracerías de los pueblos, en los jornales y entre las tiendas Diconsa y dispensarios de semillas de Xalatlaco.

También en las redes sociales que han comenzado a exigir justicia. Por lo pronto, nada de eso alienta. Nada, que no sea ver regresar a Ale.

Al cementerio llegó una mujer que lloró y besó una rosa blanca con los labios mojados. De un solo giro la echó sobre un ataúd blanco que fue cubierto de tierra.

Después, solo hubo cuatro palabras: "Ale de mi corazón".

La cita

Unas horas previo al secuestro, Alexa vistió arreglada. Habría algarabía, porque saldría con un amigo un día antes al Grito de la Independencia. Vestía lo que las niñas de su edad, cuando la vida llena el cuerpo y las ilusiones.

El mismo 14 de septiembre en que desapareció Ale, se sabrían noticias de ella por un llamada que escupiría razón de su paradero. "Las tenemos", amenazarían sus captores.

Palabras secas. Sin el mayor remordimiento, y de alguien quien mira el mismo valor a una vida humana, que al de una mercancía.

Se supo del secuestro. Luego, se supo del hallazgo y su muerte.

Alexa había salido acompañada de una sobrina. Su familia las esperaban de vuelta, pero no regresaron.

"Queremos 200 mil", les habrían exigido a los padres de la joven y la niña.

En el México impune, se puede sentenciar que los secuestros se deben negociar a espaldas de la ley y bajo las reglas de voces desconocidas que en ese lapso tienen a su merced la vida y la muerte. Y las víctimas son esclavas de la voluntad.

En el secuestro de Alexandra la negociación falló y la consecuencia fue su muerte.

Al no encontrar respuesta a la encomienda hecha a los padres, y quedar insatisfechos, los captores decidieron dejar a la niña frente a la puerta de su domicilio, pero no a Alexa.

Con ella se ensañaron y su cuerpo fue localizado una semana después (23 de septiembre), al interior de una cueva rumbo al Ajusco.

Feminicidios

En el estado de México así se ensañan con las mujeres, lo dicen las familias de activistas como Lorena Gutiérrez, Elizabeth Machuca, Juana Pedraza o Lidia Guerrero, madres y hermanas de mujeres asesinadas.

También lo revelan las cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública que de forma global entre enero y agosto de 2020 cuantificó 97 feminicidios ocurridos en el estado.

Siendo los meses de junio, julio y agosto los de más alta incidencia con 14, 18 y 17, respectivamente.

Sepelio

La escena es de nueva cuenta en el panteón municipal de Xalatlaco. Allí fue depositado el cuerpo de Alexandra el viernes pasado.

La mujer que llora, es la madre de Ale. Ella apenas se sostiene en pie. Un ramo de brazos la detienen por ratos. Llora mientras las palas terminan de quitarle la última vista de su hija que allí, en ese momento yace sin vida.

"Gracias por venir", levanta la voz un hombre que solo construye esa frase y se echa en llanto.

Se concentraron cerca de 20 personas. Son familiares y amigos. La autoridad municipal no permitió más, por las nuevas reglas de convivencia que obliga la pandemia.

En tiempos de Covid-19 no hay lugar para poderse despedir. La vida colectiva que se añora, ya no existe en México.

Pero al menos pudo haber flores, muchas flores y un mariachi que le tocó algunas piezas a Ale.

Hubo una corona con crisantemos blancos en forma de cruz en la que se leía la frase: "recuerdo de tu mamá" y que quedó encima de la tumba de la joven de 18 años.

En los montes de Xalatlaco se habla con más costumbre que penumbre de la inseguridad, los talamontes y robos. Pero no tanto de los feminicidios como los de Ale, hasta que suceden.

En todo el país, no se habla de ellas, hasta que les ocurre.

El viernes, al mismo tiempo en que se sepultó a Ale, en otro pedazo de México, en Morelia, Michoacán, toda una ciudad se volcó a las calles para protestar por el feminicidio de Jessica González. Otra jovencita de la misma edad a Alexandra y que fue hallada también en una zona boscosa.

El feminicidio de Ale y la voz de su hallazgo corrió por las terracerías de los pueblos, en los jornales y entre las tiendas Diconsa y dispensarios de semillas de Xalatlaco.

También en las redes sociales que han comenzado a exigir justicia. Por lo pronto, nada de eso alienta. Nada, que no sea ver regresar a Ale.

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