Si se le quiere llamar así para ir de acuerdo con uno de los más antiguos rituales del Partido Revolucionario Institucional, está bien, no le afecta a nadie, pero la verdad es que la renuncia de José Antonio Meade Kuribeña a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público no fue, en sentido estricto, pues desde hace tiempo, dentro y fuera del PRI, muchos sabían que el candidato presidencial iba a ser precisamente el encargado del tesoro nacional. Sorpresa y destape hubiera sido si el candidato, oculto entre bambalinas, a quien nadie mencionaba en las quinielas, de buenas a primeras hubiera aparecido como un conejo que salta de una chistera de mago.
El verdadero destape, en versión modificada, ocurrió hace tiempo cuando el secretario de Hacienda, quien había aparecido en una lista de cuatro prospectos filtrada por el propio presidente, hizo acto de presencia en la Cámara de Diputados y todo el mundo “se le cuadró” y le tributó una gran ovación adivinando que por ese rumbo corría el viento de la sucesión.
Después de aquella visita al palacio de San Lázaro, todo fue esperar a que las fuerzas políticas se alinearan y el secretario, ante la convocatoria de su partido, decidiera presentar su renuncia y ésta fuera aceptada por el jefe de la nación, lo que significaría que estaba sucediendo lo que todos esperaban que sucediera.
Esto fue, más que un destape, una confirmación.
El exsecretario Meade es el segundo aspirante que confirma su participación en la gesta electoral de 2018, de la que habrá de salir el sucesor del presidente Enrique Peña Nieto. El otro ya seguro es Andrés Manuel López Obrador, candidato de Morena, quien desde hace cinco años está en la línea de partida. No se les puede reconocer la misma categoría al “Bronco” y a Margarita Zavala porque todavía no terminan de recolectar firmas de apoyo en el número que les exigió el INE –Instituto Nacional Electoral− ni han cumplido la totalidad de los requisitos.
En cuanto al Frente Ciudadano PAN-PRD, sus dirigentes todavía están en la búsqueda de un método apropiado para destapar a su gallo, que, de no ser Ricardo Anaya, presidente del PAN, ni Miguel Ángel Mancera, jefe de gobierno de la Ciudad de México, podría considerarse como un verdadero tapado, pues saltaría a la palestra sin que nadie lo hubiese identificado previamente.
¿Qué tal la haría el Frente Ciudadano si, para hacer honor a su nombre, postulara a un verdadero candidato ciudadano, digamos, para no ir más lejos, alguien del estilo de Juan Ramón de la Fuente, exrector de la UNAM, que tuviera el músculo necesario para enfrentarse a los candidatos ya revelados?
Pero, no. El problema que ahora tiene el PAN, como integrante de la coalición, es que muchos de sus militantes simpatizan con el doctor Meade y si deciden jalar en el sentido que les dicta su conciencia y sumarse a la cargada, podrían dejar nuevamente descobijado al PRD, vestido y alborotado, porque ni Anaya ni Mancera le cumplirían y hasta es probable que el pacto se desgajara por falta de cohesión y de verdadera fuerza electoral. (Mancera, por cierto, ya aclaró, por si alguien no lo tiene claro, que el Frente es creación suya, por lo que, como dueño de la pelota, está en condiciones de precisar las reglas del juego).
Lo cierto es que el fin de año va a encontrar a los mexicanos en un ambiente pre-electoral francamente animado en el que las fuerzas fluyen a veces sin control, por lo que ahora la dificultad consiste, a siete meses de distancia, en saber quién será el futuro presidente de la república, pues hay cosas que están sucediendo y otras que están por suceder.