La ausencia del otro, su alejamiento, su no presencia es algo que no previeron los filósofos, psicólogos, sociólogos y otros estudiosos del comportamiento humano para los niños y niñas de la segunda década del sigo XXI, por lo que esa parte sustancial del género humano, en México, va a tener que enfrentarse a una realidad desconocida.
Cuando los estudiantes −de educación básica, sobre todo− inicien el lunes próximo el año escolar 2020-2021 frente a un televisor o una computadora, van a desarrollar estrategias de aprendizaje que no formaron parte de su experiencia previa.
Y no porque el sistema de educación a distancia sea totalmente desconocido o porque imponga grandes obstáculos a la imaginación de los niños, sino porque simplemente no estaba previsto que esto sucediera así y porque los padres de familia no estaban preparados para crear en su hogar un ambiente que sustituya al salón de clases.
Pero, en algo tiene razón el secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma: es preferible que los niños tomen clases a que no las tomen.
Sería ocioso ponerse a comparar ahora las ventajas de la educación presencial sobre la educación a distancia o viceversa, puesto que no es momento de elegir entre uno y otro sistema. Las escuelas permanecerán cerradas porque así lo exige la salud de los niños y de sus profesores, así que no se trata de optar por un sistema de enseñanza basado en la tecnología o la posposición indefinida de las tareas educativas.
Es lógico pensar que la diversidad de las condiciones de vida familiar traerá consigo una cauda de problemas y contratiempos para los educandos, para sus familiares y para el propio sistema, que no tiene respuestas para todas las dificultades que van a oponerse al desarrollo normal de los alumnos, desde el hecho de que no todos tienen oportunidad de contar con el acompañamiento idóneo y la vigilancia de adultos durante las horas de estudio. Los padres no van a poder asistir al trabajo y estar al mismo tiempo al tanto de lo que sucede en su casa, en horarios variables y en algunos casos dispares, ni los familiares que se ofrezcan a ayudarles van a tener el mismo afán de que los niños aprendan, sin considerar el hecho de que no todos los adultos tienen capacidad para asesorarlos.
De esta manera, la actitud de los educandos, su vocación por el estudio y la voluntad de aprender van a jugar un papel determinante en la prueba que la vida les reserva.
Lo que se gane en conocimientos, madurez y destreza de parte de los niños capaces de superar la prueba, compensará los esfuerzos que el sistema realiza para atenderlos en vez de abandonarlos a su suerte.