/ sábado 5 de agosto de 2023

Reflexiones en textos cortos | La urgencia de vivir en las historias de alguien más

El filósofo Guy Debord apuntó que la idea de ser espectador resulta ser tan atractiva y poderosa que puede provocar que la audiencia se vuelva pasiva. Vivir en los ojos de alguien más es poderoso, anestesia y vuelve al sujeto pasivo, no transforma ni su vida, ni la de nadie. Se conforma con sentir en la vida de alguien más.

Las series en las plataformas de streaming cumplen ese propósito, contar historias que el público no puede vivir, sin embargo corren el riesgo de creer que pueden ser posibles.

Hubo una serie de Televisa hace aproximadamente 10 años que se llamaba “Los Simuladores”, una adaptación a una historia argentina televisiva con el mismo nombre. La serie retrataba a un grupo de personas que resolvían problemas simulando ser policías, abogados o incluso criminales para lograr el objetivo deseado de quiénes lo contrataban; la serie hacía preguntar: ¿En qué punto el engaño mostrado en la serie podría ser efectivo en la vida real?. No sé si la audiencia cuestione lo que observa o interioriza las historias en el marco de que pueden volverse una posibilidad.

El cliché más común de las series se expresa en el tema amoroso. De formas de ser establecidas en los personajes; y muchas veces bajo los esquemas de lo que las feministas llaman “El amor romántico”, en donde la mujer protagoniza un abandono total de sus metas y sueños por alcanzar la felicidad al juntarse con el hombre de su vida. ¡Bah!

La idea de que las personas crean lo que ven en la serie sólo es una parte de mi preocupación. El consumo de capítulos en un solo fin de semana, la demanda de nuevas temporadas. Provoca algo en la memoria, la orgánica, la que no requiere de recordatorios en el smartphone o en las redes sociales.

En las series de los 90s los capítulos de alguna serie llegaban a salir cada semana, el espectador tenía que tener en mente qué era lo que había pasado en el capítulo anterior, apenas se mostraba el siguiente; qué había pasado, en qué se quedó, qué habían hecho los personajes, incluso generaba las hipótesis del futuro de la serie mientras se interactuaba con otras personas que también la veían.

Ahora la inmediatez de los capítulos en disponibilidad absoluta en cuanto se suben a las plataformas, provoca que el contenido no prevalezca en la memoria orgánica, los capítulos se consumen de forma inmediata, y al siguiente año las personas corren el riesgo de no recordar lo que vieron, es instantáneo, no gradual; y lo que es instantáneo, rápido e inmediato no se queda, no permanece, esa es la idea del consumo hasta en las series, se deshecha y probablemente se vuelva a consumir la misma serie vista y olvidada unos años después y se vuelva a pagar por algo que se vio hace mucho tiempo.

Lo rentable de las series en un futuro es que pueden monetizarse varias veces mientras la memoria de las personas siga siendo volátil. A las empresas les conviene que no recordemos, sólo así podremos volver a pagar por ver lo mismo.

El filósofo Guy Debord apuntó que la idea de ser espectador resulta ser tan atractiva y poderosa que puede provocar que la audiencia se vuelva pasiva. Vivir en los ojos de alguien más es poderoso, anestesia y vuelve al sujeto pasivo, no transforma ni su vida, ni la de nadie. Se conforma con sentir en la vida de alguien más.

Las series en las plataformas de streaming cumplen ese propósito, contar historias que el público no puede vivir, sin embargo corren el riesgo de creer que pueden ser posibles.

Hubo una serie de Televisa hace aproximadamente 10 años que se llamaba “Los Simuladores”, una adaptación a una historia argentina televisiva con el mismo nombre. La serie retrataba a un grupo de personas que resolvían problemas simulando ser policías, abogados o incluso criminales para lograr el objetivo deseado de quiénes lo contrataban; la serie hacía preguntar: ¿En qué punto el engaño mostrado en la serie podría ser efectivo en la vida real?. No sé si la audiencia cuestione lo que observa o interioriza las historias en el marco de que pueden volverse una posibilidad.

El cliché más común de las series se expresa en el tema amoroso. De formas de ser establecidas en los personajes; y muchas veces bajo los esquemas de lo que las feministas llaman “El amor romántico”, en donde la mujer protagoniza un abandono total de sus metas y sueños por alcanzar la felicidad al juntarse con el hombre de su vida. ¡Bah!

La idea de que las personas crean lo que ven en la serie sólo es una parte de mi preocupación. El consumo de capítulos en un solo fin de semana, la demanda de nuevas temporadas. Provoca algo en la memoria, la orgánica, la que no requiere de recordatorios en el smartphone o en las redes sociales.

En las series de los 90s los capítulos de alguna serie llegaban a salir cada semana, el espectador tenía que tener en mente qué era lo que había pasado en el capítulo anterior, apenas se mostraba el siguiente; qué había pasado, en qué se quedó, qué habían hecho los personajes, incluso generaba las hipótesis del futuro de la serie mientras se interactuaba con otras personas que también la veían.

Ahora la inmediatez de los capítulos en disponibilidad absoluta en cuanto se suben a las plataformas, provoca que el contenido no prevalezca en la memoria orgánica, los capítulos se consumen de forma inmediata, y al siguiente año las personas corren el riesgo de no recordar lo que vieron, es instantáneo, no gradual; y lo que es instantáneo, rápido e inmediato no se queda, no permanece, esa es la idea del consumo hasta en las series, se deshecha y probablemente se vuelva a consumir la misma serie vista y olvidada unos años después y se vuelva a pagar por algo que se vio hace mucho tiempo.

Lo rentable de las series en un futuro es que pueden monetizarse varias veces mientras la memoria de las personas siga siendo volátil. A las empresas les conviene que no recordemos, sólo así podremos volver a pagar por ver lo mismo.