/ sábado 24 de febrero de 2024

Pensamiento Universitario | La reafirmación de la personalidad tras el volante

Hace unos años salió un documental en Discovery sobre la valentía y las conductas humanas. Una de las cuestiones que más capturó mi atención es: la disposición al dolor como condición indispensable de la valentía. Es decir, ser valiente implica una actitud de aceptación a la posibilidad de que las cosas puedan lastimarnos.

Hay muchas formas en las cuáles podemos categorizar a la valentía, no sólo en el aspecto físico, también la valentía tiene su lugar en las cuestiones emocionales. Tomar una decisión que pueda lastimarnos internamente requiere de cierto valor.

Sin embargo, la valentía en los seres humanos parece volcarse más hacia lo físico que lo emocional, la gente está dispuesta a castigar su cuerpo y no su corazón. De entrada, haciendo una separación tajante entre cuerpo y mente. Pensando que el cuerpo sano tarde o temprano y no requiere de un esfuerzo voluntarioso en donde la consciencia nos hace sanar.

Ponerse en riesgo físico, involucra separarnos de las repercusiones que los demás pueden percibir en el autoinfligirnos daño. Nuestro cuerpo no importa, pero sí le importa nuestro cuerpo a los demás, bueno, en realidad a los que más nos quieren, particularmente la familia.

En el mundo del macho, el riesgo es pieza fundamental para reafirmarse como valeroso, como el ser humano que está separado del miedo, pero sólo el riesgo tiene sentido en lo físico. Los hombres jóvenes sobre pasan los límites de velocidad en carretera, pero no en su soledad, en su aislamiento particular en el volante; lo suelen hacer mientras están acompañados con alguien que buscan impresionar con ese valor que implicar pisar el pedal a fondo de la máquina de cuatro ruedas; y las conductas seguirán mientras sean validadas por quien ocupa el lugar del copiloto.

Ese machismo recalcitrante sólo dirige sus esfuerzos a ese tipo de valor, muy específico, ridículo. Porque cuando se trata de hacerle frente a la responsabilidad, a la finalización de la relación de frente, cara a cara, al rendir cuentas, al desafiar al jefe laboral que tiene mayor poder en ellos, la autoridad que reprime y obtiene ventaja; ahí sí la cobardía sale a flote.

El automóvil no es una máquina, o como diría Marc Augé; no es un “no lugar”, ahí ocurren interacciones específicas, es un espacio privado en donde pasan cosas y esas cosas están determinadas por las condiciones técnicas del carro, un motor potente vuelve susceptible acciones, un auto imponente intimida a los demás en carretera, resulta seductor andar en algo que impone mientras uno no lo puede hacer en persona; los espacios cómodos y amplios vuelven el automóvil aún más íntimo; o incluso el exceso de portavasos, vuelve al coche el desayunador perfecto.

Estar al volante no es algo simple, pues depende del coche al que el volante responde. Pues sí, finalmente hay ciertas ocasiones en donde los objetos gobiernan a las personas.

Hace unos años salió un documental en Discovery sobre la valentía y las conductas humanas. Una de las cuestiones que más capturó mi atención es: la disposición al dolor como condición indispensable de la valentía. Es decir, ser valiente implica una actitud de aceptación a la posibilidad de que las cosas puedan lastimarnos.

Hay muchas formas en las cuáles podemos categorizar a la valentía, no sólo en el aspecto físico, también la valentía tiene su lugar en las cuestiones emocionales. Tomar una decisión que pueda lastimarnos internamente requiere de cierto valor.

Sin embargo, la valentía en los seres humanos parece volcarse más hacia lo físico que lo emocional, la gente está dispuesta a castigar su cuerpo y no su corazón. De entrada, haciendo una separación tajante entre cuerpo y mente. Pensando que el cuerpo sano tarde o temprano y no requiere de un esfuerzo voluntarioso en donde la consciencia nos hace sanar.

Ponerse en riesgo físico, involucra separarnos de las repercusiones que los demás pueden percibir en el autoinfligirnos daño. Nuestro cuerpo no importa, pero sí le importa nuestro cuerpo a los demás, bueno, en realidad a los que más nos quieren, particularmente la familia.

En el mundo del macho, el riesgo es pieza fundamental para reafirmarse como valeroso, como el ser humano que está separado del miedo, pero sólo el riesgo tiene sentido en lo físico. Los hombres jóvenes sobre pasan los límites de velocidad en carretera, pero no en su soledad, en su aislamiento particular en el volante; lo suelen hacer mientras están acompañados con alguien que buscan impresionar con ese valor que implicar pisar el pedal a fondo de la máquina de cuatro ruedas; y las conductas seguirán mientras sean validadas por quien ocupa el lugar del copiloto.

Ese machismo recalcitrante sólo dirige sus esfuerzos a ese tipo de valor, muy específico, ridículo. Porque cuando se trata de hacerle frente a la responsabilidad, a la finalización de la relación de frente, cara a cara, al rendir cuentas, al desafiar al jefe laboral que tiene mayor poder en ellos, la autoridad que reprime y obtiene ventaja; ahí sí la cobardía sale a flote.

El automóvil no es una máquina, o como diría Marc Augé; no es un “no lugar”, ahí ocurren interacciones específicas, es un espacio privado en donde pasan cosas y esas cosas están determinadas por las condiciones técnicas del carro, un motor potente vuelve susceptible acciones, un auto imponente intimida a los demás en carretera, resulta seductor andar en algo que impone mientras uno no lo puede hacer en persona; los espacios cómodos y amplios vuelven el automóvil aún más íntimo; o incluso el exceso de portavasos, vuelve al coche el desayunador perfecto.

Estar al volante no es algo simple, pues depende del coche al que el volante responde. Pues sí, finalmente hay ciertas ocasiones en donde los objetos gobiernan a las personas.