/ miércoles 26 de enero de 2022

Repique inocente | Legado vano


¡Señoras y señores! Mis estimados y siempre lúcidos cuatro lectores. La república entera puede estar tranquila y serena. El arriba firmante tiene ya su testamento político. Este país llamado Estados Unidos Mexicanos, mejor conocido como México, puede respirar tranquilo. Cesen ya las preocupaciones y la inquietud. El futuro llegará, sin duda alguna.

El mío es un testamento ológrafo. Que aunque parezca algo feo y temible significa que me lo dicté a mí mismo —básicamente porque me caigo muy bien, porque estamos en la cuesta de enero y no me alcanzó para los honorarios de los notarios—, de mi ronco pecho.

Si algún día me tengo que someter a un cateterismo, me da Covid o me abducen los antiguos astronautas, en el documento está contenida mi última voluntad para que el país siga adelante.

No se me juzgue de pretencioso. O de padecer alguna megalomanía. Tampoco de ser un mesías tropicalizado. Simplemente no quiero que el país caiga en el desamparo, quede en la oscuridad y le falte la luz. O la excéntrica electricidad.

Todos pueden estar tranquilos. Así como hasta ahora. La marcha del país no necesita en este momento que se conozcan las disposiciones que tengo previstas. Creo firmemente en que tampoco las necesitará en el futuro. El arriba firmante sólo se sintió en la obligación moral de darle un poco de entereza a la república mexicana, si es que le hiciera falta. De lo contrario, y a la visconversa, un texto de esta naturaleza siempre está de sobra. Así que he querido dejar todo dispuesto para que nadie que esté protegido por la Constitución y sus leyes se sienta desamparado. Así de simple.

Ahora bien, si llegara el momento de revelar mis designios, estará claro su estéril materia. Porque por si no se habían dado cuenta, el tiempo de los caudillos ya pasó. Y a la patria, huérfana de sus hijos, le resulta superfluo —vulgo, le viene guango— cualquier expresión de última voluntad. Política, especialmente. Pero alguien tiene que seguir la corriente para imponer una moda pintoresca, puesto que las instituciones son tan sensatas y sólidas como para tomarse en serio los apetitos caudillescos.

Nadie dude de que mis intenciones son buenas. Como bien se sabe, de ellas está empedrado el camino del infierno. Sólo deseo el bien de la nación entera, perfectamente dividida en chairos y fifis.

Algún día ese testamento pasará a la desmemoria de la posteridad. Habrá quien lo describa como una puntada. O quien diga que fue una chacota. Sea cual fuere el tratamiento que reciba en el porvenir, ahí quedará, ignoto. Y el arriba firmante, satisfecho y orondo. Fatuo, con efe mayúscula.

***

Director del noticiario Así Sucede de Grupo Acir Toluca.

Mail: felgonre@gmail.com. Twitter: @FelipeGlz.


¡Señoras y señores! Mis estimados y siempre lúcidos cuatro lectores. La república entera puede estar tranquila y serena. El arriba firmante tiene ya su testamento político. Este país llamado Estados Unidos Mexicanos, mejor conocido como México, puede respirar tranquilo. Cesen ya las preocupaciones y la inquietud. El futuro llegará, sin duda alguna.

El mío es un testamento ológrafo. Que aunque parezca algo feo y temible significa que me lo dicté a mí mismo —básicamente porque me caigo muy bien, porque estamos en la cuesta de enero y no me alcanzó para los honorarios de los notarios—, de mi ronco pecho.

Si algún día me tengo que someter a un cateterismo, me da Covid o me abducen los antiguos astronautas, en el documento está contenida mi última voluntad para que el país siga adelante.

No se me juzgue de pretencioso. O de padecer alguna megalomanía. Tampoco de ser un mesías tropicalizado. Simplemente no quiero que el país caiga en el desamparo, quede en la oscuridad y le falte la luz. O la excéntrica electricidad.

Todos pueden estar tranquilos. Así como hasta ahora. La marcha del país no necesita en este momento que se conozcan las disposiciones que tengo previstas. Creo firmemente en que tampoco las necesitará en el futuro. El arriba firmante sólo se sintió en la obligación moral de darle un poco de entereza a la república mexicana, si es que le hiciera falta. De lo contrario, y a la visconversa, un texto de esta naturaleza siempre está de sobra. Así que he querido dejar todo dispuesto para que nadie que esté protegido por la Constitución y sus leyes se sienta desamparado. Así de simple.

Ahora bien, si llegara el momento de revelar mis designios, estará claro su estéril materia. Porque por si no se habían dado cuenta, el tiempo de los caudillos ya pasó. Y a la patria, huérfana de sus hijos, le resulta superfluo —vulgo, le viene guango— cualquier expresión de última voluntad. Política, especialmente. Pero alguien tiene que seguir la corriente para imponer una moda pintoresca, puesto que las instituciones son tan sensatas y sólidas como para tomarse en serio los apetitos caudillescos.

Nadie dude de que mis intenciones son buenas. Como bien se sabe, de ellas está empedrado el camino del infierno. Sólo deseo el bien de la nación entera, perfectamente dividida en chairos y fifis.

Algún día ese testamento pasará a la desmemoria de la posteridad. Habrá quien lo describa como una puntada. O quien diga que fue una chacota. Sea cual fuere el tratamiento que reciba en el porvenir, ahí quedará, ignoto. Y el arriba firmante, satisfecho y orondo. Fatuo, con efe mayúscula.

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Director del noticiario Así Sucede de Grupo Acir Toluca.

Mail: felgonre@gmail.com. Twitter: @FelipeGlz.