/ viernes 1 de junio de 2018

Pensamiento Universitario


Menos apoyo a la ciencia

Según lo declarado recientemente por el coordinador general del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República, invertir uno por ciento del PIB en ciencia y tecnología fue un compromiso que esta administración dejará en promesa. Si bien en un inicio los montos destinados a estas asignaturas aumentaron, los posteriores recortes presupuestales y la devaluación del peso se han traducido en menores apoyos en términos reales, hasta dejar la situación peor de como se encontraba al empezar el sexenio.

En las últimas décadas los países más avanzados han fortalecido el modelo de la economía del conocimiento, lo cual ha repercutido en modificaciones importantes en sus formas de producción, difusión y uso del saber, además de las maneras de vincular la academia con el sector productivo. Desde luego el cambio requirió de incorporar nuevas orientaciones en las políticas de educación, sobre todo en el nivel superior, y en las del impulso a la ciencia, tecnología e innovación (con presupuestos hasta del 2 por ciento o más del PIB), pues las relaciones productivas entre los diferentes agentes económicos y sociales plantearon otras exigencias en el trabajo de investigación y en los programas de licenciatura y posgrado.

Por eso, hoy en día la prosperidad de esas naciones depende en mucho de sus sistemas de enseñanza, de sus científicos y creadores, y cada vez menos de sus recursos naturales. Los países más exitosos son ahora los que desarrollan mentes de excelencia y exportan bienes con alto valor agregado, y no quienes continúan produciendo materias primas o manufacturas elementales.

Sin embargo, a pesar de las evidencias de cómo enfrentar con ventaja los nuevos desafíos, de ser competitivos y alcanzar mayores niveles de bienestar social, en México los gobiernos poco o nada se preocupan por imitar el ejemplo. Lejos de modernizar la educación, estimular el talento y favorecer la producción científica y tecnológica de vanguardia, sus prioridades van por otros rumbos, destacando las encaminadas a fortalecer las distintas variantes de corrupción y despilfarro.

En esta sufrida nación el ejercicio del gasto público es ineficiente e irracional, debido a lo cual el rezago aumenta y la situación crítica tiende a empeorar. En lugar de invertir en más y mejores universidades, se decide crear organismos suntuosos e ineficientes del tipo de las instancias electorales o las comisiones de derechos humanos, donde es posible identificar estructuras burocráticas excesivas, alejadas de los intereses de la ciudadanía y con muy bajos niveles de reconocimiento.

La conclusión entonces es obvia: reducir el financiamiento a la ciencia, a la formación del capital intelectual, es otro error histórico que pronto va a conducirnos a un estado de catástrofe en varios temas. No sólo por el agotamiento de los recursos naturales y la creciente dependencia de productos y servicios extranjeros, sino también por el castigo a los contribuyentes cautivos y los exagerados niveles de endeudamiento, aunado a la desventaja de contar con una población mayoritariamente mal instruida, sin visión de mejora y subordinada, cada vez más, a la limosna proveniente de los perversos programas asistenciales.


Menos apoyo a la ciencia

Según lo declarado recientemente por el coordinador general del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República, invertir uno por ciento del PIB en ciencia y tecnología fue un compromiso que esta administración dejará en promesa. Si bien en un inicio los montos destinados a estas asignaturas aumentaron, los posteriores recortes presupuestales y la devaluación del peso se han traducido en menores apoyos en términos reales, hasta dejar la situación peor de como se encontraba al empezar el sexenio.

En las últimas décadas los países más avanzados han fortalecido el modelo de la economía del conocimiento, lo cual ha repercutido en modificaciones importantes en sus formas de producción, difusión y uso del saber, además de las maneras de vincular la academia con el sector productivo. Desde luego el cambio requirió de incorporar nuevas orientaciones en las políticas de educación, sobre todo en el nivel superior, y en las del impulso a la ciencia, tecnología e innovación (con presupuestos hasta del 2 por ciento o más del PIB), pues las relaciones productivas entre los diferentes agentes económicos y sociales plantearon otras exigencias en el trabajo de investigación y en los programas de licenciatura y posgrado.

Por eso, hoy en día la prosperidad de esas naciones depende en mucho de sus sistemas de enseñanza, de sus científicos y creadores, y cada vez menos de sus recursos naturales. Los países más exitosos son ahora los que desarrollan mentes de excelencia y exportan bienes con alto valor agregado, y no quienes continúan produciendo materias primas o manufacturas elementales.

Sin embargo, a pesar de las evidencias de cómo enfrentar con ventaja los nuevos desafíos, de ser competitivos y alcanzar mayores niveles de bienestar social, en México los gobiernos poco o nada se preocupan por imitar el ejemplo. Lejos de modernizar la educación, estimular el talento y favorecer la producción científica y tecnológica de vanguardia, sus prioridades van por otros rumbos, destacando las encaminadas a fortalecer las distintas variantes de corrupción y despilfarro.

En esta sufrida nación el ejercicio del gasto público es ineficiente e irracional, debido a lo cual el rezago aumenta y la situación crítica tiende a empeorar. En lugar de invertir en más y mejores universidades, se decide crear organismos suntuosos e ineficientes del tipo de las instancias electorales o las comisiones de derechos humanos, donde es posible identificar estructuras burocráticas excesivas, alejadas de los intereses de la ciudadanía y con muy bajos niveles de reconocimiento.

La conclusión entonces es obvia: reducir el financiamiento a la ciencia, a la formación del capital intelectual, es otro error histórico que pronto va a conducirnos a un estado de catástrofe en varios temas. No sólo por el agotamiento de los recursos naturales y la creciente dependencia de productos y servicios extranjeros, sino también por el castigo a los contribuyentes cautivos y los exagerados niveles de endeudamiento, aunado a la desventaja de contar con una población mayoritariamente mal instruida, sin visión de mejora y subordinada, cada vez más, a la limosna proveniente de los perversos programas asistenciales.