/ sábado 29 de agosto de 2020

Pensamiento Universitario | Cinismo

Comúnmente, el cinismo consiste en la falta de vergüenza al mentir y despreciar las normas y principios morales, tratando de defender hechos deshonrosos y condenables. Es el arma de quien encubre así sus fechorías, en lugar de reconocer errores y aceptar con valentía las consecuencias de sus actos.

Entre la clase política del país esta conducta alcanza ya una etapa superior de perversión, y su práctica recurrente se ha convertido en una de las formas preferidas de relacionarse con los ciudadanos. Si bien esto es inherente a la gran mayoría de los mal llamados servidores públicos, lo ocurrido en los tiempos recientes tiende a superar los niveles de descaro y burla conocidos hasta ahora.

Como muestra, ahí están las presuntas irregularidades mostradas en los videos y la declaración aportados por el exdirector de Pemex, donde, con tal de salvarse él y su parentela, asume el papel de víctima y delator convenenciero, e involucra en la comisión de ilícitos a personas famosas, incluyendo a tres expresidentes y refiriéndose al muy posible fraude en la elección del inmediato anterior. Aunque durante el proceso se deberán probar los delitos, las descripciones verbales y gráficas de este sujeto ponen en evidencia la manera en que opera esa eficaz maquinaria de corrupción, en beneficio personal, familiar y de grupo, de un sinnúmero de pillos incrustados en los puestos de gobierno.

El asunto es que ahora ninguno de los personajes acusados por el exdirector sabe nada, y todos niegan categóricamente haber participado en esas anomalías. No recibieron sobornos por levantar el dedo en favor de determinadas iniciativas en el Congreso y jamás promovieron contratos ilegales ni causaron daños patrimoniales a la nación. En cambio, denuncian venganza política y amenazan con demandar por estar sufriendo perjuicio en su impecable honestidad.

En el mismo sentido se conducen los altos representantes de la “enésima tragedia” (NT), con una serie de absurdos donde se incluye presumir como logro del gobierno el manejo de la pandemia, a pesar de los más de 60 mil fallecidos. Y también la ridícula reacción después de que el hermano del actual presidente fue exhibido en un video y audio difundidos en un medio de comunicación, recibiendo 1.4 millones de pesos en efectivo, supuestamente para la campaña electoral de 2018. Ante la presunción de tratarse de dinero mal habido, no se contesta con argumentos serios y comprobables, pero si se afirma que eso de ninguna manera es corrupción, sino una cooperación del pueblo para el “movimiento libertador”, incluso comparable con el financiamiento aportado por doña Leona Vicario en la Guerra de Independencia, o por quienes en su momento apoyaron a la Revolución Mexicana, poniendo de ejemplo al mismísimo Francisco I. Madero.

En este y en otros temas el escenario se ve catastrófico, pues el cinismo de los políticos y su falta de probidad destruyen la base moral de las instituciones y debilitan aún más nuestra frágil democracia. Su personalidad mentirosa y soberbia impide el debate racional y objetivo acerca de los asuntos fundamentales, despreciando la oportunidad de servir al país en el ámbito de su competencia, así como la satisfacción de hacerlo con lealtad, honradez y profesionalismo.

Comúnmente, el cinismo consiste en la falta de vergüenza al mentir y despreciar las normas y principios morales, tratando de defender hechos deshonrosos y condenables. Es el arma de quien encubre así sus fechorías, en lugar de reconocer errores y aceptar con valentía las consecuencias de sus actos.

Entre la clase política del país esta conducta alcanza ya una etapa superior de perversión, y su práctica recurrente se ha convertido en una de las formas preferidas de relacionarse con los ciudadanos. Si bien esto es inherente a la gran mayoría de los mal llamados servidores públicos, lo ocurrido en los tiempos recientes tiende a superar los niveles de descaro y burla conocidos hasta ahora.

Como muestra, ahí están las presuntas irregularidades mostradas en los videos y la declaración aportados por el exdirector de Pemex, donde, con tal de salvarse él y su parentela, asume el papel de víctima y delator convenenciero, e involucra en la comisión de ilícitos a personas famosas, incluyendo a tres expresidentes y refiriéndose al muy posible fraude en la elección del inmediato anterior. Aunque durante el proceso se deberán probar los delitos, las descripciones verbales y gráficas de este sujeto ponen en evidencia la manera en que opera esa eficaz maquinaria de corrupción, en beneficio personal, familiar y de grupo, de un sinnúmero de pillos incrustados en los puestos de gobierno.

El asunto es que ahora ninguno de los personajes acusados por el exdirector sabe nada, y todos niegan categóricamente haber participado en esas anomalías. No recibieron sobornos por levantar el dedo en favor de determinadas iniciativas en el Congreso y jamás promovieron contratos ilegales ni causaron daños patrimoniales a la nación. En cambio, denuncian venganza política y amenazan con demandar por estar sufriendo perjuicio en su impecable honestidad.

En el mismo sentido se conducen los altos representantes de la “enésima tragedia” (NT), con una serie de absurdos donde se incluye presumir como logro del gobierno el manejo de la pandemia, a pesar de los más de 60 mil fallecidos. Y también la ridícula reacción después de que el hermano del actual presidente fue exhibido en un video y audio difundidos en un medio de comunicación, recibiendo 1.4 millones de pesos en efectivo, supuestamente para la campaña electoral de 2018. Ante la presunción de tratarse de dinero mal habido, no se contesta con argumentos serios y comprobables, pero si se afirma que eso de ninguna manera es corrupción, sino una cooperación del pueblo para el “movimiento libertador”, incluso comparable con el financiamiento aportado por doña Leona Vicario en la Guerra de Independencia, o por quienes en su momento apoyaron a la Revolución Mexicana, poniendo de ejemplo al mismísimo Francisco I. Madero.

En este y en otros temas el escenario se ve catastrófico, pues el cinismo de los políticos y su falta de probidad destruyen la base moral de las instituciones y debilitan aún más nuestra frágil democracia. Su personalidad mentirosa y soberbia impide el debate racional y objetivo acerca de los asuntos fundamentales, despreciando la oportunidad de servir al país en el ámbito de su competencia, así como la satisfacción de hacerlo con lealtad, honradez y profesionalismo.