César Pavón Salinas
Se despidió de la vida con esa caballerosidad que le distinguió siempre: discreto, silencioso, cordial, con la sonrisa en el rostro, tal vez sin poder ocultar, en los últimos momentos, un rictus de dolor… o una merecida sensación de paz. No queremos imaginar su muerte, porque preferimos recordarlo vivo. Tal como era.
El abogado César Pavón Salinas, experimentado litigante del foro toluqueño, cruzó el umbral de la muerte en las primeras horas del domingo, poco antes de que el equipo de los Diablos Rojos, del que fue directivo, jugara en la Bombonera.
No lo veremos más, pero no podemos dejar de recordar que en su lejana juventud fue un talentoso alumno del Instituto Científico y Literario, dirigente del grupo Gremio Estudiantil y adversario político –con una oposición honesta− de los inolvidables Vampiros.
Tampoco dejaremos de señalar que obtuvo el título de abogado y administró con prudencia el legado familiar, así que en el vestíbulo del hotel Plaza Morelos conservó con orgullo un mural pintado por el artista de San Simonito, Leopoldo Flores.
En el último tramo de su vida, como un astado que busca la querencia de las tablas, volvió a la Universidad, de la que era profesor de Derecho, para asumir la representación –nunca la presidencia− de la Fraternidad Institutense, organismo que había quedado acéfalo por la muerte de su animador, el famoso penalista Guillermo Molina Reyes.
César Pavón siguió convocando año tras año, el primer sábado de diciembre, a los integrantes de la Fraternidad, como en su tiempo lo hicieran el licenciado Molina Reyes o los fundadores: Manuel Barquín y Eusebio Mendoza.
A base de una perseverancia a toda prueba y de infinita paciencia, el licenciado Pavón logró que la Universidad Autónoma del Estado de México le destinara a la Fraternidad una oficina en el histórico edificio de Rectoría y que el Consejo Universitario les otorgara a sus integrantes, colectivamente, la distinción “Rector honoris causa”. Vistieron toga y birrete en el Aula Magna y su representante recibió de manos del rector Jorge Olvera las insignias del rectorado honorario.
César Pavón continuó atendiendo los asuntos de la Fraternidad hasta donde la salud se lo permitió: la reunión anual del primer sábado de diciembre, la ofrenda floral al pie del monumento a los maestros, obra de Ignacio Asúnsolo y Vicente Mendiola y la tradicional comida que la UAEM ofrece a los institutenses en la Casa de las Diligencias.
César fue un asiduo lector de Portaleando, en El Sol de Toluca. Donde quiera que nos encontráramos me lo hacía saber y, a manera de prueba, mencionaba el tema más reciente. Por esta razón, la columna que leía hoy está dedicada a él. Descanse en paz.