Ahora que el motor de la economía está funcionando de nuevo, por lo menos en ralentí, tras la prolongada desaceleración provocada por la crisis sanitaria, es conveniente volver la mirada hacia el turismo, actividad que genera numerosas fuentes de trabajo y proporciona ingresos tanto a las empresas del descanso placentero como a las personas que giran en su entorno.
La industria hotelera y restaurantera se encuentra entre las más castigadas por el paro y por el momento la reanudación de sus actividades es gradual, con severos límites en el aforo de huéspedes y comensales.
Los pequeños comerciantes y prestadores de servicios que se benefician también con el arribo de turistas están topando con serias dificultades para alcanzar ingresos mínimos que les permitan continuar en el negocio, ya que el paro los descapitalizó y su futuro inmediato no ofrece la perspectiva de una pronta recuperación.
Por esta razón es necesario impulsar el turismo criollo, aunque sea de fines de semana y días festivos a sabiendas de que en estos días es impensable el turismo internacional, por lo menos a gran escala mientras que los principales destinos turísticos del país, sobre todo los de playa, tienen una capacidad limitada para atender a un turismo que no deja de enfrentar restricciones.
Esta es la oportunidad de echarle un vistazo a los numerosos atractivos turísticos de la entidad, algunos de ellos poco conocidos por los propios mexiquenses, que pueden ser recorridos en automóvil, no en aviones ni en autobuses que tantos inconvenientes presentan para garantizar la seguridad de los visitantes.
El sur y el norte del estado, bellas regiones que han recibido en menor medida los latigazos de la pandemia y que, por lo mismo, ofrecen un entorno más seguro, son pródigos en sitios de gran belleza natural enriquecidos con sorprendentes tradiciones y pintorescas costumbres que son capaces de reconciliar al viajero con su propia identidad cultural, social y etnográfica.
De este modo, mientras que es posible volver a pensar en destinos lejanos para ocupar el tiempo libre, ¿por qué no disfrutar de ese enorme mosaico cultural que está al alcance de todos aun cuando en ocasiones sea más justamente apreciado por extraños, incluso por extranjeros, que por los propios mexiquenses.
En circunstancias como ésta suele aplicarse la frase aquella de que “el pez es el último que descubre el agua”, porque acostumbrado como está a vivir en ella, termina por no verla ni sentir intensamente su presencia.
Vale la pena, además, dar la mano, aunque sea por excepción, a los coterráneos que permanecieron semanas y meses sin explotar a plenitud su medio de ganarse la vida ya no sólo en las empresas turísticas, sino en las muchas actividades que las complementan.