/ miércoles 4 de diciembre de 2019

Repique inocente | Los pipiripao al volante


Estos días en el valle de Toluca hay un tráfico del demonio. Me dirán que es típico de la temporada de fin de año y les concederé tal aseveración. Pero eso no impide que hagamos algo —los que manejamos vehículos a motor y las autoridades— para que el tránsito de automotores sea una penuria llevadera.

El Centro Mario Molina dice que en Toluca hay 327 autos por cada mil habitantes. Dato del año 2009. Proporción que en 10 años debe haber subido. Esa misma fuente cifraba en 500 mil los autos compactos y subcompactos, camionetas y camiones de transporte público y carga en circulación en el valle de Toluca. Es decir, lo que simple y llanamente viene siendo un titipuchal.

Lo que viene a continuación son lacrimógenas expresiones. Las calamidades propias y ajenas que son producto de la mala costumbre, la desidia, el egoísmo y la falta de autoridad.

En estos días iba transitando tranquilamente, pensando en mis cosas, por cierta calle de la colonia Electricistas Locales, cuyo nombre no mencionaré, pero se llama Otumba, cuando se me apareció de frente una camioneta blanca, de esos modelos de lujo, manejada por un veinteañero, acompañado de un par de señoras sexagenarias.

El joven iba circulando en sentido contrario como quien le tiene sin cuidado el mundo y en plan sácalepunta… Le hice la seña de que la circulación correcta era de oriente a poniente, a lo que contestó con algunos aspavientos que interpreté como que se presentaba como el mismísimo Juan Camaney —o su equivalente—, así que decidí hacerme a un ladito para que pasara su majestad y seguir mi camino. De pasada, de ventanilla a ventanilla, tuvo a bien informarme en tono airado que iba a su casa en la misma calle… supuse que eso significaba que se sentía con todo el derecho del mundo de circular como se le viniera en gana. Y es que ante una razón de ese tamaño, no existe ni lógica ni regla que atender: voy derecho pa’ mi cantón y no me quito.

Un espíritu semejante parece tener poseídos a varios miles de manejadores en la ciudad de Toluca. Voy a la tienda de enfrente, así que aquí me estaciono y me vale un soberano cacahuate el desgarriate que se forme. Me estaciono en doble fila para dejar —o esperar— a mis vástagos de mis amores y que ruede la bola. Me atravieso el camellón porque me da harta flojera recorrer otros 500 metros hasta donde se encuentra el retorno. Subo a la motocicleta a toda mi parentela y que nos proteja la Divina Providencia. Circulo con mi camionzote por los carriles y avenidas destinadas para los vehículos ligeros. Nomás voy a que me forren los regalos, así que aguántense. No cedo el paso porque pierdo segundos valiosísimos para llegar a mi destino. Lanzo una sonora mentada con el claxon para ver si así desaparece o vuela el carro de adelante. No respeto ni señales ni semáforos ni la lógica más elemental porque soy el pipiripao.

Así, le avientan el camión a la señora y la señora la echa lámina al del compacto y el del compacto se estaciona donde se le pega su regalada gana, lo que le estorba al camión y así hasta el infinito…

Y aquí, mis estimados cuatro lectores, pueden agregar otras actitudes que se retratan de manera cotidiana por las calles de la ciudad capital del estado de México.

Digan lo que digan, en Toluca el tránsito de vehículos no tienen autoridad que lo regule. Vale la ley del más fuerte o la del que carece por completo de progenitora. Solo porque ya mero es navidad.

Mail: felgonre@gmail.com. Twitter: @FelipeGlz.


Estos días en el valle de Toluca hay un tráfico del demonio. Me dirán que es típico de la temporada de fin de año y les concederé tal aseveración. Pero eso no impide que hagamos algo —los que manejamos vehículos a motor y las autoridades— para que el tránsito de automotores sea una penuria llevadera.

El Centro Mario Molina dice que en Toluca hay 327 autos por cada mil habitantes. Dato del año 2009. Proporción que en 10 años debe haber subido. Esa misma fuente cifraba en 500 mil los autos compactos y subcompactos, camionetas y camiones de transporte público y carga en circulación en el valle de Toluca. Es decir, lo que simple y llanamente viene siendo un titipuchal.

Lo que viene a continuación son lacrimógenas expresiones. Las calamidades propias y ajenas que son producto de la mala costumbre, la desidia, el egoísmo y la falta de autoridad.

En estos días iba transitando tranquilamente, pensando en mis cosas, por cierta calle de la colonia Electricistas Locales, cuyo nombre no mencionaré, pero se llama Otumba, cuando se me apareció de frente una camioneta blanca, de esos modelos de lujo, manejada por un veinteañero, acompañado de un par de señoras sexagenarias.

El joven iba circulando en sentido contrario como quien le tiene sin cuidado el mundo y en plan sácalepunta… Le hice la seña de que la circulación correcta era de oriente a poniente, a lo que contestó con algunos aspavientos que interpreté como que se presentaba como el mismísimo Juan Camaney —o su equivalente—, así que decidí hacerme a un ladito para que pasara su majestad y seguir mi camino. De pasada, de ventanilla a ventanilla, tuvo a bien informarme en tono airado que iba a su casa en la misma calle… supuse que eso significaba que se sentía con todo el derecho del mundo de circular como se le viniera en gana. Y es que ante una razón de ese tamaño, no existe ni lógica ni regla que atender: voy derecho pa’ mi cantón y no me quito.

Un espíritu semejante parece tener poseídos a varios miles de manejadores en la ciudad de Toluca. Voy a la tienda de enfrente, así que aquí me estaciono y me vale un soberano cacahuate el desgarriate que se forme. Me estaciono en doble fila para dejar —o esperar— a mis vástagos de mis amores y que ruede la bola. Me atravieso el camellón porque me da harta flojera recorrer otros 500 metros hasta donde se encuentra el retorno. Subo a la motocicleta a toda mi parentela y que nos proteja la Divina Providencia. Circulo con mi camionzote por los carriles y avenidas destinadas para los vehículos ligeros. Nomás voy a que me forren los regalos, así que aguántense. No cedo el paso porque pierdo segundos valiosísimos para llegar a mi destino. Lanzo una sonora mentada con el claxon para ver si así desaparece o vuela el carro de adelante. No respeto ni señales ni semáforos ni la lógica más elemental porque soy el pipiripao.

Así, le avientan el camión a la señora y la señora la echa lámina al del compacto y el del compacto se estaciona donde se le pega su regalada gana, lo que le estorba al camión y así hasta el infinito…

Y aquí, mis estimados cuatro lectores, pueden agregar otras actitudes que se retratan de manera cotidiana por las calles de la ciudad capital del estado de México.

Digan lo que digan, en Toluca el tránsito de vehículos no tienen autoridad que lo regule. Vale la ley del más fuerte o la del que carece por completo de progenitora. Solo porque ya mero es navidad.

Mail: felgonre@gmail.com. Twitter: @FelipeGlz.