/ miércoles 29 de agosto de 2018

Subrayando


Voz y voto familiar

Cambiar una cultura ancestral no es fácil, pasar del patriarcado o matriarcado a darle voz y voto a cada miembro de la familia y reconocer plenamente los derechos de cada uno de sus integrantes, cumpliendo las obligaciones de cada uno para mejorar las condiciones de vida, es lo más adecuado, pero ya se ha visto que no bastan disposiciones, ni lineamientos, ni leyes para que se cumpla.

La familia es sin duda la base más firme del tejido social, pero a través del tiempo ha venido cambiando, hay ya muchas clasificaciones y modelos de familia. La sociedad, la globalización, los medios digitales y las comunicaciones han facilitado el intercambio de culturas y con ello de costumbres, México está inmerso en ese mundo cambiante.

México se ha comprometido a respetar los derechos, la equidad en el reconocimiento, a equilibrar tareas, gastos, responsabilidades en cada hogar mexicano, se ha comprometido también a nivel internacional a disminuir cargas y doble o triple jornada a la mujer, para repartir el trabajo doméstico entre la pareja y los miembros de la familia.

Eso desde hace varios años. Algo ha cambiado pero muy poco, muy lentamente, sigue esa doble jornada, siguen “las tareas específicas femeninas”, del cuidado al adulto mayor, al enfermo, al discapacitado, sólo por la mujer en la casa.

El gobierno también tiene culpa, implementando programas que fomentan la irresponsabilidad, la exigencia sólo de derechos, sin conocer siquiera las obligaciones. Programas que impiden la adecuada planificación familiar, fomentando mayor número de hijos que van a recibir apoyo económico, recursos que muchas veces, originan violencia porque alguien de la familia lo exige y utiliza para “sus distracciones”.

Ojalá se dé un paso firme hacia el respeto de los derechos humanos de cada miembro de la familia, exigiendo a cada uno, también el cumplimiento de las obligaciones familiares, sociales, cívicas. Ojalá se reestructuren los programas y acciones públicas, privadas, religiosas, se coordinen las instituciones con el mismo objetivo, porque una sola dependencia pública, una ley, sin la participación de todas y de la sociedad, no lo va a lograr, por muy buena que sea la idea.


Voz y voto familiar

Cambiar una cultura ancestral no es fácil, pasar del patriarcado o matriarcado a darle voz y voto a cada miembro de la familia y reconocer plenamente los derechos de cada uno de sus integrantes, cumpliendo las obligaciones de cada uno para mejorar las condiciones de vida, es lo más adecuado, pero ya se ha visto que no bastan disposiciones, ni lineamientos, ni leyes para que se cumpla.

La familia es sin duda la base más firme del tejido social, pero a través del tiempo ha venido cambiando, hay ya muchas clasificaciones y modelos de familia. La sociedad, la globalización, los medios digitales y las comunicaciones han facilitado el intercambio de culturas y con ello de costumbres, México está inmerso en ese mundo cambiante.

México se ha comprometido a respetar los derechos, la equidad en el reconocimiento, a equilibrar tareas, gastos, responsabilidades en cada hogar mexicano, se ha comprometido también a nivel internacional a disminuir cargas y doble o triple jornada a la mujer, para repartir el trabajo doméstico entre la pareja y los miembros de la familia.

Eso desde hace varios años. Algo ha cambiado pero muy poco, muy lentamente, sigue esa doble jornada, siguen “las tareas específicas femeninas”, del cuidado al adulto mayor, al enfermo, al discapacitado, sólo por la mujer en la casa.

El gobierno también tiene culpa, implementando programas que fomentan la irresponsabilidad, la exigencia sólo de derechos, sin conocer siquiera las obligaciones. Programas que impiden la adecuada planificación familiar, fomentando mayor número de hijos que van a recibir apoyo económico, recursos que muchas veces, originan violencia porque alguien de la familia lo exige y utiliza para “sus distracciones”.

Ojalá se dé un paso firme hacia el respeto de los derechos humanos de cada miembro de la familia, exigiendo a cada uno, también el cumplimiento de las obligaciones familiares, sociales, cívicas. Ojalá se reestructuren los programas y acciones públicas, privadas, religiosas, se coordinen las instituciones con el mismo objetivo, porque una sola dependencia pública, una ley, sin la participación de todas y de la sociedad, no lo va a lograr, por muy buena que sea la idea.