/ lunes 26 de julio de 2021

Contexto | El mundo en una cocina 

Antes todos los viernes en Toluca era día de plaza en el centro de Toluca.

Alrededor del que ahora es el Cosmovitral sobre las calles de Lerdo, Juárez, el Pasaje 16 de septiembre y Rayón se ponía un mercado enorme en el que se encontraba casi todo, ropa, telas para coser, retazos, comida preparada, nieves, animales vivos, jarcería, sombreros, entre miles de productos más que se exhibían en los “puestos”, y en el que convivían todas las clases sociales, género y nivel de ingreso.

A eso del mediodía, y después de “hacer la plaza”, en la cocina de mi abuela se reunían ella y sus marchantas a tomar taco de plaza acompañadas de café árabe: la cultura indígena y la libanesa se fusionaban. Al verlas, sin preguntar y sin que me explicarán nada, aprendí la multiculturalidad.

En mi casa también convivían varias creencias religiosas. Mi abuelo era ortodoxo y nunca dejo de cumplir con su iglesia, mi abuela era maronita y nunca dejo de cumplir con su iglesia y mis padres eran católicos y siempre, también, cumplieron. Ahí aprendí el sentido y la importancia de la tolerancia. Siempre presencie el respeto a la creencia del otro. Nunca hubo la más mínima discusión sobre a qué rito deberíamos ir, todos participábamos.

Todos esos recuerdos me vinieron al preguntarme que podríamos hacer, como humanidad, para organizarnos y pensarnos de manera diferente frente a la pandemia. Necesitamos una nueva forma de organizarnos socialmente.

Creo que no podemos seguir viviendo como antes, al menos por algún tiempo, a pesar de que el gobierno quiera volvernos a la “normalidad”, que al sistema le conviene, antes de pensar de manera diferente a la sociedad, a la manera de educar, de intercambiar y de convivir y tal vez, entonces, replicar la manera en que se hacía la cocina antes pueda ser un modelo a desarrollar para establecer en otros términos la vida social.

En la cocina se convivía de manera muy intensa y hasta cierto punto democrática. Ahí todos los miembros de la familia participaban activamente desde los adultos hasta los niños. Era siempre una manera de coexistencia corta pero muy intensa y en torno a la cual la familia, sin saberlo siquiera, se integraba.

De esa manera de hacer la vida se pueden extraer muchas lecciones.

En primer lugar en torno a la cocina se hace hogar, es decir, un lugar en donde se percibe y se aprende el sentido de pertenencia y de identidad que contrasta con la sociedad actual en donde el individualismo, la vida apresurada aleja a los seres humanos unos de otros.

En segundo lugar, el trabajo colectivo y la solidaridad. En efecto, en la cocina podemos desarrollar capacidades para aprender que el trabajo solidario lleva a lograr objetivos comunes. Esta quien muele la carne, mi abuela lo hacía en el metate pero se nos pedía a nosotros, niños hombres, que nos avocáramos a hacerlo, otros vaciaban las calabazas, otros preparaban un café o alguna agua para acompañar la tertulia, otros lavaban los platos o incluso el suelo, pero en torno a ello, se hacía familia, se hacía comunidad. Eso fortalecía los lazos.

En tercer lugar, da una idea de cómo organizar la división del trabajo de manera natural y reconocer las habilidades para ciertas tareas. Habrá quien no tenga habilidades para cocinar pero si para poner una mesa o incluso servir.

En cuarto lugar, el proceso de enseñanza, porque en la vida de la cocina se aprende nuevas cosas pero se trasmite también cultura y en ello se llevan las tradiciones.

En quinto lugar la ventilación hoy tan necesaria en nuestros espacios frente a la pandemia. La cocina es generalmente un espacio abierto en el que la ventilación es necesaria.

Y puede un sexto o séptimo u octavo principio… y más porque cada cocina es un mundo y el mundo se puede sintetizar en una cocina. Y más ejemplos, en las zonas rurales la vida se hace en torno al comal en donde se preparan las tortillas, los albañiles conviven en torno a la fogata que preparan para preparar su comida.

Las sociedades actuales nos obligan a vivir en compartimientos, a hacer de la vida cotidiana y de nuestra propia vida una actividad como si fuera de la sociedad industrial, con tiempos, con rutinas como vida de cronometro.

Tal vez pensar a la vida social como una cocina pueda ser un principio para imaginar, en estos tiempos, una manera nueva de convivencia, de educación, de identidad y de integración.



Correo: contextotoluca@gmail.com


Antes todos los viernes en Toluca era día de plaza en el centro de Toluca.

Alrededor del que ahora es el Cosmovitral sobre las calles de Lerdo, Juárez, el Pasaje 16 de septiembre y Rayón se ponía un mercado enorme en el que se encontraba casi todo, ropa, telas para coser, retazos, comida preparada, nieves, animales vivos, jarcería, sombreros, entre miles de productos más que se exhibían en los “puestos”, y en el que convivían todas las clases sociales, género y nivel de ingreso.

A eso del mediodía, y después de “hacer la plaza”, en la cocina de mi abuela se reunían ella y sus marchantas a tomar taco de plaza acompañadas de café árabe: la cultura indígena y la libanesa se fusionaban. Al verlas, sin preguntar y sin que me explicarán nada, aprendí la multiculturalidad.

En mi casa también convivían varias creencias religiosas. Mi abuelo era ortodoxo y nunca dejo de cumplir con su iglesia, mi abuela era maronita y nunca dejo de cumplir con su iglesia y mis padres eran católicos y siempre, también, cumplieron. Ahí aprendí el sentido y la importancia de la tolerancia. Siempre presencie el respeto a la creencia del otro. Nunca hubo la más mínima discusión sobre a qué rito deberíamos ir, todos participábamos.

Todos esos recuerdos me vinieron al preguntarme que podríamos hacer, como humanidad, para organizarnos y pensarnos de manera diferente frente a la pandemia. Necesitamos una nueva forma de organizarnos socialmente.

Creo que no podemos seguir viviendo como antes, al menos por algún tiempo, a pesar de que el gobierno quiera volvernos a la “normalidad”, que al sistema le conviene, antes de pensar de manera diferente a la sociedad, a la manera de educar, de intercambiar y de convivir y tal vez, entonces, replicar la manera en que se hacía la cocina antes pueda ser un modelo a desarrollar para establecer en otros términos la vida social.

En la cocina se convivía de manera muy intensa y hasta cierto punto democrática. Ahí todos los miembros de la familia participaban activamente desde los adultos hasta los niños. Era siempre una manera de coexistencia corta pero muy intensa y en torno a la cual la familia, sin saberlo siquiera, se integraba.

De esa manera de hacer la vida se pueden extraer muchas lecciones.

En primer lugar en torno a la cocina se hace hogar, es decir, un lugar en donde se percibe y se aprende el sentido de pertenencia y de identidad que contrasta con la sociedad actual en donde el individualismo, la vida apresurada aleja a los seres humanos unos de otros.

En segundo lugar, el trabajo colectivo y la solidaridad. En efecto, en la cocina podemos desarrollar capacidades para aprender que el trabajo solidario lleva a lograr objetivos comunes. Esta quien muele la carne, mi abuela lo hacía en el metate pero se nos pedía a nosotros, niños hombres, que nos avocáramos a hacerlo, otros vaciaban las calabazas, otros preparaban un café o alguna agua para acompañar la tertulia, otros lavaban los platos o incluso el suelo, pero en torno a ello, se hacía familia, se hacía comunidad. Eso fortalecía los lazos.

En tercer lugar, da una idea de cómo organizar la división del trabajo de manera natural y reconocer las habilidades para ciertas tareas. Habrá quien no tenga habilidades para cocinar pero si para poner una mesa o incluso servir.

En cuarto lugar, el proceso de enseñanza, porque en la vida de la cocina se aprende nuevas cosas pero se trasmite también cultura y en ello se llevan las tradiciones.

En quinto lugar la ventilación hoy tan necesaria en nuestros espacios frente a la pandemia. La cocina es generalmente un espacio abierto en el que la ventilación es necesaria.

Y puede un sexto o séptimo u octavo principio… y más porque cada cocina es un mundo y el mundo se puede sintetizar en una cocina. Y más ejemplos, en las zonas rurales la vida se hace en torno al comal en donde se preparan las tortillas, los albañiles conviven en torno a la fogata que preparan para preparar su comida.

Las sociedades actuales nos obligan a vivir en compartimientos, a hacer de la vida cotidiana y de nuestra propia vida una actividad como si fuera de la sociedad industrial, con tiempos, con rutinas como vida de cronometro.

Tal vez pensar a la vida social como una cocina pueda ser un principio para imaginar, en estos tiempos, una manera nueva de convivencia, de educación, de identidad y de integración.



Correo: contextotoluca@gmail.com