/ lunes 11 de octubre de 2021

Contexto | Una tarde en una ciudad cualquiera 

La vida parece casi normal.

En la calle pocas mascarillas que cubran el rostro, las madres que con sus carreolas volvieron a salir desde hace semanas pasean a sus pequeños, en los parques empieza a haber un poco de bullicio, los turistas se apuran a hacer sus compras de lo que consideran el grito de la última moda, en el metro los mismos de siempre, los de antes de la pandemia: trabajadores de color, empleadas de servicio doméstico de rostro indígena quienes, con gesto cansado, se dirigen de vuelta a sus hogares que quedan lejos de la gran capital, los cuerpos fatigados de hombres mayores que no pueden dejar de trabajar pues aun deben aportar a la vida en familia, de los choferes que han dejado los autobuses solo para tener que volver al día siguiente a su jornada habitual. Los rostros, las expresiones, parecen no haber cambiado, la mascarilla solo cubre el poco de fastidio que queda. Pero, bueno, ya las calles se vuelven transitables después de tanto confinamiento, de encierro, de lo que llaman la vida en sociedad.

Poco, en realidad, ha cambiado. Las terrazas y los restaurantes se empiezan a llenar de comensales que solo quieren disfrutar de ver a la gente, de verse a si mismos como si se volvieran a descubrir.

Al observar todo esto, uno se pregunta ¿en que cambio la vida después de haber vivido la pandemia?

Es un domingo ya de tarde y aún la luz no desaparece. Sin querer se vuelve a los mismos lugares solo para recordar el primer y el último beso, la despedida infinita de lo que no quiso ser en ese momento, los eternos recuerdos que quedan en las calles caminadas, en las conversaciones secretas, en las miradas que se cruzaban para decir no se sabe que cosas, en ver esa arquitectura grandiosa, uniforme, blanca y color arena que hace parecer que, en cada rincón, en cada esquina, volverás a encontrar lo que dejaste de recuerdos.

Pero nada y todo parecer seguir igual.

Esa tarde también te metes en una iglesia, te santiguas, te sientas, te pones a rezar todas las oraciones de las que te acuerdas. Miras a lo alto y los vitrales empiezan a dejar de pasar la luz que les da un brillo melancólico pero que se empieza a ir. Observas a los turistas que ven la decoración gótica de una iglesia vieja y solo recuerdas y recuerdas. Y permaneces ahí como en solitario y esperando una voz que nunca llega.

Sales y piensas en escribir algo serio. Algo así como que los poloneses no quieren, pese a su gobierno, en salirse de la Unión Europea; o de como los muertos por la pandemia en México, que aun son muchos cada día parece a nadie ya importarle; o como los migrantes de Haití, de Oaxaca o de África siguen en sus viajes eternos hacia América o Europa; o como China o Dubai pretenden llevarse a sus países algunos organismos de la naciones unidas que al grueso de la población le importa un bledo, o…

Pero no. Era mejor contar otra historia que tampoco a nadie le importa, la de un caminante en una ciudad que solo le trae recuerdos, música, nostalgia y mucho de los amores que se van diluyendo en esas calles tan llenas de recuerdos y de vida.





correo:contextotoluca@hotmail.com

La vida parece casi normal.

En la calle pocas mascarillas que cubran el rostro, las madres que con sus carreolas volvieron a salir desde hace semanas pasean a sus pequeños, en los parques empieza a haber un poco de bullicio, los turistas se apuran a hacer sus compras de lo que consideran el grito de la última moda, en el metro los mismos de siempre, los de antes de la pandemia: trabajadores de color, empleadas de servicio doméstico de rostro indígena quienes, con gesto cansado, se dirigen de vuelta a sus hogares que quedan lejos de la gran capital, los cuerpos fatigados de hombres mayores que no pueden dejar de trabajar pues aun deben aportar a la vida en familia, de los choferes que han dejado los autobuses solo para tener que volver al día siguiente a su jornada habitual. Los rostros, las expresiones, parecen no haber cambiado, la mascarilla solo cubre el poco de fastidio que queda. Pero, bueno, ya las calles se vuelven transitables después de tanto confinamiento, de encierro, de lo que llaman la vida en sociedad.

Poco, en realidad, ha cambiado. Las terrazas y los restaurantes se empiezan a llenar de comensales que solo quieren disfrutar de ver a la gente, de verse a si mismos como si se volvieran a descubrir.

Al observar todo esto, uno se pregunta ¿en que cambio la vida después de haber vivido la pandemia?

Es un domingo ya de tarde y aún la luz no desaparece. Sin querer se vuelve a los mismos lugares solo para recordar el primer y el último beso, la despedida infinita de lo que no quiso ser en ese momento, los eternos recuerdos que quedan en las calles caminadas, en las conversaciones secretas, en las miradas que se cruzaban para decir no se sabe que cosas, en ver esa arquitectura grandiosa, uniforme, blanca y color arena que hace parecer que, en cada rincón, en cada esquina, volverás a encontrar lo que dejaste de recuerdos.

Pero nada y todo parecer seguir igual.

Esa tarde también te metes en una iglesia, te santiguas, te sientas, te pones a rezar todas las oraciones de las que te acuerdas. Miras a lo alto y los vitrales empiezan a dejar de pasar la luz que les da un brillo melancólico pero que se empieza a ir. Observas a los turistas que ven la decoración gótica de una iglesia vieja y solo recuerdas y recuerdas. Y permaneces ahí como en solitario y esperando una voz que nunca llega.

Sales y piensas en escribir algo serio. Algo así como que los poloneses no quieren, pese a su gobierno, en salirse de la Unión Europea; o de como los muertos por la pandemia en México, que aun son muchos cada día parece a nadie ya importarle; o como los migrantes de Haití, de Oaxaca o de África siguen en sus viajes eternos hacia América o Europa; o como China o Dubai pretenden llevarse a sus países algunos organismos de la naciones unidas que al grueso de la población le importa un bledo, o…

Pero no. Era mejor contar otra historia que tampoco a nadie le importa, la de un caminante en una ciudad que solo le trae recuerdos, música, nostalgia y mucho de los amores que se van diluyendo en esas calles tan llenas de recuerdos y de vida.





correo:contextotoluca@hotmail.com