Uno
El caso de la esposa del expresidente Felipe Calderón, Margarita Zavala, es típico de una persona que puede estar a favor o en contra de un partido político según se lo dicten sus intereses personales. Si ya el Partido Acción Nacional no daba señales de querer postularla como su candidata a la presidencia de la república, simplemente renunció y decidió buscar ese codiciado cargo por su cuenta y con muy escasas probabilidades de lograrlo.
Tal vez no sea cierto que la señora Zavala se haya prestado a urdir una acción concertada para debilitar al PAN en su alianza con el PRD y picar piedra contra otros partidos, pero está claro que no quiso perderse la emocionante aventura de las primeras damas argentinas que secundaron a sus esposos en el ejercicio del poder en algo que bien podría llamarse “síndrome de Evita”, pues aun cuando ella no ocupó la presidencia de su país en más de un aspecto rebasó a su esposo, el presidente Juan Domingo Perón.
A menos que las cosas cambien sorpresivamente, puede decirse que Margarita Zavala, en su incontrolable impaciencia de ser candidata a la presidencia, quemó sus naves en una salida sin retorno del partido que encarnaba la promesa de su triunfo electoral.
Dos
El exagerado número de aspirantes que manifestaron ante el INE su intención de figurar como candidatos independientes en la sucesión presidencial 2018 sólo se explica en función de que la mayoría de ellos no aspira realmente a ganar la presidencia, lo cual es poco menos que imposible, sino a obtener algún tipo de beneficio personal. El “Bronco”, por ejemplo, va a tratar de repetir la proeza electoral que lo llevó al palacio de gobierno de Nuevo León, pero no tardará en convencerse de que no todo el país es tierra de Jauja, ni a todos los mexicanos les gusta el cabrito al pastor.
Cuando el INE depure la lista y vea quiénes cumplen los términos de la convocatoria y quiénes no, el número de aspirantes va a entrar en caída libre y cuando se analice el millón de firmas que cada uno tendrá que presentar en febrero de 2018, se hará el ajuste final y van a quedar con vida dos o tres, a manera de muestra, para aparentar la existencia de un sistema democrático.
Por lo pronto, hay quienes registraron su nombre en el INE como quien compra un billete de lotería porque piensa que va a hacerse rico o por lo menos va a obtener reintegro o un premio menor. Sucede como en la ruleta: el que apuesta al número busca un premio grande y el que apuesta al color se conforma con una discreta ganancia.
Tres
Al que menos le preocupa lo que está sucediendo, antes bien le agrada y le conviene, es al PRI, que con tantos opositores al frente, aunque ninguno lo supere en votos, va a encontrar más despejado el camino para lograr un refrendo y continuar en Los Pinos.
Veámoslo así: con que obtenga la misma votación que hace cinco años, aún sin contar los votos de sus partidos satélites, el riesgo de perder la elección es bajo, porque entre el frente opositor PAN-PRD, los partidos pequeños que no formen coalición y los independientes que sobrevivan al auto de fe de febrero van a repartirse los sufragios y, a menos que Morena salga con banderas desplegadas de esta turbamulta y crezca durante la campaña, entre todos van a darle al PRI el control de las cifras finales.
En opinión de muchos, ésta no es la realidad deseada, porque piensan que la mejor solución es la alternancia –con las malas cuentas que hasta hoy ha ofrecido−, pero eso podía darse por seguro cuando el PRD no había propuesto un matrimonio de conveniencia, ni el PAN había iniciado su quema de judas, ni los independientes habían aparecido en el horizonte como estrellas errantes, porque ahora, la verdad, los que más se hacen bolas son los propios políticos y los más perplejos son los electores que antes del temblor mantenían al PRI en el fondo de las encuestas de intención de voto.