/ viernes 8 de junio de 2018

Pensamiento Universitario


Degradación Ambiental

Sin ser motivo de festejo, el pasado 5 de junio se conmemoró el llamado Día Mundial del Medio Ambiente. Como bien lo dijeron algunos estudiosos de la materia, los tiempos de ninguna manera son para escuchar discursos triunfalistas ni las promesas de siempre, sino de reflexión profunda, ante la criminal destrucción del entorno, debido a las malas acciones del ser humano y al modo negativo de enfrentar el problema por parte de las autoridades.

A pesar de la drástica alteración del medio, los procesos desequilibrantes continúan agravando la situación, principalmente en temas relacionados con el cambio climático global y su efecto en la modificación de los climas locales y regionales, el aumento de los gases tóxicos en la atmósfera, el calentamiento excesivo, el derretimiento de los glaciares, la destrucción de la capa de ozono, la lluvia ácida y la destrucción de los ecosistemas naturales. Respetar y cuidar el lugar donde se habita es un deber de todas las personas, de cualquier edad y condición social, pues el deterioro no sólo repercute en diversas enfermedades y una defectuosa calidad de la vida, sino contribuye también a agudizar los daños de un mundo cada vez más devastado.

Por desgracia las cosas empeoran en las poblaciones subdesarrolladas, cuando lo raquítico de sus valores y los bajos niveles educativos no les permite tener una conciencia plena acerca de actos a diario realizados en perjuicio de la naturaleza. Incluso, el atraso y la ignorancia no ayudan a tener una presencia destacada en cuestiones de democracia que en su momento se pudiese traducir en la capacidad de elegir liderazgos políticos bien preparados, con visión de futuro y realmente capaces de contribuir a la modernidad y al progreso de una sociedad.

Así, al manifestarse la ineptitud y corrupción de las administraciones públicas, surge en paralelo una extensa serie de calamidades, entre las cuales destacan el deficiente ordenamiento territorial, el tránsito vehicular caótico, la desaparición de los espacios arbolados, contaminación de suelo, agua y aire, aunado a la acumulación de grandes cantidades de desechos, entre ellos los tecnológicos, cuya recolección y manejo integral es por lo común ineficaz y retardado, según puede verse en los centros urbanos gobernados por burocracias de incompetencia aterradora. Para colmo, se debe soportar la ambición desmedida de los negociantes metidos a servidores públicos, cuyo afán por conseguir riqueza les lleva a realizar y concesionar obras suntuosas y altamente dañinas al entorno, de la magnitud de los proyectos carreteros, trenes interurbanos y aeropuertos.

Sin duda la humanidad enfrenta un reto enorme frente a un problema de amplias repercusiones económicas, sociales, legales y éticas. Si en estos momentos no nos preocupamos por llevar a cabo las acciones necesarias para revertir el desastre, quizá las siguientes generaciones ya no tengan tiempo de hacerlo. Por ello, como una cuestión de responsabilidad individual y colectiva, es obligado un cambio de actitud con la convicción de que el camino seguido hasta ahora no es inevitable, de que es posible fomentar la armonía y depurar las relaciones con la naturaleza, de lo cual depende nuestra subsistencia.


Degradación Ambiental

Sin ser motivo de festejo, el pasado 5 de junio se conmemoró el llamado Día Mundial del Medio Ambiente. Como bien lo dijeron algunos estudiosos de la materia, los tiempos de ninguna manera son para escuchar discursos triunfalistas ni las promesas de siempre, sino de reflexión profunda, ante la criminal destrucción del entorno, debido a las malas acciones del ser humano y al modo negativo de enfrentar el problema por parte de las autoridades.

A pesar de la drástica alteración del medio, los procesos desequilibrantes continúan agravando la situación, principalmente en temas relacionados con el cambio climático global y su efecto en la modificación de los climas locales y regionales, el aumento de los gases tóxicos en la atmósfera, el calentamiento excesivo, el derretimiento de los glaciares, la destrucción de la capa de ozono, la lluvia ácida y la destrucción de los ecosistemas naturales. Respetar y cuidar el lugar donde se habita es un deber de todas las personas, de cualquier edad y condición social, pues el deterioro no sólo repercute en diversas enfermedades y una defectuosa calidad de la vida, sino contribuye también a agudizar los daños de un mundo cada vez más devastado.

Por desgracia las cosas empeoran en las poblaciones subdesarrolladas, cuando lo raquítico de sus valores y los bajos niveles educativos no les permite tener una conciencia plena acerca de actos a diario realizados en perjuicio de la naturaleza. Incluso, el atraso y la ignorancia no ayudan a tener una presencia destacada en cuestiones de democracia que en su momento se pudiese traducir en la capacidad de elegir liderazgos políticos bien preparados, con visión de futuro y realmente capaces de contribuir a la modernidad y al progreso de una sociedad.

Así, al manifestarse la ineptitud y corrupción de las administraciones públicas, surge en paralelo una extensa serie de calamidades, entre las cuales destacan el deficiente ordenamiento territorial, el tránsito vehicular caótico, la desaparición de los espacios arbolados, contaminación de suelo, agua y aire, aunado a la acumulación de grandes cantidades de desechos, entre ellos los tecnológicos, cuya recolección y manejo integral es por lo común ineficaz y retardado, según puede verse en los centros urbanos gobernados por burocracias de incompetencia aterradora. Para colmo, se debe soportar la ambición desmedida de los negociantes metidos a servidores públicos, cuyo afán por conseguir riqueza les lleva a realizar y concesionar obras suntuosas y altamente dañinas al entorno, de la magnitud de los proyectos carreteros, trenes interurbanos y aeropuertos.

Sin duda la humanidad enfrenta un reto enorme frente a un problema de amplias repercusiones económicas, sociales, legales y éticas. Si en estos momentos no nos preocupamos por llevar a cabo las acciones necesarias para revertir el desastre, quizá las siguientes generaciones ya no tengan tiempo de hacerlo. Por ello, como una cuestión de responsabilidad individual y colectiva, es obligado un cambio de actitud con la convicción de que el camino seguido hasta ahora no es inevitable, de que es posible fomentar la armonía y depurar las relaciones con la naturaleza, de lo cual depende nuestra subsistencia.