/ martes 18 de septiembre de 2018

Contexto


Hace 20 años

En efecto, hace 20 años la crisis económica derivada de la caída del banco americano Lehman Brothers vino a cambiar muchas cosas en el mundo.

Fue la punta del iceberg de conflictos mayores que estaban escondidos.

Fue una consecuencia del abuso del capital.

Fue la síntesis de una historia basada en el engaño y la hipocresía.

Muchos pueblos, pequeños ahorradores y grandes también, se vieron afectados.

Fue el inicio de una crisis mundial cuyas consecuencias se observan aún el día de hoy.

Han sido económicas y son, ahora, sobre todo, políticas.

El mundo parece moverse en altos niveles de confusión.

En este panorama las sociedades viven y tienen su propio dinamismo. La gente sale a las calles, se divierte, juega, asiste a los espectáculos, trabaja, educa a sus hijos, ve los partidos de futbol de sus equipos favoritos.

Las sociedades y los hombres se transforman pero no se extinguen.

Así lo creían las viejas culturas.

Las actuales con la dinámica que imponen los medios hacen que la vida se reduzca a lo inmediato.

Pero lo general está cambiando sin tener un rumbo fijo y mucho menos cierto.

Los movimientos anti sistema están siendo cada vez más intensos. Unas veces se van más a la izquierda, otra veces más a la derecha.

Pero van contra todo un sistema privilegios de las élites, sean económicas o políticas.

Pasó con el Brexit en Inglaterra. Ahora el gobierno inglés no tiene una brújula clara de cómo salirse de la comunidad económica europea sin afectar de manera importante el bienestar de su propiedad.

En Suecia la extrema derecha tiene mayoría.

La llegada de Trump es uno de los mejores ejemplos pero no el único. Es el síntoma como decía Barack Obama. El mal es mayor.

Así, en París el presidente se ve obligado a lanzar un programa para combatir la pobreza en ese país.

En China la actriz estrella es sancionada por abusos y actitudes que afectan los valores de la sociedad tradicional China.

Pero algo es cierto.

Después de la crisis las desigualdades sociales se han incrementado de manera importante y las tasas de pobres aumentan y otra vez el sector financiero se sigue inflando sin saber las consecuencias del futuro.

Los movimientos migratorios aumentan en un fenómeno que ya parece imparable.

Sucede en la frontera de México con los Estados Unidos, en la de los países europeos con toda el África, en los movimientos en medio oriente.

La migración es el signo de los tiempos.

Se pretende combatir con muros, con valles de hierro, con barreras legales. Nadie lo podrá detener y frente a ello no hay alternativa ni política ni económica.

Por otra parte el sentimiento de impunidad sobre las élites políticas y financieras sigue creciendo, lo mismo en Europa, que en Asia, que en medio oriente.

Las sociedades están hartas de los excesos de las élites y de la impunidad también.

Los pueblos exigen más discreción y austeridad de sus gobiernos.

Ante todo esto no hay alternativa posible.

La crisis fue hace veinte años. Hoy el mundo tiene un futuro incierto.


Hace 20 años

En efecto, hace 20 años la crisis económica derivada de la caída del banco americano Lehman Brothers vino a cambiar muchas cosas en el mundo.

Fue la punta del iceberg de conflictos mayores que estaban escondidos.

Fue una consecuencia del abuso del capital.

Fue la síntesis de una historia basada en el engaño y la hipocresía.

Muchos pueblos, pequeños ahorradores y grandes también, se vieron afectados.

Fue el inicio de una crisis mundial cuyas consecuencias se observan aún el día de hoy.

Han sido económicas y son, ahora, sobre todo, políticas.

El mundo parece moverse en altos niveles de confusión.

En este panorama las sociedades viven y tienen su propio dinamismo. La gente sale a las calles, se divierte, juega, asiste a los espectáculos, trabaja, educa a sus hijos, ve los partidos de futbol de sus equipos favoritos.

Las sociedades y los hombres se transforman pero no se extinguen.

Así lo creían las viejas culturas.

Las actuales con la dinámica que imponen los medios hacen que la vida se reduzca a lo inmediato.

Pero lo general está cambiando sin tener un rumbo fijo y mucho menos cierto.

Los movimientos anti sistema están siendo cada vez más intensos. Unas veces se van más a la izquierda, otra veces más a la derecha.

Pero van contra todo un sistema privilegios de las élites, sean económicas o políticas.

Pasó con el Brexit en Inglaterra. Ahora el gobierno inglés no tiene una brújula clara de cómo salirse de la comunidad económica europea sin afectar de manera importante el bienestar de su propiedad.

En Suecia la extrema derecha tiene mayoría.

La llegada de Trump es uno de los mejores ejemplos pero no el único. Es el síntoma como decía Barack Obama. El mal es mayor.

Así, en París el presidente se ve obligado a lanzar un programa para combatir la pobreza en ese país.

En China la actriz estrella es sancionada por abusos y actitudes que afectan los valores de la sociedad tradicional China.

Pero algo es cierto.

Después de la crisis las desigualdades sociales se han incrementado de manera importante y las tasas de pobres aumentan y otra vez el sector financiero se sigue inflando sin saber las consecuencias del futuro.

Los movimientos migratorios aumentan en un fenómeno que ya parece imparable.

Sucede en la frontera de México con los Estados Unidos, en la de los países europeos con toda el África, en los movimientos en medio oriente.

La migración es el signo de los tiempos.

Se pretende combatir con muros, con valles de hierro, con barreras legales. Nadie lo podrá detener y frente a ello no hay alternativa ni política ni económica.

Por otra parte el sentimiento de impunidad sobre las élites políticas y financieras sigue creciendo, lo mismo en Europa, que en Asia, que en medio oriente.

Las sociedades están hartas de los excesos de las élites y de la impunidad también.

Los pueblos exigen más discreción y austeridad de sus gobiernos.

Ante todo esto no hay alternativa posible.

La crisis fue hace veinte años. Hoy el mundo tiene un futuro incierto.