/ lunes 1 de agosto de 2022

Contexto | Galita

…a mis hijos



Cuentan que hace tiempo en una estrella no muy lejana había un ser invisible que buscaba un lugar en donde poder habitar. Era un alma que vagabundeaba por el universo en busca de un poco de resguardado para dejar esa soledad que lo rodeaba. Un día en uno de sus viajes, porque pasaba de galaxia en galaxia y brincaba de estrella en estrella, se detuvo por un instante en ese lugar, que luego sabría, se llamaba La Tierra.

Desde los más lejos observaba a casi todo lo que lo que vivía…veía a los peces revolotear en el mar y a las aves nadar por los aires, a los arboles hablar entre si y a las flores que le hablaban con sus aromas diciéndole “anda, ven, se una de nosotras” y solo les enviaba una sonrisa. Ese mundo le gustaba pero seguía buscando, seguía observando.

Un día descubrió que además de los habitantes del mar, del cielo y de la tierra existían otros seres que le fascinaron por sus sonrisas, sus carcajadas y sus juegos inocentes. Eran unos seres pequeños, a los que luego sabría les llamaban niñas y niños. Quería estar con ellos, convivir con ellos, jugar con ellos, lanzarse al vacío con ellos…eran como las pequeñas estrellitas en las que viajaba: seres con luz propia que solo iluminaban a su alrededor.

Y fue así como empezó a imaginar cómo estar con ellos.

Y resulta que un buen día y sin saber cómo, una niña, que siempre la soñaba, le empezó a dar forma. Y fue así como se fue transformando. Primero su cuerpo adquirió un color de oro brillante que parecía una luz como las estrellas en las que viajaba, luego unos ojos negros que se escondían en un fondo blanquísimo y con los que quería ver las sonrisas de esa pequeña, una orejitas con las que podría escuchar las carcajadas y unas patitas con las que podría correr detrás de ellos.

Ah pero como siempre en las historias buenas, el destino le ponía condiciones. Primero no podría hablar, segundo debía crecer al ritmo de los niños y tercero su visita debía ser temporal…a pesar de ello lo aceptó sabiendo que algún día iba a dejar de ver, de escuchar esas sonrisas…

Los niños, que eran cinco, la acariciaban, jugaban con ella, le lanzaban pelotas y ella alegre les quería decir lo feliz que estaba y fue así como para mostrarles que estaba contenta se le formó una pequeña colita que danzaba al ritmo de su alegría…

Y fue así como vivió con cinco niños rodeados siempre de alegría y felicidad…niñas y niños que eran como el resumen del amor que ella buscaba…pero también del amor que quería dar. Y la nombraron Gala, pues era, como el origen de su nombre, “la hermosa” alegre, cariñosa, con sentido del humor, protectora y comprensiva. Ahí los niños supieron que el nombre era también destino.

Y así fue como los niños y Gala vivieron su larga vida…y la llamaban la princesa y se mojaban con ella y se tiraban al suelo y jugaban y jugaban y jugaban y la veían triste y junto a ellos cuando alguno enfermaba o lloraba por la razón que fuera, así cerquita sin decir casi nada.

…y pasaron los años. Y los años de Gala se alargaban pues se alimentaban con el amor que la rodeaba. Ella siempre los esperaba y cuando se juntaban todos eran niños…entre ellos el tiempo nunca pasaba.

…pero un día, Gala se despidió, su pelo empezó a blanquear y a perder el brillo que volvía a transformarse en esa luz que la había traído a ellos…poco a poco se iba otra vez al universo: El más pequeño de los niños guardó en sus manos, mientras sus hermanas lo miraban, esa luz que les dejaba.

…Gala luego lo supimos todos era amor que el universo le da a los niños…ahora esta, como al principio, viéndolos desde el universo.



Correo: contextotoluca@gmail.com

…a mis hijos



Cuentan que hace tiempo en una estrella no muy lejana había un ser invisible que buscaba un lugar en donde poder habitar. Era un alma que vagabundeaba por el universo en busca de un poco de resguardado para dejar esa soledad que lo rodeaba. Un día en uno de sus viajes, porque pasaba de galaxia en galaxia y brincaba de estrella en estrella, se detuvo por un instante en ese lugar, que luego sabría, se llamaba La Tierra.

Desde los más lejos observaba a casi todo lo que lo que vivía…veía a los peces revolotear en el mar y a las aves nadar por los aires, a los arboles hablar entre si y a las flores que le hablaban con sus aromas diciéndole “anda, ven, se una de nosotras” y solo les enviaba una sonrisa. Ese mundo le gustaba pero seguía buscando, seguía observando.

Un día descubrió que además de los habitantes del mar, del cielo y de la tierra existían otros seres que le fascinaron por sus sonrisas, sus carcajadas y sus juegos inocentes. Eran unos seres pequeños, a los que luego sabría les llamaban niñas y niños. Quería estar con ellos, convivir con ellos, jugar con ellos, lanzarse al vacío con ellos…eran como las pequeñas estrellitas en las que viajaba: seres con luz propia que solo iluminaban a su alrededor.

Y fue así como empezó a imaginar cómo estar con ellos.

Y resulta que un buen día y sin saber cómo, una niña, que siempre la soñaba, le empezó a dar forma. Y fue así como se fue transformando. Primero su cuerpo adquirió un color de oro brillante que parecía una luz como las estrellas en las que viajaba, luego unos ojos negros que se escondían en un fondo blanquísimo y con los que quería ver las sonrisas de esa pequeña, una orejitas con las que podría escuchar las carcajadas y unas patitas con las que podría correr detrás de ellos.

Ah pero como siempre en las historias buenas, el destino le ponía condiciones. Primero no podría hablar, segundo debía crecer al ritmo de los niños y tercero su visita debía ser temporal…a pesar de ello lo aceptó sabiendo que algún día iba a dejar de ver, de escuchar esas sonrisas…

Los niños, que eran cinco, la acariciaban, jugaban con ella, le lanzaban pelotas y ella alegre les quería decir lo feliz que estaba y fue así como para mostrarles que estaba contenta se le formó una pequeña colita que danzaba al ritmo de su alegría…

Y fue así como vivió con cinco niños rodeados siempre de alegría y felicidad…niñas y niños que eran como el resumen del amor que ella buscaba…pero también del amor que quería dar. Y la nombraron Gala, pues era, como el origen de su nombre, “la hermosa” alegre, cariñosa, con sentido del humor, protectora y comprensiva. Ahí los niños supieron que el nombre era también destino.

Y así fue como los niños y Gala vivieron su larga vida…y la llamaban la princesa y se mojaban con ella y se tiraban al suelo y jugaban y jugaban y jugaban y la veían triste y junto a ellos cuando alguno enfermaba o lloraba por la razón que fuera, así cerquita sin decir casi nada.

…y pasaron los años. Y los años de Gala se alargaban pues se alimentaban con el amor que la rodeaba. Ella siempre los esperaba y cuando se juntaban todos eran niños…entre ellos el tiempo nunca pasaba.

…pero un día, Gala se despidió, su pelo empezó a blanquear y a perder el brillo que volvía a transformarse en esa luz que la había traído a ellos…poco a poco se iba otra vez al universo: El más pequeño de los niños guardó en sus manos, mientras sus hermanas lo miraban, esa luz que les dejaba.

…Gala luego lo supimos todos era amor que el universo le da a los niños…ahora esta, como al principio, viéndolos desde el universo.



Correo: contextotoluca@gmail.com