/ lunes 17 de enero de 2022

Contexto | Juguemos al amor 

Siempre había soñado con estar con alguien solo por amor, así sin más y así de simple. Un amor sin un por qué.

Un algo alejado de todos los miedos que a lo largo de la vida se van acumulando.

Había leído una y otra vez las historias de Romeo y Julieta, de Tristán e Isolda, de Anna Karenina, de Cyrano y Roxanne, de Madame Bovary, de El Principito y la rosa, de Larisa Fiódorovna y Zhivago, de Paris y Helena, de Hamlet y Ofelia, de Drácula y Mina, de Don Juan y Doña Inés y sabía que un amor así era posible: un amor sin adjetivos, sin orgullo, sin prejuicios.

Así de simple, el amor. Porque cuentan las historias que los grandes amores nacen muchas veces entre tragedias, entre dolores y secretos y por eso se hacen infinitos, y por eso todos los recuerdan incluso los mismos amorosos.

Son los amores que nunca se olvidan y permanecen por siempre.

Así caminaba él por la vida en busca de ese amor simplemente porque quería vivir.

Mientras su vida transcurría entre penumbras, entre voces que en el silencio parecían guiarlo a un destino inesperado, a un destino cuyo final solo le podía anunciar el corazón cuando palpitara. Entre tanto era como un espectro en el que transcurría el tiempo y la vida monótona de cualquier ser vivo que se distraía con las rutinas de siempre, levantarse, bañarse, salir de prisa para llegar a una oficina a servir al jefe, a conversar de nada con sus compañeros de trabajo, a comer siempre a toda prisa, y luego salir para verse en un espejo como si fuera maniquí de un escaparate en el que se reflejaban, como espectros, todo el mundo que lo rodeaba: los fantasmas que le distraían, entre risas macabras, con sus conversaciones inocuas sobre la imbecilidad humana.

Así se le iba el tiempo porque no encontraba la rendija que lo llevará al amor, aunque fuera solo por unos instantes y poder decir que, por lo menos, había vivido.

Y se le iba el tiempo y el tiempo pasaba, y mientras la búsqueda del amor se alejaba.

Pero un día, así como sin querer la vio, la imaginó y se inventó con ella y se empezaron a descubrir, a asombrase y a amarse…la deseo y se desearon a ser ellos dos y solo uno y para decirse todo sin palabras.

Un día la miró a los ojos y vio al cielo y vio a Dios en ellos y se vio en ella…y quiso recuperar su alma infantil para que el amor ya no se le perdiera.

…y fue así como le musito al oído…” ¿jugamos al amor?”, porque sabía que si lo guardaba así el amor se quedaría por siempre porque en las almas infantiles el amor nunca tiene un por qué.



Correo: contextotoluca@gmail.com

Siempre había soñado con estar con alguien solo por amor, así sin más y así de simple. Un amor sin un por qué.

Un algo alejado de todos los miedos que a lo largo de la vida se van acumulando.

Había leído una y otra vez las historias de Romeo y Julieta, de Tristán e Isolda, de Anna Karenina, de Cyrano y Roxanne, de Madame Bovary, de El Principito y la rosa, de Larisa Fiódorovna y Zhivago, de Paris y Helena, de Hamlet y Ofelia, de Drácula y Mina, de Don Juan y Doña Inés y sabía que un amor así era posible: un amor sin adjetivos, sin orgullo, sin prejuicios.

Así de simple, el amor. Porque cuentan las historias que los grandes amores nacen muchas veces entre tragedias, entre dolores y secretos y por eso se hacen infinitos, y por eso todos los recuerdan incluso los mismos amorosos.

Son los amores que nunca se olvidan y permanecen por siempre.

Así caminaba él por la vida en busca de ese amor simplemente porque quería vivir.

Mientras su vida transcurría entre penumbras, entre voces que en el silencio parecían guiarlo a un destino inesperado, a un destino cuyo final solo le podía anunciar el corazón cuando palpitara. Entre tanto era como un espectro en el que transcurría el tiempo y la vida monótona de cualquier ser vivo que se distraía con las rutinas de siempre, levantarse, bañarse, salir de prisa para llegar a una oficina a servir al jefe, a conversar de nada con sus compañeros de trabajo, a comer siempre a toda prisa, y luego salir para verse en un espejo como si fuera maniquí de un escaparate en el que se reflejaban, como espectros, todo el mundo que lo rodeaba: los fantasmas que le distraían, entre risas macabras, con sus conversaciones inocuas sobre la imbecilidad humana.

Así se le iba el tiempo porque no encontraba la rendija que lo llevará al amor, aunque fuera solo por unos instantes y poder decir que, por lo menos, había vivido.

Y se le iba el tiempo y el tiempo pasaba, y mientras la búsqueda del amor se alejaba.

Pero un día, así como sin querer la vio, la imaginó y se inventó con ella y se empezaron a descubrir, a asombrase y a amarse…la deseo y se desearon a ser ellos dos y solo uno y para decirse todo sin palabras.

Un día la miró a los ojos y vio al cielo y vio a Dios en ellos y se vio en ella…y quiso recuperar su alma infantil para que el amor ya no se le perdiera.

…y fue así como le musito al oído…” ¿jugamos al amor?”, porque sabía que si lo guardaba así el amor se quedaría por siempre porque en las almas infantiles el amor nunca tiene un por qué.



Correo: contextotoluca@gmail.com