/ lunes 28 de diciembre de 2020

Contexto | La distopia 2020 

Vivíamos en la distopia y no lo sabíamos.

La realidad desveló ese mundo indeseable en el que estábamos.

De pronto nos dimos cuenta que no existía la utopía y que vivir en un mundo mejor no era lo que se estaba construyendo.

La utopía simplemente no existe…o dejo de existir.

La pandemia reveló todas las miserias de las sociedades en las que vivimos.

Desnudó los sentimientos de todos, los buenos y los malos.

Mostró, en lo político, la cara de las clases dirigentes, principalmente en los países autoritarios o de partido dominante (como es el caso de México, Brasil, Turquía o Rusia), que utilizan el discurso de la salud, no por salud en sí misma o para evitar muertes o atender a los enfermos, sino para ocultar las deficiencias de sus propias gestiones. La epidemia mostró el rostro verdadero del ejercicio del poder. Más allá de llevar a mundos prometidos, el aterrizaje fue en la construcción del mundo indeseable en el que viven muchas sociedades.

Mostró, en lo colectivo, las frustraciones de sociedades avocadas y educadas para el consumo y al placer pasajero de las relaciones, de las amistades, de los cariños y de los amores. Reveló que no son tantos los leales con las causas comunes, que el placer efímero de las cosas dominaba sobre cualquier gesto de solidaridad. Los centros de consumo de todo lo innecesario estaban llenos en prácticamente todas las sociedades, más que los bienes básicos o comida las personas se disputaban un televisor, unas prendas de vestir, unos gadgets tan caros como innecesarios, bebidas como el elixir del gozo ante la perspectiva de la muerte o simplemente adornos de festividades que tal vez no se volverían a vivir.

La angustia por vivir era el otro rostro del temor a la muerte.

Mostró a sociedades espantadas con la normalización de la muerte pasando de la incredulidad a la indiferencia hasta saber que alguien cerca era vulnerable o víctima.

Mostró que en lo individual muchos no eran importantes para muchos como aquel hombre que decidió no felicitar a aquellos que solía felicitar cada año con motivo de las fiestas de diciembre y se dio cuenta que nadie lo había felicitado mientras observaba sus redes sociales en espera de un Feliz Navidad que nunca llego y se quedó con su propia soledad durante días.

Mostró que los ritos inútiles de otros tiempos, y que eran tan importantes, perdían sentido: la admiración por el artista, por el futbolista, por el actor o la actriz, por el cantante, en fin por todo lo que rodea a la sociedad que basa su felicidad en el espectáculo.

Mostró que muchos no sabían qué hacer con su vida, su familia, sus amigos porque sus relaciones se basaban en todos esos distractores que les aparentaban una unidad que no estaba basada en la convivencia.

Pero mostró también que una parte de la utopía se podía cumplir en los espacios más cercanos, en los más íntimos: el estar con la pareja y descubrir nuevos mundos inexplorados de convivencia, el compartir con los hermanos un te quiero, el saber amar a la distancia sin esperar nada a cambio, el amar aunque los cuerpos no estuvieran cerca, el hacer uso de la tecnología para compartir sentimientos, el saber que no solo viajar permite descubrir nuevos mundos ni tener nuevas vivencias.

…pero la distopía se hizo evidente en prácticamente todas las sociedades, mostroó un mundo que estaba ahí y que nos iba consumiendo los sentimientos, los afectos y hasta la existencia misma frente al otro.

La distopía, dice Wikipedia, es la antiutopía, una sociedad indeseable en si misma por su deshumanización…a la que nos han llevado las clases políticas dominantes…tal vez ni George Orwel, ni Huxley, ni Bradbury, ni Philip K. Dick se imaginaron una distopía tan real como la que se vive hoy.

Correo: contextotoluca@gmail.com


Vivíamos en la distopia y no lo sabíamos.

La realidad desveló ese mundo indeseable en el que estábamos.

De pronto nos dimos cuenta que no existía la utopía y que vivir en un mundo mejor no era lo que se estaba construyendo.

La utopía simplemente no existe…o dejo de existir.

La pandemia reveló todas las miserias de las sociedades en las que vivimos.

Desnudó los sentimientos de todos, los buenos y los malos.

Mostró, en lo político, la cara de las clases dirigentes, principalmente en los países autoritarios o de partido dominante (como es el caso de México, Brasil, Turquía o Rusia), que utilizan el discurso de la salud, no por salud en sí misma o para evitar muertes o atender a los enfermos, sino para ocultar las deficiencias de sus propias gestiones. La epidemia mostró el rostro verdadero del ejercicio del poder. Más allá de llevar a mundos prometidos, el aterrizaje fue en la construcción del mundo indeseable en el que viven muchas sociedades.

Mostró, en lo colectivo, las frustraciones de sociedades avocadas y educadas para el consumo y al placer pasajero de las relaciones, de las amistades, de los cariños y de los amores. Reveló que no son tantos los leales con las causas comunes, que el placer efímero de las cosas dominaba sobre cualquier gesto de solidaridad. Los centros de consumo de todo lo innecesario estaban llenos en prácticamente todas las sociedades, más que los bienes básicos o comida las personas se disputaban un televisor, unas prendas de vestir, unos gadgets tan caros como innecesarios, bebidas como el elixir del gozo ante la perspectiva de la muerte o simplemente adornos de festividades que tal vez no se volverían a vivir.

La angustia por vivir era el otro rostro del temor a la muerte.

Mostró a sociedades espantadas con la normalización de la muerte pasando de la incredulidad a la indiferencia hasta saber que alguien cerca era vulnerable o víctima.

Mostró que en lo individual muchos no eran importantes para muchos como aquel hombre que decidió no felicitar a aquellos que solía felicitar cada año con motivo de las fiestas de diciembre y se dio cuenta que nadie lo había felicitado mientras observaba sus redes sociales en espera de un Feliz Navidad que nunca llego y se quedó con su propia soledad durante días.

Mostró que los ritos inútiles de otros tiempos, y que eran tan importantes, perdían sentido: la admiración por el artista, por el futbolista, por el actor o la actriz, por el cantante, en fin por todo lo que rodea a la sociedad que basa su felicidad en el espectáculo.

Mostró que muchos no sabían qué hacer con su vida, su familia, sus amigos porque sus relaciones se basaban en todos esos distractores que les aparentaban una unidad que no estaba basada en la convivencia.

Pero mostró también que una parte de la utopía se podía cumplir en los espacios más cercanos, en los más íntimos: el estar con la pareja y descubrir nuevos mundos inexplorados de convivencia, el compartir con los hermanos un te quiero, el saber amar a la distancia sin esperar nada a cambio, el amar aunque los cuerpos no estuvieran cerca, el hacer uso de la tecnología para compartir sentimientos, el saber que no solo viajar permite descubrir nuevos mundos ni tener nuevas vivencias.

…pero la distopía se hizo evidente en prácticamente todas las sociedades, mostroó un mundo que estaba ahí y que nos iba consumiendo los sentimientos, los afectos y hasta la existencia misma frente al otro.

La distopía, dice Wikipedia, es la antiutopía, una sociedad indeseable en si misma por su deshumanización…a la que nos han llevado las clases políticas dominantes…tal vez ni George Orwel, ni Huxley, ni Bradbury, ni Philip K. Dick se imaginaron una distopía tan real como la que se vive hoy.

Correo: contextotoluca@gmail.com