/ lunes 11 de mayo de 2020

Contexto | La pedagogía de la intolerancia y la violencia en el Covid-19

Son ya tiempos diferentes.

Algo habrá de cambiar en el comportamiento social, en el familiar y en el de las relaciones personales y de trabajo.

Además de muerte, y sobre todo muchos miedos, la emergencia sanitaria ha dejado huellas, cicatrices, que difícilmente se habrán de borrar en, al menos, una generación. Cambiará un poco la manera de relacionarnos, cambiara la manera de viajar, la de los amantes para amarse, también la manera de besar (ay de mí y de todos) como instinto natural del amor para hacerse más racional y cuidadosa, la de cuidar a los viejos, pero también a los niños y también el orden de una casa, su acceso y los patrones de limpieza o el almacenamiento de los productos.

En todo este cambio, la sociedad es la responsable, con pedazos de información que toma de donde puede (redes sociales, consejos de amigos, televisión, radio entre otros) de los cambios que vienen y en los que el Estado puede o no ser actor activo y conductor del mismo. La actitud de los políticos hoy se muestra de manera nítida, sus vocaciones, sus debilidades y sus excesos.

En estos tiempos hay un elemento importante que se desnuda: la pedagogía de la intolerancia y de la violencia.

La primera viene de las clases políticas dirigentes, los políticos en turno, que son los responsables del manejo de la emergencia sanitaria. No podía ser de otra manera. El Estado es quien concentra la mayoría de recursos para atenderla. Hoy los responsables están más expuestos y las sociedades los observan. Algunos la habrán pasado bien o, al menos, de manera aceptable; otros desnudaron sus instintos básicos sobre todo el de la intolerancia.

Los espectáculos, por parte de los actores desde el gobierno, pueden ser patéticos y transmitir a las sociedades mensajes que la confunden y muestran una manera de ser en el ejercicio del poder. Uno de ellos es el de la intolerancia frente a la opinión de otros, frente a visiones que pueden ser mejores o peores para atender la crisis. La intolerancia, tarde o temprano, lleva al error: se confunde a la sociedad, se confunde el tamaño del problema, se confunden los tiempos y sobre todo la atención a la emergencia y se envía un mensaje a la sociedad equivocado. Se confunde el medio con el fin que es el de atender de manera cierta la crisis del Covid-19, sobre todo en un países que, como Brasil o México, llenos de diferencias regionales, económicas, sociales y de acceso a la información o los Estados Unidos con una conformación política compleja.

La intolerancia exhibida hasta ahora desvía energías que deben estar concentradas en atender un problema que está llevando mucho dolor a muchas sociedades en los que la muerte solo es estadística y que se reduce a gráficas, a proyecciones desconociendo que se dejan detrás seres humanos cuyas vidas parecen no haber tenido valor alguno…y mientras al defender verdades particulares solo se encierran en su propio ego.

Ese es uno de los dramas más profundos y una de las herencias más negativas que se habrán de dejar: la intolerancia. Una crisis como la que se vive necesita del concurso de todos los actores sociales.

Por otro parte, la violencia silenciosa, soterrada, está más presente que nunca. El confinamiento tiene también, en muchos hogares, el rostro del maltrato entre parejas, con los hijos hacia los padres o los ancianos. El mal no es menor en sociedades como las nuestras. El saldo aún se desconoce pero será un elemento más de nuestra descomposición social a la que se agrega la creciente violencia en las calles en países en donde la falta de claridad en las políticas públicas está creando mucha confusión en la sociedad y en sus propias expectativas.

Violencia e intolerancia no son buenos consejeros en estos tiempos.

Ya casi trescientos mil muertos en el mundo y sistemas hospitalarios saturados obligan a que las clases políticas cambien su actitud y sean más humildes ante el día de hoy y lo que se avecina.


Correo: contextotoluca@gmail.com


Son ya tiempos diferentes.

Algo habrá de cambiar en el comportamiento social, en el familiar y en el de las relaciones personales y de trabajo.

Además de muerte, y sobre todo muchos miedos, la emergencia sanitaria ha dejado huellas, cicatrices, que difícilmente se habrán de borrar en, al menos, una generación. Cambiará un poco la manera de relacionarnos, cambiara la manera de viajar, la de los amantes para amarse, también la manera de besar (ay de mí y de todos) como instinto natural del amor para hacerse más racional y cuidadosa, la de cuidar a los viejos, pero también a los niños y también el orden de una casa, su acceso y los patrones de limpieza o el almacenamiento de los productos.

En todo este cambio, la sociedad es la responsable, con pedazos de información que toma de donde puede (redes sociales, consejos de amigos, televisión, radio entre otros) de los cambios que vienen y en los que el Estado puede o no ser actor activo y conductor del mismo. La actitud de los políticos hoy se muestra de manera nítida, sus vocaciones, sus debilidades y sus excesos.

En estos tiempos hay un elemento importante que se desnuda: la pedagogía de la intolerancia y de la violencia.

La primera viene de las clases políticas dirigentes, los políticos en turno, que son los responsables del manejo de la emergencia sanitaria. No podía ser de otra manera. El Estado es quien concentra la mayoría de recursos para atenderla. Hoy los responsables están más expuestos y las sociedades los observan. Algunos la habrán pasado bien o, al menos, de manera aceptable; otros desnudaron sus instintos básicos sobre todo el de la intolerancia.

Los espectáculos, por parte de los actores desde el gobierno, pueden ser patéticos y transmitir a las sociedades mensajes que la confunden y muestran una manera de ser en el ejercicio del poder. Uno de ellos es el de la intolerancia frente a la opinión de otros, frente a visiones que pueden ser mejores o peores para atender la crisis. La intolerancia, tarde o temprano, lleva al error: se confunde a la sociedad, se confunde el tamaño del problema, se confunden los tiempos y sobre todo la atención a la emergencia y se envía un mensaje a la sociedad equivocado. Se confunde el medio con el fin que es el de atender de manera cierta la crisis del Covid-19, sobre todo en un países que, como Brasil o México, llenos de diferencias regionales, económicas, sociales y de acceso a la información o los Estados Unidos con una conformación política compleja.

La intolerancia exhibida hasta ahora desvía energías que deben estar concentradas en atender un problema que está llevando mucho dolor a muchas sociedades en los que la muerte solo es estadística y que se reduce a gráficas, a proyecciones desconociendo que se dejan detrás seres humanos cuyas vidas parecen no haber tenido valor alguno…y mientras al defender verdades particulares solo se encierran en su propio ego.

Ese es uno de los dramas más profundos y una de las herencias más negativas que se habrán de dejar: la intolerancia. Una crisis como la que se vive necesita del concurso de todos los actores sociales.

Por otro parte, la violencia silenciosa, soterrada, está más presente que nunca. El confinamiento tiene también, en muchos hogares, el rostro del maltrato entre parejas, con los hijos hacia los padres o los ancianos. El mal no es menor en sociedades como las nuestras. El saldo aún se desconoce pero será un elemento más de nuestra descomposición social a la que se agrega la creciente violencia en las calles en países en donde la falta de claridad en las políticas públicas está creando mucha confusión en la sociedad y en sus propias expectativas.

Violencia e intolerancia no son buenos consejeros en estos tiempos.

Ya casi trescientos mil muertos en el mundo y sistemas hospitalarios saturados obligan a que las clases políticas cambien su actitud y sean más humildes ante el día de hoy y lo que se avecina.


Correo: contextotoluca@gmail.com