/ sábado 13 de febrero de 2021

Reflexiones en textos cortos | ¿Resuelves o refuerzas tu forma de pensar?


Cada vez que miramos un contenido en YouTube, observamos una nota informativa en redes sociales, abrimos un libro para empezar a leer, una revista, un comic, una serie o una película. ¿Qué es lo que nos deja el contenido? ¿Nos hizo pensar en algo nuevo o reforzó nuestra forma de pensar? Lo último es lo que más me preocupa, recordar algo que ya sabíamos o conocíamos me parece atroz y poco trascendente.

La mayoría de las personas no quieren entrar en conflicto con sus ideas, les incomoda. La certeza de sus propias creencias es lo que les viene bien, los mantiene tranquilos. Y entre más sean los años de su edad, más acentuado es el gusto por reforzar las propias ideas.

Influir en los jóvenes, en ese sentido es mucho más sencillo, aparentemente, siempre y cuando aquel conocimiento que se les muestre resuelva un aspecto personal de su vida. Los jóvenes son el público más conflictuado por el entorno en donde se desenvuelven.

Un curso o una capacitación debe resolver un conflicto o un problema, otorgar herramientas para poderlo lograr, si sólo refuerza las formas de pensar el curso o capacitación no tendrá ni la más mínima utilidad, al menos que la estrategia de la organización que contrata esos cursos sea la de mantener la situación de sus trabajadores tal cual, que no cambie en los absolutos.

Impartir un curso, sin conocer a los participantes es complicado, es como resolver un cubo de rubik a ciegas, y demostrar que lo que se expone realmente resulta de utilidad.

La primera vez que impartí un curso tenía 28 años, lo hice frente a servidores públicos que llevaban 20 años de estar haciendo el mismo trabajo, aunque muchos de ellos tenían licenciaturas, les resultaba escandaloso que alguien de mi edad les sugiriera cómo hacer las cosas. Aunque era evidente lo que escribían en sus informes estaba tan mal realizado que generaba problemas en sus áreas. Tenía que generarles un conflicto interno para poderlos convencer de lo que proponía.

Me acompañó un ex alumno que ocasionalmente colabora conmigo en esas capacitaciones que imparto. Les pedí que le explicaran un tema complejo que fuera particularmente de su dominio, mi ex alumno tenía que volver a explicar lo que los funcionarios le habían dicho, no lo logro, el tema fue confuso para él. Se dieron cuenta que, en efecto, la percepción sobre su mala escritura y su pésimo entendimiento en lo que escribían, no era sólo cosa mía. Me pusieron atención y llevaban casos específicos al curso para que los pudiéramos resolver.

Entre micrófonos y cámaras apagadas, conexiones de distintos proveedores de internet, baterías de computadoras portátiles. El trabajo de un curso es titánico para poder influir y otorgar herramientas para resolver problemas. Esas dificultades deben volver los cursos mucho más creativos y atractivos para quienes lo reciben.


Cada vez que miramos un contenido en YouTube, observamos una nota informativa en redes sociales, abrimos un libro para empezar a leer, una revista, un comic, una serie o una película. ¿Qué es lo que nos deja el contenido? ¿Nos hizo pensar en algo nuevo o reforzó nuestra forma de pensar? Lo último es lo que más me preocupa, recordar algo que ya sabíamos o conocíamos me parece atroz y poco trascendente.

La mayoría de las personas no quieren entrar en conflicto con sus ideas, les incomoda. La certeza de sus propias creencias es lo que les viene bien, los mantiene tranquilos. Y entre más sean los años de su edad, más acentuado es el gusto por reforzar las propias ideas.

Influir en los jóvenes, en ese sentido es mucho más sencillo, aparentemente, siempre y cuando aquel conocimiento que se les muestre resuelva un aspecto personal de su vida. Los jóvenes son el público más conflictuado por el entorno en donde se desenvuelven.

Un curso o una capacitación debe resolver un conflicto o un problema, otorgar herramientas para poderlo lograr, si sólo refuerza las formas de pensar el curso o capacitación no tendrá ni la más mínima utilidad, al menos que la estrategia de la organización que contrata esos cursos sea la de mantener la situación de sus trabajadores tal cual, que no cambie en los absolutos.

Impartir un curso, sin conocer a los participantes es complicado, es como resolver un cubo de rubik a ciegas, y demostrar que lo que se expone realmente resulta de utilidad.

La primera vez que impartí un curso tenía 28 años, lo hice frente a servidores públicos que llevaban 20 años de estar haciendo el mismo trabajo, aunque muchos de ellos tenían licenciaturas, les resultaba escandaloso que alguien de mi edad les sugiriera cómo hacer las cosas. Aunque era evidente lo que escribían en sus informes estaba tan mal realizado que generaba problemas en sus áreas. Tenía que generarles un conflicto interno para poderlos convencer de lo que proponía.

Me acompañó un ex alumno que ocasionalmente colabora conmigo en esas capacitaciones que imparto. Les pedí que le explicaran un tema complejo que fuera particularmente de su dominio, mi ex alumno tenía que volver a explicar lo que los funcionarios le habían dicho, no lo logro, el tema fue confuso para él. Se dieron cuenta que, en efecto, la percepción sobre su mala escritura y su pésimo entendimiento en lo que escribían, no era sólo cosa mía. Me pusieron atención y llevaban casos específicos al curso para que los pudiéramos resolver.

Entre micrófonos y cámaras apagadas, conexiones de distintos proveedores de internet, baterías de computadoras portátiles. El trabajo de un curso es titánico para poder influir y otorgar herramientas para resolver problemas. Esas dificultades deben volver los cursos mucho más creativos y atractivos para quienes lo reciben.