/ jueves 30 de noviembre de 2017

Hablemos de Paz y No Violencia

El primer presidente de México también fue el primer tapado. O mejor dicho “autodestapado”. Cuando Guadalupe Victoria se unió al ejército Trigarante en 1821, planteó a Agustín de Iturbide una original propuesta: se debe “poner en el trono a un antiguo insurgente soltero y no acogido en ninguna oportunidad a la gracia del indulto”. Por supuesto se proponía a sí mismo, pero Iturbide ni vio, ni oyó la ingenua propuesta. Eventualmente, Victoria sería el primer presidente en 1824 cuando ya estaba muy “destapado” e Iturbide había sido fusilado.

Posteriormente, Santa Anna fue el gran elector de la política mexicana, pero los destapes que hizo no fueron antecedidos por la existencia de tapados, más bien destapó presidentes de acuerdo a su conveniencia: Gómez Pedraza, Gómez Farías, Bravo, Canalizo, entre otros, incluso él mismo. Luego la política se tornó aburrida, pues no hubo juego de tapados en medio de la guerra de Reforma y la intervención francesa. Más soporífera fue en el Porfiriato, pues durante tres décadas el único tapado y destapado fue don Porfirio Díaz.

Todo eso cambió una vez que finalizó la Revolución y se consolidó el régimen posrevolucionario priísta en el que imperó el juego del tapadismo: el presidente ponía “capuchas” a algunos de sus más cercanos colaboradores para lanzarlos al ruedo de la política y observar su desenvolvimiento, pero a la hora de decidir sucesor, destapaba al que le tenía más confianza (López Mateos a Díaz Ordaz; De la Madrid a Salinas), al que pensaba podría solucionar los conflictos coyunturales (Ruiz Cortines a López Mateos; López Portillo a De la Madrid), al que apaciguaría ánimos de grupos que demandaban espacios (Alemán a Ruiz Cortines), al que inclinaría la balanza hacia otro cuadrante político (Cárdenas a Ávila Camacho), o al que pretendía manipular (Echeverría a López Portillo; Salinas a Colosio). Sólo en dos ocasiones ha habido una dupla de electores: en la década de 1920 cuando Obregón y Calles pactaron destaparse entre ellos y eliminar a otros suspirantes, y ahora que Peña y Videgaray han elegido como candidato del PRI a José Antonio Meade.

¿Qué tiene que ver todo esto con la democracia? Prácticamente nada. No al menos con la democracia interna en el PRI donde el método que mejor le ha resultado para elegir candidatos es la designación de un solo “ungido” por parte de un “gran elector” (el famoso “dedazo”) y la posterior disciplina y unidad a rajatabla de todos sus militantes, luego de un intenso trabajo de “cicatrización”. El método no abona a la democracia interna del partido, pues no existe competencia en igualdad de condiciones para todos, pero ¿a quién le importa si ha resultado muy efectivo para ganar elecciones, que es el objetivo final? Hay que recordar que cuando el PRI ha competido desunido ha perdido, como en el 2000 con Labastida y en el 2006 con Roberto Madrazo.

La gran diferencia de esta añeja práctica del tapadismo, reminiscencia de la política del siglo XX y renovada en nuestro contexto, es que en autoritarismo el presidente elegía a su sucesor, pero en democracia el presidente elige al que será candidato de su partido, pero nada asegura que sea el sucesor. Por ello, con independencia de los métodos de selección interna de candidatos, estoy seguro que la competencia entre partidos siempre es buena noticia para la democracia, aunque también siempre haya cosas que mejorar.

 

rodrigo.pynv@hotmail.com

El primer presidente de México también fue el primer tapado. O mejor dicho “autodestapado”. Cuando Guadalupe Victoria se unió al ejército Trigarante en 1821, planteó a Agustín de Iturbide una original propuesta: se debe “poner en el trono a un antiguo insurgente soltero y no acogido en ninguna oportunidad a la gracia del indulto”. Por supuesto se proponía a sí mismo, pero Iturbide ni vio, ni oyó la ingenua propuesta. Eventualmente, Victoria sería el primer presidente en 1824 cuando ya estaba muy “destapado” e Iturbide había sido fusilado.

Posteriormente, Santa Anna fue el gran elector de la política mexicana, pero los destapes que hizo no fueron antecedidos por la existencia de tapados, más bien destapó presidentes de acuerdo a su conveniencia: Gómez Pedraza, Gómez Farías, Bravo, Canalizo, entre otros, incluso él mismo. Luego la política se tornó aburrida, pues no hubo juego de tapados en medio de la guerra de Reforma y la intervención francesa. Más soporífera fue en el Porfiriato, pues durante tres décadas el único tapado y destapado fue don Porfirio Díaz.

Todo eso cambió una vez que finalizó la Revolución y se consolidó el régimen posrevolucionario priísta en el que imperó el juego del tapadismo: el presidente ponía “capuchas” a algunos de sus más cercanos colaboradores para lanzarlos al ruedo de la política y observar su desenvolvimiento, pero a la hora de decidir sucesor, destapaba al que le tenía más confianza (López Mateos a Díaz Ordaz; De la Madrid a Salinas), al que pensaba podría solucionar los conflictos coyunturales (Ruiz Cortines a López Mateos; López Portillo a De la Madrid), al que apaciguaría ánimos de grupos que demandaban espacios (Alemán a Ruiz Cortines), al que inclinaría la balanza hacia otro cuadrante político (Cárdenas a Ávila Camacho), o al que pretendía manipular (Echeverría a López Portillo; Salinas a Colosio). Sólo en dos ocasiones ha habido una dupla de electores: en la década de 1920 cuando Obregón y Calles pactaron destaparse entre ellos y eliminar a otros suspirantes, y ahora que Peña y Videgaray han elegido como candidato del PRI a José Antonio Meade.

¿Qué tiene que ver todo esto con la democracia? Prácticamente nada. No al menos con la democracia interna en el PRI donde el método que mejor le ha resultado para elegir candidatos es la designación de un solo “ungido” por parte de un “gran elector” (el famoso “dedazo”) y la posterior disciplina y unidad a rajatabla de todos sus militantes, luego de un intenso trabajo de “cicatrización”. El método no abona a la democracia interna del partido, pues no existe competencia en igualdad de condiciones para todos, pero ¿a quién le importa si ha resultado muy efectivo para ganar elecciones, que es el objetivo final? Hay que recordar que cuando el PRI ha competido desunido ha perdido, como en el 2000 con Labastida y en el 2006 con Roberto Madrazo.

La gran diferencia de esta añeja práctica del tapadismo, reminiscencia de la política del siglo XX y renovada en nuestro contexto, es que en autoritarismo el presidente elegía a su sucesor, pero en democracia el presidente elige al que será candidato de su partido, pero nada asegura que sea el sucesor. Por ello, con independencia de los métodos de selección interna de candidatos, estoy seguro que la competencia entre partidos siempre es buena noticia para la democracia, aunque también siempre haya cosas que mejorar.

 

rodrigo.pynv@hotmail.com

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