/ viernes 26 de enero de 2018

Hablemos de Paz y No Violencia

Desde que Paulo VI inauguró la era de los “Papas peregrinos” con su viaje a Tierra Santa en 1964, no conozco y no recuerdo alguna visita papal en la que se haya manifestado la ira ciudadana por la presencia de un pontífice de la forma en que se manifestó en el más reciente viaje del Papa Francisco por Chile y Perú. Ha habido intentos de asesinato como los de Paulo VI en 1970 en Filipinas y Juan Pablo II en 1981 en el Vaticano (donde casi lo mata el turco Alí Agca). Pero esos ataques (y muchos otros en el caso de Juan Pablo II) fueron hechos por extremistas, más por motivaciones ideológicas y religiosas enmarcadas en el contexto de la Guerra Fría. Mientras que Benedicto XVI sólo recibió ataques de una opinión pública internacional que revisa con lupa el desempeño de los jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo y, paradójicamente, también del interior de la Curia Romana (es decir de los burócratas del Vaticano), situación por la que renunció a su cargo.

El Papa Francisco de igual forma ha sufrido ataques de la Curia y de la opinión pública. No obstante, en su reciente viaje al Cono Sur recibió ataques inéditos y de una índole diferente: sintió en carne propia la ira de los sudamericanos, esa ira de la que ya he hablado en otras entregas y que se despliega contra los gobernantes, sin excepción, alrededor del mundo por el hartazgo de la gente con unas clases políticas que no solucionan sus principales problemas e incurren constantemente en actos de corrupción.

El reciente viaje de Francisco incluyó Chile y Perú. Antes siquiera de arribar a Chile, en Lima se quemó una estatua gigante de Cristo. Nadie cree la versión oficial de que la causa fue un corto circuito, pues la estatua ha sido atacada otras veces ya que fue donada por Odebrecht, la empresa que corrompió a gobernantes y políticos en toda Latinoamérica, incluido al presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski, por lo cual recientemente casi fue destituido. Ya en Perú al Papa no le fue tan mal: se conmovió con la fe de los amazónicos, se dio el lujo de expresar “Qué pasa en Perú que todos los presidentes acaban presos” y hasta denunció los abusos sexuales de sacerdotes pederastas.

Pero esta denuncia no la hizo en Chile, donde parece que el cielo se le vino encima: el Papa, que es un veradero “animal político”, no mostró esta dote al defender al obispo Juan Barros que durante años encubrió los abusos del cura pederasta Fernando Karadima, hecho que fue condenado por la gente (posteriormente, al abandonar suelo chileno y ya en el avión expresaría un “mea culpa”, pero ya era tarde). Además, las manifestaciones conjuntaron el descontento de los agricultores mapuches por sus condiciones; de fieles de otros credos y ateos por los privilegios otorgados a los católicos; y por el uso desmedido de recursos que hizo la presidenta Bachelet para atender la visita (calculado en 18 millones de dólares). Para colmo, fue desairado por los chilenos que no llenaron los foros donde se presentó y ofició misa.

Cabe recordar que Chile es uno de los países latinos más laicos del continente, donde ha habido una notable reducción de la fe (sólo 64% de chilenos se reconoce católico), además de ser lugar de gran arraigo de la Teología de la Liberación. En suma, ya ni el Papa se salva de sentir el malestar de la gente, expresado en una ira que anteriormente sólo podía temer de Dios, su Señor.

 

rodrigo.pynv@hotmail.com

Desde que Paulo VI inauguró la era de los “Papas peregrinos” con su viaje a Tierra Santa en 1964, no conozco y no recuerdo alguna visita papal en la que se haya manifestado la ira ciudadana por la presencia de un pontífice de la forma en que se manifestó en el más reciente viaje del Papa Francisco por Chile y Perú. Ha habido intentos de asesinato como los de Paulo VI en 1970 en Filipinas y Juan Pablo II en 1981 en el Vaticano (donde casi lo mata el turco Alí Agca). Pero esos ataques (y muchos otros en el caso de Juan Pablo II) fueron hechos por extremistas, más por motivaciones ideológicas y religiosas enmarcadas en el contexto de la Guerra Fría. Mientras que Benedicto XVI sólo recibió ataques de una opinión pública internacional que revisa con lupa el desempeño de los jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo y, paradójicamente, también del interior de la Curia Romana (es decir de los burócratas del Vaticano), situación por la que renunció a su cargo.

El Papa Francisco de igual forma ha sufrido ataques de la Curia y de la opinión pública. No obstante, en su reciente viaje al Cono Sur recibió ataques inéditos y de una índole diferente: sintió en carne propia la ira de los sudamericanos, esa ira de la que ya he hablado en otras entregas y que se despliega contra los gobernantes, sin excepción, alrededor del mundo por el hartazgo de la gente con unas clases políticas que no solucionan sus principales problemas e incurren constantemente en actos de corrupción.

El reciente viaje de Francisco incluyó Chile y Perú. Antes siquiera de arribar a Chile, en Lima se quemó una estatua gigante de Cristo. Nadie cree la versión oficial de que la causa fue un corto circuito, pues la estatua ha sido atacada otras veces ya que fue donada por Odebrecht, la empresa que corrompió a gobernantes y políticos en toda Latinoamérica, incluido al presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski, por lo cual recientemente casi fue destituido. Ya en Perú al Papa no le fue tan mal: se conmovió con la fe de los amazónicos, se dio el lujo de expresar “Qué pasa en Perú que todos los presidentes acaban presos” y hasta denunció los abusos sexuales de sacerdotes pederastas.

Pero esta denuncia no la hizo en Chile, donde parece que el cielo se le vino encima: el Papa, que es un veradero “animal político”, no mostró esta dote al defender al obispo Juan Barros que durante años encubrió los abusos del cura pederasta Fernando Karadima, hecho que fue condenado por la gente (posteriormente, al abandonar suelo chileno y ya en el avión expresaría un “mea culpa”, pero ya era tarde). Además, las manifestaciones conjuntaron el descontento de los agricultores mapuches por sus condiciones; de fieles de otros credos y ateos por los privilegios otorgados a los católicos; y por el uso desmedido de recursos que hizo la presidenta Bachelet para atender la visita (calculado en 18 millones de dólares). Para colmo, fue desairado por los chilenos que no llenaron los foros donde se presentó y ofició misa.

Cabe recordar que Chile es uno de los países latinos más laicos del continente, donde ha habido una notable reducción de la fe (sólo 64% de chilenos se reconoce católico), además de ser lugar de gran arraigo de la Teología de la Liberación. En suma, ya ni el Papa se salva de sentir el malestar de la gente, expresado en una ira que anteriormente sólo podía temer de Dios, su Señor.

 

rodrigo.pynv@hotmail.com

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