/ jueves 2 de noviembre de 2017

Hablemos de Paz y No Violencia

Sólo tenemos algo seguro en la vida: la muerte. Debemos ser conscientes de nuestra propia mortalidad, pues ésta nunca falta a su cita. Pero existe una muerte que nos duele más que la nuestra: la muerte de los otros. Parece algo obvio, pero no es menos cierto que los que nos quedamos en este mundo sufrimos más que los que se van.

Para minimizar el dolor, muchas veces nos burlamos de la muerte. Los mexicanos somos expertos: “el muerto al pozo y el vivo al gozo”, “no andaba muerto, andaba de parranda”, “sobre mi cadáver”. En algunas comunidades de Colombia, durante los velorios se ríe, se canta, se cuentan chistes y se hacen juegos. En Sudáfrica y otros países africanos despiden a sus muertos con danzas, fiestas y risas. Pero indudablemente en todas las culturas terminan lamentando y llorando la partida de los que nos abandonan, pues pasar por un proceso de duelo es algo normal, como también lo es que en todas las culturas, la muerte se perciba como algo natural.

O al menos esto era cierto hasta hace unos años, pero la celeridad y la incertidumbre en que viven nuestras sociedades han llevado a que la muerte cada vez menos se vea como algo natural, a que cada vez menos se tenga tolerancia hacia el dolor por la partida de los seres queridos. Por ello es que muchos se aferran a la “eterna juventud” y buscan retrasar la vejez y la muerte a toda costa, siendo que no hay nada más antinatural en esta vida que intentar vencer a la muerte.

Hay muchas maneras de intentar vencer a la muerte. Una de ellas se apoya en la medicina y se llama “distanasia”, palabra que deriva del griego y significa “muerte difícil o angustiosa”; se conoce también como encarnizamiento u obstinación terapéutica, que consiste en la aplicación no justificada en ciertos pacientes de tratamientos que empeoran su calidad de vida más aún de lo que lo hace la propia enfermedad. En otras palabras, se aplican tratamientos médicos para alargar una vida que de cualquier manera será carcomida por el dolor.

La distanasia es contraria a la “eutanasia”, que significa “buena muerte o sin dolor”. Es inmoral, pues la practican aquellos médicos que piensan que la vida es un bien por el que se debe luchar y utilizar todas las posibilidades médicas, al margen de consideraciones sobre la calidad de vida; también porque tienen miedo del fracaso profesional o desprecian el derecho de los pacientes a rechazar tratamientos que prolongan sus sufrimientos y agonías.

El incremento de muertes en hospitales es un claro indicador del incremento de la distanasia. En países desarrollados (Unión Europea, Estados Unidos, Japón), dos terceras partes de defunciones ocurren en los hospitales después de tratamientos desesperados. Sólo en los Estados Unidos, la tercera parte de los gringos que mueren pasados los 65 años han estado los últimos tres meses de su vida en una unidad de terapia intensiva. En México no estamos lejos de caer en esa práctica. Es un calvario para todos: los que mueren así sufren más que muriendo en casa y los familiares también sufren y tardan más en hacer su duelo. Por ello mi padre no quiso ir a un hospital y prefirió morir en su casa. Por ello mi madre, que gracias a dios vive, es más práctica: nos ha ordenado a sus hijos que cuando esté muy enferma no prolonguemos su sufrimiento y que, como a los caballos, le demos el tiro de gracia, aunque eso signifique nuestro sufrimiento.(C)

 

rodrigo.pynv@hotmail.com

 

Sólo tenemos algo seguro en la vida: la muerte. Debemos ser conscientes de nuestra propia mortalidad, pues ésta nunca falta a su cita. Pero existe una muerte que nos duele más que la nuestra: la muerte de los otros. Parece algo obvio, pero no es menos cierto que los que nos quedamos en este mundo sufrimos más que los que se van.

Para minimizar el dolor, muchas veces nos burlamos de la muerte. Los mexicanos somos expertos: “el muerto al pozo y el vivo al gozo”, “no andaba muerto, andaba de parranda”, “sobre mi cadáver”. En algunas comunidades de Colombia, durante los velorios se ríe, se canta, se cuentan chistes y se hacen juegos. En Sudáfrica y otros países africanos despiden a sus muertos con danzas, fiestas y risas. Pero indudablemente en todas las culturas terminan lamentando y llorando la partida de los que nos abandonan, pues pasar por un proceso de duelo es algo normal, como también lo es que en todas las culturas, la muerte se perciba como algo natural.

O al menos esto era cierto hasta hace unos años, pero la celeridad y la incertidumbre en que viven nuestras sociedades han llevado a que la muerte cada vez menos se vea como algo natural, a que cada vez menos se tenga tolerancia hacia el dolor por la partida de los seres queridos. Por ello es que muchos se aferran a la “eterna juventud” y buscan retrasar la vejez y la muerte a toda costa, siendo que no hay nada más antinatural en esta vida que intentar vencer a la muerte.

Hay muchas maneras de intentar vencer a la muerte. Una de ellas se apoya en la medicina y se llama “distanasia”, palabra que deriva del griego y significa “muerte difícil o angustiosa”; se conoce también como encarnizamiento u obstinación terapéutica, que consiste en la aplicación no justificada en ciertos pacientes de tratamientos que empeoran su calidad de vida más aún de lo que lo hace la propia enfermedad. En otras palabras, se aplican tratamientos médicos para alargar una vida que de cualquier manera será carcomida por el dolor.

La distanasia es contraria a la “eutanasia”, que significa “buena muerte o sin dolor”. Es inmoral, pues la practican aquellos médicos que piensan que la vida es un bien por el que se debe luchar y utilizar todas las posibilidades médicas, al margen de consideraciones sobre la calidad de vida; también porque tienen miedo del fracaso profesional o desprecian el derecho de los pacientes a rechazar tratamientos que prolongan sus sufrimientos y agonías.

El incremento de muertes en hospitales es un claro indicador del incremento de la distanasia. En países desarrollados (Unión Europea, Estados Unidos, Japón), dos terceras partes de defunciones ocurren en los hospitales después de tratamientos desesperados. Sólo en los Estados Unidos, la tercera parte de los gringos que mueren pasados los 65 años han estado los últimos tres meses de su vida en una unidad de terapia intensiva. En México no estamos lejos de caer en esa práctica. Es un calvario para todos: los que mueren así sufren más que muriendo en casa y los familiares también sufren y tardan más en hacer su duelo. Por ello mi padre no quiso ir a un hospital y prefirió morir en su casa. Por ello mi madre, que gracias a dios vive, es más práctica: nos ha ordenado a sus hijos que cuando esté muy enferma no prolonguemos su sufrimiento y que, como a los caballos, le demos el tiro de gracia, aunque eso signifique nuestro sufrimiento.(C)

 

rodrigo.pynv@hotmail.com

 

ÚLTIMASCOLUMNAS
jueves 19 de diciembre de 2019

Hablemos de Paz y No Violencia | Efectos del austericidio

Efectos del austericidio

Rodrigo Sánchez Arce

jueves 12 de diciembre de 2019

Hablemos de Paz y No Violencia | La maldición de Sao Paulo

La maldición de Sao Paulo

Rodrigo Sánchez Arce

jueves 05 de diciembre de 2019

Hablemos de Paz y No Violencia | Lecciones desde Latinoamérica

Lecciones desde Latinoamérica

Rodrigo Sánchez Arce

jueves 28 de noviembre de 2019

Hablemos de Paz y No Violencia | No existen las democracias iliberales

No existen las democracias iliberales

Rodrigo Sánchez Arce

jueves 21 de noviembre de 2019

Hablemos de Paz y No Violencia | Revoluciones armadas, democracia y paz

Revoluciones armadas, democracia y paz

Rodrigo Sánchez Arce

jueves 14 de noviembre de 2019

Hablemos de Paz y No Violencia / El Evo que llega a México

El Evo que llega a México

Rodrigo Sánchez Arce

Cargar Más